«Hay pocos momentos en la vida más agradables que la hora dedicada a la ceremonia conocida como el té de la tarde»
Henry James
La invitación Aunque, los hombres también podían ser invitados, la hora del té era un momento de mujeres. Estos momentos de merienda, aunque con sus protocolos correspondientes, eran relajados y ligeros, muy diferentes a la rígida etiqueta que había que mantener en una cena u otros actos sociales. El protocolo indicaba que la anfitriona enviase una invitación informal a otras damas, que aceptaban de buen grado la propuesta – rechazarla sería muy desconsiderado por parte de la invitada y era signo de mala educación. Ninguna dama, que se tuviera por ello, rechazaría jamás una invitación para asistir a una reunión de té, a no ser que existiese un motivo lo suficientemente justificado para ello. La etiqueta requería que la invitación fuera enviada en una tarjeta de visita con días de antelación, especificando la hora de la reunión – de 4 a 6 de la tarde – y en la que constara que la invitación era para «drink tea«, ya que la expresión «take tea» era considerada vulgar y propia de personas no refinadas.
El vestuario
El vestuario de la anfitriona variaba dependiendo de su posición social. Los vestidos de seda, lisos y sin estampados eran los más adecuados. Un poco de encaje como adorno no estaba mal visto, igual que algunas joyas discretas.
Las invitadas podían llevar un vestido de cola más o menos larga y con lujosos encajes. Esos vestidos eran conocidos como teagies, por su uso habitual en estas reuniones.
Aunque los guantes eran una parte esencial del atuendo, las reuniones de té era especialmente disfrutadas por las damas, ya que el protocolo no obligaba al uso del corsé, por lo que las mujeres podían no sólo estar mucho más cómodas, sino disfrutar realmente de los pasteles y bizcochos servidos con el té sin sentir la opresión del corsé en su estómago.
El tea de la tarde era también conocido como low tea si se servía alrededor de las 4 de la tarde. Se servía con acompañamientos ligeros como finas rebanadas de pan, mantequilla y pastel.
Si se servía de las 5 en adelante s denominaba high tea y se acompañaba de comidas más abundantes como carnes, , pan caliente, frutas en conserva, pasteles y otros dulces. El high tea era más popular en el campo que en la ciudad y hacía la función de una merienda-cena informal.
Además de té, no era inusual que se sirviera café. Las bebidas se servían juegos de porcelana, profusamente decorados.
Si la reunión era numerosa, las bebidas y los acompañamientos se preparaban en una mesa grande, al estilo de un buffet, para que las invitadas se sirvieran ellas mismas. El té se tomaba de pie y se formaban pequeños grupos de conversación.
Si las invitadas eras pocas, este momento se convertía en un rato de conversación ligera y confidencias, donde las damas se sentaban alrededor de una mesa donde se servía el té.
Como curiosidad diremos que no estaba mal visto que cada dama llevara su propia taza de té y sus cucharillas. La vajilla y los cubiertos eran transportados cuidadosamente envueltos en cajas especialmente diseñadas para este menester. La mesa En la tea table se colocaban pequeños platos alrededor de los cuales se colocaba un cuchillo, servilleta y un plato con mantequilla. En una mesa auxiliar se servían las tazas de te con sus platillos, el azucarero, el slopbowl (para dejar los posos del té), la leche – o crema- y una tetera de agua caliente, para ir vertiendo sobre el té y que no se enfriara. También había platillos con limones cortados en rodajas muy finas, por si alguna dama prefería el té acompañado de limón. Nunca se cortaría el limón en pedazos, aunque fueran pequeños, ya que ofrecer el limón de este modo se consideraba vulgar.
Los refrigerios
Uno de los alicientes de las reuniones de té eran los exquisitos acompañamientos ofrecidos por la anfitriona.
Una buena anfitriona destacaba por la calidad de los refrigerios que ofrecía y la clase social y económica de la misma iba en consonancia con la aptitud y destreza culinaria de su cocinera – de todos los miembros del servicio victoriano, la cocinera era la que más libertad tenía; la cocina era su feudo y ni los señores de la casa se atrevían a molestarla demasiado para que no se fuera a otra casa. Una buena cocinera era un pequeño tesoro que había que cuidar.
Además de pan, mantequilla, mermeladas, compotas y conservas, en la mesa no solían faltar bizcochos, sandwiches, fruta fresca, chocolate y consomés. También se ofrecían helados, durante la estación veraniega.
Además, las invitadas podían optar por acompañar estas delicias con ponche o limonada fresca. Muchas veces la anfitriona ofrecía pequeñas bandejas de frutos secos o exquisitos trifles. Curiosamente, y a pesar de poder degustar todas estas delicias, en muchas reuniones, si no había cierta confianza entre las damas – recordemos que una tea party no siempre era una reunión de amigas, sino un evento de carácter social – se utilizaba el rígido protocolo tomar el té con los guantes puestos. Era tan incómodo comer y servirse con ellos que muchas damas se limitaban a beber sin comer nada en absoluto. Incluso los médicos aconsejaban comer algo durante las reuniones, no sólo para evitar problemas digestivos sino para evitar desvanecimientos durante las mismas.
Os dejo una deliciosa receta de trifle. He escogido esta no sólo porque, además de las preciosas fotografías, la autora no se limita a dar la receta sino que nos cuenta un poco de la historia de este delicioso postre. Sabores y Momentos . ¡Disfrutadla! En el próximo post de La Casa Victoriana aparecerá la Parte II.