El trabajo en la Inglaterra victoriana.

Richard Oastler y su lucha para reducir la jornada laboral

Conocido con el sobrenombre de el Rey de la fábrica, Richard Oastler fue un reformador inglés que luchó incansablemente por una reducción de las horas de trabajo en las fábricas. La media de horas diaria de los trabajadores, incluyendo a los niños, era de 18 horas al día. Oastler reclamaba jornadas de 10 horas diarias, que finalmente fueron recogidas en la Ten Hours Act de 1847.

Pero, a pesar de que la nueva ley suponía un pequeño avance en la duración de las jornadas laborales, Oastler constató que la ley no se aplicaba en la mayoría de las ocasiones. Un ejemplo era la industria del algodón, donde sí se reconocía la duración de la jornada infantil. Pero esta se obviaba en el resto del sector textil como la industria de la seda o la lana, donde la explotación laboral infantil seguía campando a sus anchas con el beneplácito no solo de los empresarios sino de los políticos locales.

El trabajo infantil en fábricas y minas

Se calcula que, en la Inglaterra victoriana, el 25% de los trabajadores de las minas, fábricas y talleres eran niños menores de 12 años. Aunque nos pueda parecer increíble, a los cuatro años de edad los pequeños comenzaban a trabajar en las minas. Su trabajo consistía en sentarse bajo tierra, en la oscuridad y mantener abiertos los conductos de ventilación para que los niños de más edad, que trabajaban arrastrando las vagonetas llenas de carbón, pudieran pasar sin perder tiempo.

En las fábricas trabajaban limpiando las máquinas o realizando labores que se consideraban aptas para sus pequeñas manitas. Como las máquinas no paraban nunca, la limpieza debía hacerse con ellas en marcha lo que provocaba gravísimos accidentes e incluso la muerte. De hecho, la muerte de los pequeños, tanto por infecciones pulmonares como por accidentes era común en la Inglaterra victoriana sin que nadie, excepto los reformistas y las asociaciones de trabajadores, hicieran nada por remediarlo.

Un trabajo cercano a la esclavitud y sin recompensa

La disciplina y el control de los trabajadores era férreo. Para evitar pagar los salarios completos los empresarios redactaban listas interminables de actuaciones sancionables, algunas realmente absurdas. Una de ellas era la que prohibía a los trabajadores silbar, siendo castigado cualquier silbido con una multa.

Otra de las costumbres era no pagar el salario del trabajador con un sueldo en metálico sino sustituir este o parte del sueldo con pago en especies o con vales que solo podían ser gastados en productos de la fábrica en la que trabajaban, por lo que el salario que le pagaba el empresario seguía quedando dentro de la empresa. Este método denominado truck system fue una de las principales reivindicaciones obreras, ya que los trabajadores entendían que debían recibir un sueldo por su trabajo para ser gastado en lo que desearan y no un pago en productos

Muchos empresarios preferían contratar mujeres ya que el salario que recibían era más bajo que el de los varones por realizar el mismo trabajo. Esto trajo consigo no pocos problemas, ya que muchos hombres se oponían al trabajo femenino alegando que, por su culpa, sus sueldos también bajarían.

El trabajo doméstico no era una excepción a las condiciones extremas de trabajo pues debían trabajar entre 15 a 18 horas diarias, con pagas que rondaban de las 9 a las 14 libras anuales para las sirvientas y de 15 a 25 libras anuales para los mayordomos, damas de compañía y cocineras. De todos modos, como el alojamiento y la comida iban incluidos en el sueldo, los trabajadores preferían el trabajo doméstico a cualquier otro ya que al menos dormían bajo techo en un lugar limpio y comían caliente.

Henry Mayhew y su visión del trabajador victoriano en London Labour and the London Poor

Henry Mayhew fue un periodista y reformista victoriano que en su estudio de cuatro volúmenes London Labour and the London Poor recogió las experiencias de los trabajadores en primera persona. La exhaustiva y excelentemente documentada obra fue escrita entre 1851-1852. Para este estudio Mayhew planteó la siguiente premisa: “Consideraré a todos los pobres de la metrópoli en tres fases distintas, según trabajen, no puedan trabajar y no quieran trabajar». De este modo un amplio abanico de la clase obrera y de las clases más desfavorecidas fueron describiendo sus experiencias en primera persona.

Mineros, estibadores, trabajadores de la industria textil y de otras fábricas, trabajadores que desarrollaban sus oficios de forma autónoma como carpinteros, deshollinadores, herreros, costureras, personal  del servicio doméstico e incluso carteristas, mendigos y prostitutas fueron desgranando su día a día ante la pluma de Mayhew que recogió cada experiencia tal y como fue narrada, con el vocabulario y gramática propios de cada entrevistado, sin intentos de pulir el estilo para dotar de más realismo al documento.Mayhew, que había sido editor de la revista satírica Punch consiguió que estos volúmenes fueran el manual de cabecera de los reformadores victorianos.

Las viviendas de los trabajadores

La emigración de las zonas rurales a las ciudades para trabajar en las fábricas causó un aumento de la población en las zonas urbanas que no tenían lugares para alojar a las nuevas familias. Tampoco existían medios de transporte para desplazar a los trabajadores desde sus domicilios a las fábricas. Para poder solucionar estos problemas se decidió que se construirían viviendas pequeñas y baratas, muchas de ellas con una sola habitación, no demasiado lejos de las fábricas para que así no hubiera excusa para poder acudir al trabajo.

Estas viviendas carecían de las condiciones más básicas de habitabilidad: no tenían agua corriente, ni aseos y muchas de ellas ni siquiera ventilación. El hacinamiento, la falta de higiene y los humos de las fábricas cercanas provocaban frecuentemente enfermedades que solían tener resultados trágicos a corto plazo.

Aquellos que no tenían un lugar para vivir, no podían trabajar por encontrarse enfermos o eran demasiado viejos para trabajar en las fábricas eran llevados por la fuerza a las workhouses donde debían realizar aquellas tareas que se les encomendaban. Pero ni siquiera en estas residencias estatales los más pobres tenían un cobijo digno ya que las condiciones eran realmente malas, la comida escasa y de baja calidad y las familias que tenían hijos estaban separadas ya que las workhouses se dividían en alas para el alojamiento de los hombres, las mujeres y los niños por separado, no importaba si tenían o no relación familiar.

Alrededor de 1850, los trabajadores comenzaron a agruparse en Trade Unions, la semilla originaria de los sindicatos y agrupaciones de trabajadores, y, a través de la unión, la lucha y no pocas huelgas, comenzaron a negociar mejoras en las condiciones laborales y aumentos en los sueldos que percibían, aunque esta lucha fue lenta y con muchos obstáculos tanto económicos como políticos. 

¡Feliz 1º de maio, día internacional de la clase trabajadora!

Venenos victorianos I: arsénico, el verde mortal

Comenzamos una serie de artículos dedicados a los venenos de uso cotidiano durante la época victoriana y las consecuencias que tuvieron para la salud de todos aquellos que tuvieron la desgracia de estar en contacto con ellos.

El primero de esta serie está dedicado al «verde mortal», el arsénico, omnipresente en los hogares, los talleres y las boticas del siglo XIX.

Nuevos colores para damas atrevidas

Los vestidos de la mayoría de las damas victorianas de principios del siglo XIX se confeccionaban en pequeños talleres de costura o estaban hechos por modistas que no sólo cosían sino que diseñaban los modelos que posteriormente se lucirían en los mejores salones londinenses. Pero con la aparición de las empresas textiles y la irrupción de las casas de diseño, los diseñadores de renombre y los grandes almacenes, como Selfridges, hicieron de la moda un producto de consumo masivo y un bien asequible para todas las mujeres.

Toda dama podía adquirir un bello vestido. Evidentemente su exclusividad y la calidad de sus telas y bordados irían en consonancia con lo que estuviera dispuesta a pagar. Esto hizo que el oficio de costurera fuera uno de los más demandados, aunque estas trabajadoras fueran tremendamente explotadas: mal pagadas, con jornadas interminables que abarcaban los siete días de la semana, a pesar de realizar un maravillosos trabajos artesanales apenas reconocidos.

El afán por destacar y ser la más bella de una reunión o de un baile hizo que las damas victorianas buscaran cada vez diseños más atrevidos con colores llamativos. Descartados los tenues colores pastel y la discreta elegancia de los tonos oscuros, la demanda se centraba en los pigmentos que transformaban un vestido sencillo en uno deslumbrante, tintado con rojo escarlata, vibrante púrpura, luminoso azul añil o brillante verde esmeralda. El objetivo era no solo ser la más elegante sino causar una tal impresión entre los asistentes a un evento que la dama se convirtiera en el centro de atención esa noche y en la protagonista de los comentarios de todas las reuniones a lo largo de la semana.

Los talleres textiles se esforzaban por ofertar los tejidos más deslumbrantes, no escatimando en tintes tanto para las telas más baratas como el algodón, como para las más caras como la piel, la seda, la muselina y los encajes, sin olvidar las cintas de satén y otros complementos para que combinaran con el vestido.

El verde mortal💀

El esmeralda venenoso

A mediados del siglo XIX se comenzó a utilizar el arsénico como tinte verde para los vestidos.
Esta sustancia, que se mezclaba con cobre, cobalto y estaño, realzaba el color de los trajes, dotándolos de un brillo extraordinario. También se usaba para tintar los complementos, como flores, diademas para el pelo o guantes.

Pero este precioso color esmeralda, conseguido con esta mezcla de productos, era de una gran toxicidad. Las costureras eran las más perjudicadas, ya que tenían que trabajar horas y horas cortando, cosiendo las telas, y dando los toques finales a los diseños. Las consecuencias eran terribles: no solo afectaban a la piel sino a los ojos, boca, pulmones y mucosas nasales. La piel sufría unas heridas irreversibles y las mujeres afectadas acababan vomitando un horrible líquido verde.

En la época se registraron varios fallecimientos de costureras por envenenamiento con arsénico. En las imágenes podemos ver el estado de las manos de las modistas después de trabajar asiduamente los tejidos tratados con estos tintes y una de las ilustraciones de John Tenniel en la que se denuncian las consecuencias mortales del trabajo de estas mujeres: para que las damas lucieran bellas las modistas agonizaban hasta la muerte.


Para las damas que usaban los vestidos las consecuencias eran tremendamente insalubres, ya que el contacto de la tela con la piel provocaba problemas dérmicos, oculares y respiratorios. Lo mismo sucedía a los caballeros que se relacionaban con ellas durante una velada, porque el polvo de arsénico del tejido quedaba en suspensión en la habitación.

El servicio doméstico, especialmente la dama de compañía que vestía y peinaba a su señora, y las empleadas encargadas de la lavandería y planchado de la ropa sufrían los mismos daños. Aunque, a diferencia de las costureras que manipulaban muchas horas los tejidos, el servicio doméstico solo estaba expuesto al veneno de forma ocasional.

Esta ilustración, del satírico The Punch, hace alusión al riesgo por envenamiento al que estaban expuestos todos los asistentes a un baile si estaban en contacto con una dama que llevara el tinte mortal.

Two skeletons dressed as lady and gentleman. Etching, 1862. Credit: Wellcome Library, London.

Las habitaciones tóxicas

Desgraciadamente, la presencia del arsénico no estaba solo en la moda, ya que también se utilizaba para los tintes del papel pintado que decoraban las habitaciones victorianas. El pigmento verde, conocido como verde Scheele, que dotaba de tan bello color al papel iba envenenando lentamente a los miembros de la familia. Como era un color especialmente alegre, era frecuente encontrarlo en las habitaciones infantiles y en la pintura de algunos juguetes donde poco a poco, y a medida, que se iban desprendiendo los pigmentos causaba graves problemas de salud a los más pequeños, además de nauseas e irritaciones dérmicas. Uno de los casos más tristes sucedió en un hogar londinense en 1862, donde los niños de una familia fallecieron después de ingerir trozos de papel pintado tintados con el verde mortal.

Si esto no fuera suficiente, había comedores tapizados casi por completo en telas teñidas con verde arsénico, con sus correspondientes cortinas y mantelería combinando en el mismo tono, y habitaciones en las que, además del mencionado papel, el verde lucía en colchas, alfombras y cojines.

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Una fiesta de Halloween

From ghoulies and ghosties and long- legged beasties

And things that go bump in the night, God Lord, deliver us!

Old Cornish prayer

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La preparación

Habitualmente eran las mujeres de la casa las encargadas de preparar la fiesta de Halloween. Una buena anfitriona siempre se organizaba la cena y los juegos con la antelación suficiente para no dejar ningún detalle al azar, desde el menú de la cena hasta los disfraces. Para ello consultaba revistas y otras publicaciones para ver que tejidos y motivos estaban de moda, así como los juegos más populares y la decoración más impactante.

La anfitriona debía conocer a sus invitados, sus relaciones y sus gustos, para organizar los menús, los lugares en la mesa y conseguir que todos los comensales se sintieran cómodos. Además no podemos olvidar que a las fiestas de Halloween acudían los más pequeños y los jóvenes, por lo que la noche debía ofrecer momentos para la diversión de cada grupo.

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Las estancias

Una fiesta de Halloween necesita un lugar espacioso. El lugar ideal sería un gran jardín pero a causa de las frías temperaturas de octubre, no sería el sitio más adecuado para la celebración, por lo que una buena anfitriona debería organizar la fiesta en el interior de la casa dedicando varias estancias al festejo.

Para lograr un gran espacio, se vaciarían las habitaciones lo máximo posible, quitando todos aquellos muebles y objetos que pudiesen representar un peligro para los invitados a la hora de celebrar varios de los juegos más típicos de estas fechas, muchos de los cuales implicaban tener los ojos vendados o las manos atadas.

Por tanto, ningún objeto valioso que pudiera romperse ni un mueble, que pudiera causar un daño debido a su diseño, estaría en ninguna de las dos o tres habitaciones que como mínimo se dedicarían a la fiesta de Halloween.

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La decoración

Contrariamente a la época actual donde el plástico o el papel son los reyes de la decoración, los victorianos preferían decoraciones naturales compuestas por mazorcas de maíz, Indian corn, con granos de colores, hojas y tallos del mismo cereal y calabazas de diferentes formas, algunas comestibles y otras simplemente decorativas que portaban velas o tenían terroríficas caras talladas en ellas.

Con ramas secas se confeccionaban esqueletos que se cubrían con paños de algodón o muselina de color blanco y se colgaban del techo como si fueran fantasmas. Farolillos cubiertos de delicadas telas proporcionaban la atmósfera necesaria para una noche mágica.

La manzana, una de las frutas reinas del otoño, desprendía su aroma por toda la casa, ya fuera transformada en dulce compota o como relleno de una tarta y aportaba cálidos colores en la decoración hogareña que se llenaba de brillantes manzanas caramelizadas, al natural, colocadas en barreños de agua, colgadas del techo para protagonizar los juegos de Halloween, y en grandes fruteros que adornaban las mesas.

Y, por supuesto, las flores de otoño eran otras de las grandes protagonistas de la decoración: begonias, pensamientos, hibiscus, crisantemos y dalias estaban presentes en las mesas y en forma de guirnaldas decorativas.

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La cena

En una apropiada cena de Halloween nunca faltará una buena sopa de vegetales de temporada, sandwiches con diferentes rellenos y platos de patatas cocinados de diferentes modos: asadas, rellenas o en puré. Además, los invitados podía degustar gachas dulces y platos típicos de cada zona.

Pero, sin duda, el mejor momento de la cena eran los postres. La anfitriona se esmeraba especialmente en este momento de la celebración, ofreciendo una selección de deliciosos pasteles de manzana y pera, compotas de higos, membrillos, magdalenas de calabaza, tartas de nueces y castañas, galletas de jengibre, panes especiados de frutas y el riquísimo Victorian cake, sin olvidar una buena taza de chocolate para los más pequeños y un vaso de sidra caliente para los mayores.

En 1891, la revista Ingalls Home and Art Magazine ofrecía una idea de menú para una fiesta de Halloween compuesto por:

Ostras, sandwiches variados, pavo asado relleno de castañas y fiambres fríos, todo ello con diferentes acompañamientos como ensalada de lengua de vaca, col, almendras tostadas, aceitunas y compota de manzana.

Los postres que ofrecía este modelo de menú de Ingalls Home eran tan abundantes como deliciosos: tartas de calabaza, pasteles de frutos secos, panes de nueces, helados y cremas de chocolate, pasas, frutas caramelizadas y café y chocolate caliente.

Todo ello componía un menú para una éxitosa cena de Halloween que gustaría a todo el mundo, fuera cual fuera su edad.

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Los juegos

En otras entradas de La Casa Victoriana hemos hablado de varios hechizos y ritos que se celebraban en las fechas de Halloween. Hoy hablaremos de nuevas maneras de divertirse en estas fechas.

The Nut Shower

Los frutos secos típicos de estas fechas solían ser protagonistas de muchos de los juegos de Halloween. Las nueces, por su forma eran uno de los frutos favoritos.

Este juego requiere paciencia pero el resultado es tan agradecido que merece la pena. Se abrían las nueces con mucho cuidado y se le quitaban los frutos, dejando las cáscaras lo más intactas posibles. Se reservaban los frutos y se rellenaban las nueces con otras pequeñas golosinas o caramelos caseros y se volvían a cerrar, pegando las dos partes de las nueces con, por ejemplo, azúcar caramelizado o un glaseado.

Las nueces se esparcirían por el suelo y los niños deberían cogerlas y abrirlas – siempre se reservarían unas cuantas por si alguno de los pequeños cogía pocas o ninguna, ya que ningún niño debía quedar sin diversión. En el momento en que abrían las nueces y descubrían golosinas la estancia se llenaba de algarabía. Más tarde, los pequeños también darían buena cuenta de las nueces, tomándolas solas o con miel.

Otra variante consistía en llenar las nueces con diminutos juguetes hechos por los mayores de la familia.

Fuera cual fuera el «relleno» de las nueces la diversión estaba asegurada.

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The Nut Crack Night

Este juego era uno de los favoritos de los jóvenes de la casa, ya que era un juego de predicción de futuro que vaticinaba si dos jóvenes estaban destinados a tener un amor verdadero o solo una bonita amistad.

Los elementos necesarios para jugar eran una parrilla y avellanas o castañas. Los jóvenes se sentaban a ambos lados de la parrilla, que previamente se había calentado, y, cada uno de ellos colocaba uno de los frutos sobre la parrilla. Si los frutos se quemaban lentamente hasta convertirse en cenizas la amistad duraría para siempre e incluso podría convertirse en amor duradero o un matrimonio feliz. Si, por el contrario, los frutos estallaban, la relación sería un reflejo de ese estallido, y no solo no duraría sino que acabaría de un modo conflictivo.

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Emparejando a los invitados

En una jornada informal y festiva en la que el protocolo se suavizaba ¡qué mejor manera de sentar a la mesa a los invitados que mediante un divertido juego!

La anfitriona dispersaba a los invitados por las diferentes estancias de la casa y les entregaba el cabo de un ovillo de lana a cada uno de ellos. Dos cabos de lana pertenecían al mismo ovillo y el juego consistiría en encontrar a la persona cuyo ovillo coincidiese. Para dificultar el encuentro, el largo ovillo se habría enrollado en muebles, extendido por las habitaciones y entremezclado con los ovillos de otros participantes, todo con el fin de que los propietarios de los ovillos recorrieran la casa y se divirtieran encontrando a su pareja.

De todos modos, la propietaria nunca dejaría nada al azar, encargándose de que dos cabos que estuvieran unidos no pertenecieran a comensales que pudieran tener ciertas rencillas entre ellos, y, si se sentaran juntos, su evidente malestar pudiese arruinar la reunión.

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The Fateful Food

Este juego de adivinación del destino era muy popular porque no solo implicaba comer una buena razón de dulces sino que aportaba la sorpresa de encontrar el objeto que previamente se había escondido en ellos y de interpretar su significado:

– una moneda predecía riqueza

– un anillo era símbolo de un matrimonio

– un botón o un dedal indicaban soltería para el próximo año

– un wishbone, el hueso de pollo o pavo en forma de horquilla, permitía a su poseedor pedir un deseo para el próximo año.

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Kaling

El Kaling era un juego de origen escocés muy popular en Halloween. Para jugarlo era necesario un jardín y varias coles enterradas. Los jugadores saldrían al exterior y con los ojos tapados tendrían que desenterrar una col. Uno de los jugadores, que representaría el papel de pitonisa, interpretaba el futuro amoroso del poseedor de la col dependiendo del tamaño del vegetal, su posición económica atendiendo a la tierra adherida al repollo y el carácter del futuro esposo o esposa después de probar la acidez o no de la col.

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Un barquito con la cáscara de nuez predice mi futuro

Este título es una interpretación del popular juego de lanzar cáscaras de nueces en barreño lleno de agua. Estas nueces se podían adornar con una pequeña vela para semejarlas a barquitos veleros.

Dependiendo del comportamiento de los barcos en el agua se podía interpretar el futuro: si el barco se hundía, el futuro del poseedor del barco no iba a ser muy halagüeño; por el contrario, si el barco seguía su travesía sin hundirse, significaría una vida feliz y estable.

Si dos barcos se cruzaban sin tocarse, sus propietarios estaban destinados a ignorarse en el futuro; si los barcos chocaban, las personas que los habían lanzado se encontrarían en algún periodo de sus vidas compartiendo intereses, negocios o amor y si los barcos navegaban juntos, sus dueños estaban predestinados a vivir juntos una vida feliz, acompañándose en cada momento.

Si un barco navegaba solo por los bordes del barreño, sin ir hacía el centro, donde se encontraban el resto de los barcos, predecía una vida solitaria y, quizás, una soltería de por vida; si el barquito de nuez tocaba frecuentemente los bordes, su poseedor tendría una vida de aventura, y viajaría por todo el mundo.

Como vemos, se podía dar lugar a tantas interpretaciones como fructífera fuera la imaginación de los invitados, ya que el fin de los juegos era la diversión, las risas y pasar una jornada tan agradable como mágica.

Si queréis pasar una noche llena de hechizos y un Halloween mágicamente victoriano no tepierdas las entradas que en años pasados La Casa Victoriana le ha dedicado a esta terrorífica jornada.

Breve historia de la festividad de Halloween

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Rituales y conjuros

https://lacasavictoriana.com/2016/10/29/halloween-victoriano-rituales-y-conjuros/

Happy «Catlloween»

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Cuentos de miedo: La verdad sobre el señor Valdemar y El Cuervo

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Imágenes: Vía pinterest.

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¡FELIZ Y TERRORÍFICO HALLOWEEN, VICTORIANOS!

Fancy dresses: disfraces victorianos

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Cuadro de Francesco Guardi

 

Las fechas de Carnaval son muy populares en diferentes países, donde una explosión de colorido o de imaginación se apodera de las ciudades, para que los ciudadanos de todas las edades se transformen durante unas horas en otras personas, adoptando su personalidad y su indumentaria.

Los victorianos no celebraban el Carnaval tal y como lo conocemos, pero eran realmente aficionados a las farsas o charadas, fiestas en los asistentes sacaban sus mejores galas en forma de disfraz. Aunque esto no es del todo exacto: un fancy dress victoriano no es exactamente un disfraz, es un outfit muy elaborado, lujoso incluso, para lucir en un Baile de disfraces o  Fancy Ball, también denominados Charadas o Masquerades.

En esta reseña sobre fancy dresses nos referiremos a ellos alguna vez como disfraz, buscando una similitud a nuestro vestuario carnavalesco, pero dejemos claro que un fancy dress era realmente un traje, usado para adoptar la personalidad del personaje identificado con el vestuario, sin ser éste considerado como un simple disfraz.

Veamos algunos de los más utilizados:

Los Domino dresses o dominoes

Con este curioso nombre se denominaban a unos trajes largos denominados trajes de talar en forma de capa, con mangas, habitualmente con una capucha, confeccionados para los bailes de disfraces en el siglo XVIII. Los trajes de talar eran trajes de ceremonia que llegaban hasta los talones, como las togas de los juristas, la indumentaria eclesiástica o las túnicas universitarias y de graduación. También entrarían dentro de esta categoría los mantos.

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Vía Pinterest

 

El nombre parece provenir del juego cromático de la capa y capuchas de color negro en contraposición con el forro y  el traje que cubría, habitualmente de color blanco, aunque, en el siglo XIX, estos dominoes fueron evolucionando en su combinación de colores dando paso a juegos entre negros y escarlatas, rosas, azules, verdes y amarillos, siendo acentuado este contraste con las telas usadas para la confección, como la seda y el satén.

A medida que avanzaba el siglo, la fantasía de modistas y diseñadores se desbordó, añadiendo encajes, lazos, telas brocadas y llamativos bordados. Los tejidos para su confección se diversificaron: algodón, gasas, tules y armiños comenzaron a tomar protagonismo, así como tejidos más gruesos como el terciopelo.

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Vía Pinterest

 

Un domino debía ser de buena calidad y el diseño debía ser lo suficientemente elaborado para ser utilizado posteriormente como una falda de vestir. Una pieza superior con amplias mangas holgadas o bien con mangas murciélago, a las que se le podía añadir una abertura lateral para sacar los brazos; esta pieza superior podía ir  anudada a la falda mediante un lazo en la cintura. Una de las características principales de los «dominoes» era la capucha. La moda de las últimas décadas del siglo XIX eran las capuchas puntiagudas al estilo de túnica árabe.

La función del domino era cubrir el fancy dress y permitir al portador desprenderse de él manera fácil y sencilla.

El Merveilleux Domino era una variante del domino, que se caracterizaba por ser una pieza muy recargada, con lazos o apliques en los hombros, encaje al final de las mangas y colores muy llamativos.

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Vía Pinterest

 

El Domino no era una prenda exclusiva de las damas, los caballeros también los llevaban aunque mucho más sobrios: confeccionados en seda o satén, con color de forro en contraste. Una más cara negra era el complemento escogido para completar el conjunto para la masquerade.

 

El morisco, persa o turco

Los trajes de Morisco, y sus variantes persa y turco , se caracterizaban principalmente por sus tocados en forma de turbantes, adornados con broches con piedras preciosas o simplemente con llamativas plumas, y sus cinturones hechos de telas con estampado oriental. Los tejidos con los que cosían estos fancy dresses eran de vivos colores, predominando las sedas y los brocados. Eran muy recargados tanto en su diseño como en sus colores.

Los de las damas tenían grandes mangas y un sobrevestido, recargado y confeccionado con tela gruesa a modo de mantón anudado en la cintura, bajo el que apreciaba otro vestido confeccionado con telas muy livianas como muselinas o gasas. En otras ocasiones la dama se atrevía con pantalones holgados y babuchas, eso sí, cubiertos hasta la altura de los tobillos por una falda.

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Vía Pinterest

La variante masculina mostraba unos pantalones anchos y holgados, cubiertos con un blusón adornado con cenefas de bordados en oro y plata, o con amplias túnicas enriquecidas con adornos y brillantes apliques, que combinaban con grandes y anchos cinturones elaborados con arabescos.

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Vía Pinterest

 

La campesina

El disfraz de campesina tenía varias variantes: la campesina suiza, la alemana o la española, y su diseño era sencillo: consistía en tres piezas compuestas por un corpiño de fieltro o terciopelo muy ajustado, bajo el que se intuía una blusa de algodón o muselina, con media manga rematada en volantes o encajes. La falda era amplia y corta, confeccionada en paño grueso y se cubría con un delantal blanco de muselina. El disfraz se remataba con un sombrerillo de paja, un pañuelo anudado en la nuca o un coqueto tocado floral.

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Damas y niña vestidas con traje de campesinas. La ilustración es de la colección del V&A Museum.

 

Este disfraz tenía su variante el traje de campesina «lujoso», también conocido como de Jardinière ; tenía el mismo diseño pero se realizaba con carísimas telas en vez de tejidos más humildes; este diseño utilizaba una cestita de paja llena de vistosas flores como complemento, que se llevaba en la mano o bien colgada del cuello a la altura de la cintura.

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A la izquierda de la ilustración, dama con traje de Jardinière. Vía Pinterest.

 

La diablesa

La diablesa se convirtió en uno de los disfraces más utilizados en las farsas victorianas. Confeccionado en satén y terciopelo, en colores rojo, negro y dorado, este traje destacaba por su ceñidos corpiños y faldas. La longitud de la falda era muy atrevida, a la altura de la rodilla; de ésta salían unas enaguas en capas o volantes, bajo las que se vislumbraban unas llamativas medias de colores chillones y unos zapatos de alto tacón. Unos gruesos apliques con pliegues se colocaban a ambos lados de la cadera, aumentando el efecto de la cintura estrecha. De estos apliques salía una cola.

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Diablesa. Vía Pinterest

Las alas de murciélago saliendo de los hombros o la espalda eran la característica más destacada de estos vestidos. Solían llevarse con guantes largos.

Su antítesis era el traje de ángel. Frente al atrevimiento de la diablesa con su ajustadísimo diseño en negro y escarlata, el ángel vestía un etéreo y delicado juego de tules y muselinas de un blanco inmaculado. De su espalda salían unas alas de ángel o de mariposa.

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Diablesa y ángel de la era eduardiana. Vía Pinterest.

 

El Mefistófeles

Fue el famoso actor victoriano Sir Henry Irving quien popularizó este disfraz, cuando lo utilizó en el Teatro Liceo de Londres, representando el Fausto de Goethe de 1885 a 1888. Su traje rojo y negro, con ajustados pantalones al estilo Tudor, zapatillas planas, capa corta y abullonada y casquete ajustado a la cabeza, con estilo de cresta de gallo y dos plumas que salían de la frente a modo de cuernos, compusieron uno de los disfraces más populares de la época. Una barba cuidada de estilo puntiagudo, completaban el disfraz.

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Caballero vistiendo un fancy dress de Mefistófeles. Vía Pinterest.

 

Madam Pompadour y la revolución francesa

El modelo Marquesa de Pompadour era recargado y confeccionado con telas lujosas. Era un traje que había que realizar a medida, y al contrario que otros no se podía adaptar de otros vestidos, ni después era fácilmente utilizable con pequeñas modificaciones, por lo que sólo estaba al alcance de damas adineradas. Se complementaba con una peluca blanca con el característico peinado de la amante de Luis XV (peinado con un alto tupé, que pasó a la historia con el nombre de la marquesa). El escote del vestido era mucho más discreto que el que lucía la marquesa francesa.

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La dama sentada viste un modelo Pompadour. Vía Pinterest

Una tendencia indescriptible, más por su significado que por su estética era la revolucionaria  francesa. Era muy curioso ver a la aristocracia inglesa llevando trajes inspirados en los revolucionarios franceses, con su escarapela tricolor, sus casacas, su estética de sans-culotte para los hombres y de campesina con faldas de algodón rayadas con los colores de la bandera francesa, y cofias, aunque el uso del sombrero bicornio (el de Napoleón) era común para ambos sexos.

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Modelo francés. Vía Pinterest.

 

La Pansy y otras flores

El vestido de Pensamiento era muy popular, al igual que otros disfraces relacionados con las flores. La base de los vestidos eran dos piezas en los que la falda estaba compuesta por capas gasas y tules superpuestas con apliques de satén en forma de la flor correspondiente, cuanto más grandes y llamativos mejor; los corpiños eran ajustados y en vivos colores. El peinado recogido en una diadema de flores o con el cabello suelto adornado con flores, simulaba los cabellos de un hada o ninfa de os bosques. Este disfraz era muy popular entre las mujeres más jóvenes.

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Vía Pinterest

 

 

La Ondina y las ninfas de los bosques y el agua

El vestido de Ondina o el Undine dress, era un romántico traje basado en la heroína creada por el escritor alemán Friedich de la Motte Fouqué en 1811 para su novela Ondina. Basada en las leyendas griegas de las ninfas del agua, De la Motte creó una novela precursora de la literatura gótica romántica, en la que su personaje, un hada de los bosques, sacrifica su vida por un amor que no será correspondido.

El disfraz de Ondina se basaba en la interpretación del pintor John William Waterhouse, que imaginó a una ondina con una túnica al estilo griego, y en las ilustraciones de Arthur Rackham, mezclando el estilo romántico de la joven cuando vivía en el castillo con su amado, con el de las ninfas acuáticas.

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Ilustración de Arthur Rackham para la versión inglesa de Ondina. Vía Pinterest.

 

Ondina llevaba una túnica de estilo griego , en colores de la gama del blanco, suelta, que se ajustaba en la cintura con un cinturón dorado o un pañuelo. La túnica llena de pliegues y confeccionada con gasa y tul, le daba a la dama un aspecto de ninfa. Para completar el conjunto, los cabellos se dejaban sueltos, adornados con una corona de flores.

 

El disfraz de Ondina, ninfa o hada del bosque tenía variantes en los disfraces de insectos como abejas y avispas o preciosas y coloridas mariposas.

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Traje de mariposa. Vía Pinterest.

Folly fancy

Los Folly dresses eran vestidos de fantasía que tenían diferentes variantes, diosa, sacerdotisa, o cualquier variante creativa que la modista quisiera añadir. En su forma clásica, lo más destacado de estos disfraces eran las faldas, cortadas a picos, o cosidas a modo de diamante, siempre confeccionadas en tejidos brillantes y colores muy llamativos como la gama de amarillos y rojos. De cada extremo del rombo se podían colgar campanitas que sonaban cuando la portadora del traje caminaba. La dama llevaba un títere sujeto en una vara que sonaba con sonido de cascabeles al agitarlo.

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Folly fancy dress. Vía Pinterest.

 

La pastorcilla o Dolly Warden

Un personaje de asistencia casi obligada a cualquier fiesta era la recreación, con diferentes interpretaciones, del personaje dickensiano de Dolly Warden, una excéntrica, descarada y presumida mujer que aparecía en la novela Barnaby Rudge, escrita por Charles Dickens en 1841.

Dolly solía vestir en el siglo XIX con ropa propia del siglo XVIII: polainas, sombreros de paja de estilo bonnet y apariencia de ingenua pastorcilla. Su vestuario en contraste con su carácter y el ambiente en el que se desarrolla la novela hacen de ella uno de los personajes más estrafalarios y recordados de Dickens.

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La Dolly warden o pastorcilla dickensiana. Vía Pinterest

Arlequín, Pierrot, Colombina

Los personajes de la Comedia del arte italiana eran tremendamente populares en las fancy dresses victorianas.   Procedentes del teatro italiano renacentista, con influencias de las tradiciones del carnaval y recursos mímicos y acrobáticos, sus historias sencillas en las que se mezclaba la sátira, la comedia romántica y las intrigas cautivaron al público inglés. En 1660 se representaron en los teatros ingleses  las primeras obras que tenían como protagonistas a Arlequín, Pierrot y Colombina. El éxito fue tan grande, que pronto rivalizaron con las obras de los grandes dramaturgos ingleses. Los tres personajes italianos se ganaron el favor del público, y gran parte de ese fervor, lo despertaban sus coloridos, peculiares y brillantes atuendos.

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Vía Pinterest.

 

El popular actor del siglo XVIII, John Rich, llevó a la cima del éxito al trío Arlequín, Columbina y Pantaleón, su padre, con sus célebres «Arlequinadas».

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Vía Pinterest

El siglo XIX vio el resurgir de estos personajes gracias a las representaciones de Charles Kean en el Princess’s Theatre. La escenografía, con un vestuario espectacular y extravagante, que cambiaba constantemente, tuvo mucho que ver en este éxito.

 

La amalgama

La almagama era una forma de denominar a un disfraz indescriptible. Sería el típico disfraz hecho de muchas cosas pero que realmente sería difícil de identificar al personaje que representa.

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Vía Pinterest.

Las amalgamas no era inusuales en las farsas y se asociaban con nuevos ricos, que necesitaban demostrar su riqueza vistiendose con lujosas telas, brocados y cualquier cosa que pareciese cara. También era un síntoma de un gusto pésimo. Las amalgamas más corrientes estaban compuestas por una mezcla de aristócrata francés, estilo morisco, un toque renacentista, una influencia Tudor… Muchas veces, las damas optaban por el estilo masculino.

La Casa Victoriana os envía sus mejores deseos para que disfrutéis de estos divertidos días de Carnaval.

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Cuadro de Francesco Guardi

 

¡Bienvenido julio!

Damos la bienvenida a julio con nuestro calendario, en esta ocasión ilustrado con un cuadro de Thomas Benjamin Kennington, Lady Reading By A Window.

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El trabajo en la época victoriana y algunos de los oficios más duros

Las condiciones laborales

No es ningún secreto que con el glamour, la elegancia y la etiqueta de las clases burguesas y aristocráticas victorianas coexistía otra sociedad formada por las clases bajas y trabajadoras. Dos mundos casi opuestos pero tan necesitados uno del otro.

La clase obrera, la mayoría llegada desde el campo o desde la vecina Irlanda (donde la hambruna hizo que se desplazaran familias enteras) , buscaba una vida mejor, malvivía en las ciudades, habitaba en casas insalubres y se dejaba, literalmente, la vida en las fábricas en las que más trabajar eran explotados por sueldos miserables.

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Trabajadores. Vía Pinterest.

Los salarios eran mínimos y las jornadas inacabables, por no hablar de las deplorables condiciones laborales a las que estaban expuestos hombres, mujeres y niños, ya que el trabajo infantil no sólo no estaba prohibido sino que los niños eran mano de obra maleable y barata y los padres no veían mal que un salario más llegara a las empobrecidas familias. De hecho en la época victoriana la mano de obra infantil representaba el 25% de los trabajadores activos en el Reino Unido.

La edad en la que un niño podía empezar a trabajar era de ¡4 años!, y los pequeños de esta edad se dejaban su vida en labores tan duras como el trabajo en las minas. No fue hasta 1833, cuando se prohibió que los menores de 9 años trabajaran en las fábricas y factorías textiles, y 1842 se aprobó que los menores de 10 años no pudiesen bajar al interior de las minas.

En 1847, con el decreto de Ten Hours, se consiguió un gran avance para la época (y hay que entenderlo en su contexto): se prohibía que las mujeres y los niños trabajaran, en cualquier labor, más de 10 horas al día. Esta ley casi revolucionaria para los derechos de los trabajadores, no siempre se cumplía, y dueños de las fábricas solían extorsionar a sus trabajadoras bajo amenaza de perder sus empleos.

 

Aprovechándose de la necesidad, muchos empresarios ni siquiera pagaban un salario a sus trabajadores, sino que daban a los empleados una serie de bonos para que los gastaran sus propias fábricas. De este modo los obreros trabajaban para dejar el fruto de su trabajo en la misma fábrica que los explotaba.

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Obreros en una fábrica de cerillas. Vía Pinterest.

La enfermedad, la pobreza, el analfabetismo y el alcoholismo convivían en los barrios obreros; los accidentes laborales por inhalación de productos tóxicos, por quemaduras o miembros seccionados por las máquinas no estaban contemplados en ninguna ley  y por supuesto no existían ni pensiones, ni ayudas gubernamentales ni subsidios no sólo por desempleo sino por accidentes en el trabajo.

Como curiosidad, apuntaremos que, en cambio, la ley sí permitía multar y sancionar a los trabajadores por los motivos más nimios, por ejemplo silbar mientras realizaban sus tareas.

El Cartismo y las Trade Unions

El Cartismo, movimiento nacido en 1838, emergió como crítica de la actitud de los políticos y las clases más pudientes hacia las clases más oprimidas. Sus reclamaciones llegaron hasta el Parlamento, y, aunque el Cartismo fue perdiendo fuerza hasta casi desaparecer en 1848, sus demandas prendieron en una población harta de ser explotada.

De todos modos las ideas del Cartismo calaron profundamente en la población y podemos decir que fueron el germen del nacimiento de los Trade Unions, los sindicatos de obreros, que inicialmente fueron organizados en los sectores en los que había trabajadores considerados de más alta cualificación: los mineros, los trabajadores del ferrocarril y los ingenieros.

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John Burns hablando en Hyde Park. Vía Pinterest.

Estos sindicatos, cuya fecha de creación podemos situar en torno a 1850, informaban a los trabajadores de sus derechos, y luchaban por unas condiciones de trabajo dignas. A estos colectivos se unieron los trabajadores de los puertos y las trabajadoras de las fábricas de fósforos.

La gran demostración de la seriedad de sus peticiones, y de que su lucha, a favor de clase trabajadora, iba a ser implacable, fueron las largas huelgas de los dockers y de las match girls, en las que no sin esfuerzo, consiguieron importantes mejoras laborales.

 

Algunos de los oficios más duros y peligrosos de la época victoriana

Los Leech Collectors

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Leech collectors. Vía Pinterest.

En el siglo las sanguijuelas eran muy apreciadas con fines médicos y farmacéuticos. Pero para que los doctores tuvieran acceso a ellas debía haber personas que las recogieran. Y estas personas eran las mujeres y niños de las clases más desfavorecidas que se metían en las charcas y los lodazales para capturarlas.

Pero, ¿cómo se capturaban?, pues de la manera más simple: las sanguijuelas se adherían a las piernas y brazos de los recolectores, que a la salida de la charca se las arrancaban y las guardaban en latas y botes. A más sanguijuelas «pegadas» a la piel, más botín para vender.

Evidentemente, las infecciones, las hemorragias y las enfermedades acababan haciendo mella en estos pobres recolectores, cuya esperanza de vida no era muy alentadora.

 

Las Pitbrow Lassies

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Pitbrow Lassies. Vía Pinterest

Este era el nombre con el que se denominaba a las mujeres que trabajaban en las minas cargando vagones de carbón. En las minas trabajaban, muy a menudo, todos los miembros de la familia y las mujeres y los niños no eran excepciones.

Las Pitbrow Lassers continuaron haciendo su trabajo hasta 1842, año en el que se prohibió que las mujeres y los niños bajaran a las galerías.

Una de las razones de la prohibición, aunque pueda parecer extraña, no fue el peligro que suponía para estas mujeres, sino que las mujeres y los hombre no trabajaran juntos en espacios interiores y reducidos, ya que no parecía pudoroso.

Las Pitbrow Lassies se resistieron y continuaron haciendo su trabajo hasta bien entrada la década de los 80.

Los Toshers

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Tosher en las alcantarillas de Londres. Vía Wikimedia Commons.

 

Uno de los peores oficios era el de tosher, cuya ocupación era hurgar en las alcantarillas, en busca de cualquier cosa de un mínimo valor, desde pequeños objetos de metal, botas o zapatos viejos o monedas. Además se encargaban del mantenimiento del deficiente alcantarillado londinense.

Para hacer su trabajo, los toshers caminaban horas y horas entre la basura de la alcantarillas; pero a veces las cosas se complicaban y morían de una enfermedad infecciosa que habían contraído – por ejemplo, la mordedura de una rata -, ahogados por las aguas subterráneas, o si quedaban atrapados en alguno de los túneles, devorados por las ratas. Ser tosher era un trabajo muy peligroso.

De todos modos, los toshers eran grupos de hombres rudos, muy respetados entre su gente e, increíblemente bien pagados por los contratistas.

Los Mudlark

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Los pequeños mudlarks entre el barro. Vía Pinterest.

La labor de estos trabajadores era hurgar en el barro y el lodo que se posaba a las orillas del Támesis. Su misión consistía en retirar el barro de las zonas que el Támesis invadía. Este trabajo, muy peligroso, era desempeñado principalmente por niños.

Los Chimney Sweepers

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Chimney sweeper. Vía Pinterest.

 

La  pequeña constitución de los niños hacía que fueran los deshollinadores (chimney sweepers) perfectos, ya que podían introducirse y trepar por las chimeneas con más facilidad que un adulto, pero era común que los pequeños quedaran atrapados, muriendo ahogados por el hollín. Si no era así, el hollín que iba llenando sus pulmones les provocaría una muerte dolorosa en pocos años.

Estos niños, además de mal pagados, eran maltratados con palizas, o se les pinchaba con objetos afilados para que siguieran trabajando o metiendo su cabeza en calderos de agua helada si por el cansancio se quedaban dormidos.

Las Seamstress

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Familia cosiendo en su casa. Vía Pinterest.

Los vestidos de las damas victorianas de principios del siglo XIX se hacían en pequeños talleres de costura o estaban hechos por modistas que no sólo cosían sino que diseñaban los modelos que posteriormente se lucirían en los mejores salones londinenses.

Pero la aparición de las empresas textiles y la irrupción de las casas de diseño, diseñadores de renombre y los grandes almacenes, como Selfridges, hicieron de la moda un producto de consumo masivo y un bien más asequible para todas las mujeres.

Esto hizo que el oficio de costurera fuera uno de los más demandados, aunque estas trabajadoras fueran explotadas: mal pagadas, con jornadas interminables que abarcaban los siete días de la semana y con un maravilloso trabajo artesanal apenas reconocido.

Familias enteras, incluyendo niños y ancianos, trabajaban en talleres o en sus propios hogares, casi sin descanso. Todos tenían sus tareas: zurcir, coser, calcetar, ganchillar…Las jornadas de trabajo eran interminables y los salarios eran escasos. Las maravillas que hacían con sus agujas estaba muy lejos de la recompensa que hacían por su trabajo.

 

Los Rat catchers

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Rat chatcher con su perro y su jaula, Public domain.

En un Londres infestado por las ratas, los cazadores de ratas tenían su trabajo asegurado. En una época donde no había exterminadores de plagas ni raticidas, estos cazadores eran trabajadores muy bien valorados.

¿Su método? Utilizar un perro o un hurón para capturar a las ratas vivas. Los rat  catchers necesitaban a las ratas vivas para sacarse un sobresueldo con las apuestas ilegales de los ratters, personajes del submundo victoriano que organizaban partidas ilegales de perros y ratas, cuyo objetivo consistía en ver cuantas ratas era capaz de cazar el perro o si las ratas lo devoraban a él antes de que las hubiera cazado todas (lo cuál nos hace pensar quien era realmente la rata, si los animales o los ratters, si me permitís la reflexión)

Los cazadores de ratas solían fallecer a causa de las infecciones que les provocaban las mordeduras de ratas y los ambientes infecciosos en los que se movían.

Uno de los rat catcher más famosos Jack Black, el «cazador» personal de la Reina Victoria, en cuya residencia las ratas campaban a sus anchas. El método de Jack era cazarlas en una gran jaula, dejarlas sin comida y esperar a que se comieran unos a otras.

 

Las Match Girls

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Unas jovencísimas matchgirls recibiendo su mísero salario, Vía Pinterest.

Muchas mujeres y niñas trabajaban en fábricas de cerillas. Es célebre el artículo de Annie Besant, la política socialista inglesa, en el que describía las condiciones infrahumanas de casi esclavitud en la que vivían esas niñas, y la grave enfermedad que contraían en las fábricas a causa de los productos químicos con los que trabajaban.

La denuncia de Annie Besant de la explotación que sufrían las “cerilleras” y las posteriores represalias de las empresas despidiendo a trabajadoras, condujeron a una de las mayores huelgas y manifestaciones de protesta acaecidas durante la Época Victoriana.

En 1888, las cerilleras se declararon en huelga, reclamando sus derechos laborales y denunciando las condiciones de casi esclavitud en las que trabajaban estas mujeres en las fábricas de cerillas: jornadas inacabables, sueldos míseros y condiciones insalubres.

Los Peelers  o Bobbies

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Los primeros bobbies uniformados con su abrigo con cinturón y su sombrero tipo chimenea. Vía Pinterest.

El crimen, los robos y la violencia estaba tan presentes en la época victoriana que en 1829, Sir Robert Peel creó un cuerpo especial de la policía metropolitana conocido como los peelers o los bobbies, debido al nombre e su creador. No demasiado populares en un primer momento, este cuerpo de policía fue creándose una reputación de respetabilidad por su trabajo preventivo y no abusivo.

Estos policías se jugaban la vida a diario y resolvían desde trifulcas familiares, a auténticas batallas campales en los barrios más deprimidos, además de asesinatos y robos. Estos policías llevaban uniformes especiales, donde lo más característico de su atuendo eran sus peculiares sombreros, en un primer momento estilo chimenea y después sustituidos por el casco custodio, alto y redondeado en su parte superior. Especial relevancia tuvo la policía de Whitechapel, que además de tener que patrullar por un barrio extremadamente conflictivo se las tuvo que ver con el famoso Jack El Destripador.

Como curiosidad diremos que los bobbies tenían estrictamente prohibido beber alcohol, algo que en una época en la que el alcohol era tan común como el agua, trajo graves problemas e incluso expulsiones a muchos miembros de este colectivo…

 

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Bienvenido mayo: nuevo calendario

En La Casa Victoriana damos la bienvenida a mayo con nuestro nuevo calendario, ilustrado con un cuadro de nuestra temática de este año, mujeres y libros, Retrato de una joven, de Erich Ernst Heilmann.
Copia de Various Colors Scenery Photo Calendar

Para comenzar el año: el calendario de La Casa Victoriana.

Este año os iremos ofreciendo un calendario mensual, ilustrado con los mejores cuadros de la época victoriana. Podéis descargarlo en la opción «guardar foto» del botón derecho del ratón, después de «pinchar» en la imagen.

La temática que he escogido para este primer calendario es la lectura y la escritura, con damas victorianas como hilo conductor.

Os dejo enero, ilustrado con un cuadro de Hermann Fenner-Behmer, titulado Mujer escribiendo una carta.

Espero que sea de vuestro agrado.

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Cuentos de Hadas I

Este post está dedicado a mi madre que siempre dejó que los espíritus de los cuentos hiciesen volar mi imaginación, compartiendo aquellos que le contaron de pequeña e inventando muchos otros que siguen vivos en mi memoria como si me los acabara de contar.

George Lawrence Bulleid (1858-1933)
A Young Girl Reading a Book George Lawrence Bulleid

 

Cuando alguien dice «Érase una vez…», un cuento nace tan fresco como la primera vez que se contó….

No hay historias que calen más en nuestra memoria que los cuentos infantiles que nos han contado cuando éramos niños.  La magia y la fantasía que la que están hechos impregnan nuestros recuerdos desde la infancia acompañándonos en nuestra edad adulta y no siendo jamás olvidados.

Porque un cuento, mucho más allá de una historia es una enseñanza, una moraleja llena de valores, donde los héroes y heroínas consiguen la felicidad después de pasar penas, duras pruebas, probar su fe o de modificar un comportamiento donde los defectos son más evidentes que las virtudes.

Un héroe debe afrontar sus propios miedos, poner a prueba su valentía y olvidarse de sí mismo para lograr su fin, un buen y honesto fin por supuesto.

El villano y la bruja siempre tienen su merecido, habitualmente con un castigo ejemplar; el orgulloso y el presuntuoso siempre reciben su cura de humildad. No hay malvado que no reciba un castigo en consonancia con su pecado. Es el triunfo de la honestidad frente a la injusticia, del bien frente al mal.

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Un antiguo cuento costarricense narra la historia de un príncipe al que su padre quería casar a toda costa. Para ello trajo a todas las princesas de los reinos vecinos y lejanos para que el joven príncipe eligiera quien sería su esposa; pero al príncipe no le gustaba ninguna. Decepcionado y enfadado con su padre cogió su caballo y decidió pasear por el bosque, donde encontró en un naranjo tres magníficas naranjas de oro. Hambriento y sediento decidió comer las naranjas.

Con gran sorpresa, cuando cortó la primera naranja, vio como esta se transformaba en una preciosa joven que le pidió un sorbo de agua pues estaba sedienta. Como el joven no tenía agua la joven desapareció por arte de magia. Lo mismo sucedió cuando cortó la segunda naranja: otra joven le pidió agua que el joven no le pudo ofrecer por lo que también desapareció. Cuando cortó la tercera naranja, una bella mujer de ojos azabache y negros cabellos le pidió agua. El joven buscó agua para ofrecérsela. Cuando la joven bebió rompió el hechizo que la había encerrado en la naranja y se casó con el príncipe.

Pero la malvada bruja se enteró de que su maleficio se había roto y buscó a la princesa para castigarla de nuevo. Aprovechando que el príncipe se había ido de caza fue al castillo donde estaba la joven y le vendió una horquilla que cuando se clavó en su pelo la transformó en una paloma blanca que voló hacia el bosque.

Viendo en el bosque una paloma tan hermosa el príncipe la capturó para regalársela a su esposa; pero cuando volvió se dio cuenta de que la princesa había desaparecido. Pasaron los meses y nada calmaba la pena del príncipe excepto la bella paloma y acariciándola se dio cuenta de que había algo clavado entre sus plumas. Con mucho cuidado se lo quitó y ante sus asombrados ojos apareció su bella esposa.

El príncipe ordenó buscar a la bruja para castigarla, pero no fue necesario. Había muerto de una manera terrible, quemada en un incendio de su cabaña, castigada por el fuego por sus horribles maldades.

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Freia, the fairie one. Ilustración de Arthur Rackham

 

Y, en un cuento, así tiene que ser: cuando al final nos dicen «y vivieron felices para siempre» nos lo creemos porque su final justo y optimista hace que nos lo creamos.

Los cuentos son básicamente historias tradicionales, transmitidos oralmente durante siglos de padres a hijos, al calor del fuego en invierno, por los juglares de pueblo en pueblo, cantándolos, narrándolos e ilustrándolos de mil maneras gráficas y mímicas. El cuento nació para ser legado de generación en generación, de pueblo en pueblo.

Y, aunque, todos los cuentos están basados en el folclore popular de cada región, su esencia puede ser adoptada por cualquier cultura, ya que sus valores no tienen fronteras culturales; esa es la razón por la que cuentos de lugares culturalmente tan dispares como Japón, Rusia, la India, Irlanda o los países mediterráneos comparten rasgos, argumentos o personajes, que nos hacen pensar en el mismo cuento situados en lugares diferentes.

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Cuenta un antiguo cuento coreano como a un muchacho le encantaba que le contaran cuentos, los disfrutaba con auténtico entusiasmo y tanto le gustaban que los quería sólo para él; por ese motivo se negó a compartirlos y nunca se los contó a otros. Durante años se dedicó a guardar esos cuentos en una vieja bolsa y nunca permitía que nadie los escuchase.

Un día un viejo sirviente escuchó como unos extraños murmullos salían de la bolsa de suamo y acercó su oreja para escuchar que decían aquellas voces que salían del misterioso zurrón que su amo apreciaba tanto. El terror se dibujó en el rostro del criado: espíritus de historias olvidadas luchaban por salir de allí, planeaban mil venganzas para liberarse y castigar a su carcelero, y aquel era el mejor de los días. El muchacho se disponía a casarse y no vigilaría la bolsa. Era su oportunidad.

El fiel criado le contó a su joven amo lo que había escuchado diciéndole: «No se puede tener a los espíritus de los cuentos prisioneros, debes liberarlos, es su naturaleza…»

El joven comprendiendo su error liberó a todos los espíritus y desde aquel día se dedicó a contar a todo el que quería escuchar todos los cuentos que había aprendido y las mil historias que había atesorado.  Los cuentos están hechos para ser contados.

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En la época Victoriana los cuentos tuvieron un importante renacimiento; el espíritu victoriano romántico, amante de la antasía y  de lo exótico trajeron una edad de oro al mundo de las pequeñas novelas.  Recopilaciones como las de los hermanos Grimm o relatos propios como los de Hans Christian Andersen llenaron de fantasía los hogares del siglo XIX. Además los mejores ilustradores como Rukcham, Doré o Goble llenaron de vida las historias de hadas, príncipes y princesas, malvados y brujas de las historias populares de Perrault y de todas aquellas pertenecientes a la cultura tradiciónal y contribuyeron a que el arte y el cuento se unieran en una maravillosa pareja digna de un cuento de hadas.

En el siguiente post dejaremos volar nuestra imaginación por la estructura, los personajes y los escenarios más comunes de los cuentos. Y, por qué no, narraremos alguna que otra historia que nos lleve de viaje por los pueblos y culturas del mundo. Pero como escribió W.B. Yeats «¡cuidado! no intentes saber demasiado sobre las hadas…»

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En las ruinas de un antiquísimo castillo irlandés todos los años, por Halloween, se reunían las Hadas paras celebrar Halloween. Nadie se acercaba por allí durante la celebración – las Hadas eran capaces de la magia más bondadosa, pero también muy susceptibles y no consentían que se las molestaran; si así fuera se vengarían sin piedad.

Un joven muy pobre llamado Jamie, decidió ir al castillo en busca de fortuna durante esas fechas, en contra de la voluntad de su madre, una viuda muy pobre. Allí fue recibido con algarabía por las Hadas que lo invitaron a participar de sus travesuras. La de esa noche sería raptar a una joven dama. Jamie decidió ir con ellas  y a lomos de un corcel mágico cabalgó sobre los  barrios de Dublín. A través de una ventana de una elegante casa victoriana vieron a una hermosa joven que dormía y Jamie no salió de su asombro cuando vio a las pequeñas hadas raptar a la joven y sustituirla por un palo inerte transfigurado con su cuerpo y rasgos.

Jamie no podía apartar sus ojos de la bella joven y le pidió a las Hadas si podía llevarla él en su caballo. Las Hadas accedieron y cuando sobrevolaban la aldea del joven se tiró del caballo con la joven dama en sus brazos y corrió haciacas a. Las Hadas , enfadadas por el engaño del muchacho, le lanzaron todo tipo de maleficios convirtiendo a la joven en animales y otros objetos para que Jamie la soltara. Pero la voluntad del joven de quedarse con la muchacha era superior a cualquier hechizo y se resistía a soltarla. Entonces una de las Hadas decidió volver a la joven sorda y muda para siempre.

Jamie y su madre cuidaron con mimo a la muchacha pero su rostro siempre estaba invadido por la tristeza. Así que al año siguiente, Jamie decidió volver al castillo por Halloween para enfrentarse a las Hadas. Casualmente escuchó a las Hadas reirse de él recordando su travesura del año anterior y como una de ellas tenía en su mano un bebedizo que le devolvería el habla y el oído a la joven. Astuto como era, Jamie se las arregló para quitarle el brebaje al Hada y huir con él.

Cuando la joven bebió de él y se recuperó la alegría del muchacho y de su madre fue grande, no así la de la joven que quería volver a casa para ver a su familia, a pesar de estar muy agradecida a la viuda y a Jamie, del que se había enamorado.

De vuelta a Dublín, y después de convencer a sus padres de que seguía viva – sus  familia había enterrado  un año atrás al palo hechizado por las Hadas – la joven y Jamie se casaron en una espléndida boda donde la madre de Jamie ocupó un lugar destacado.

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8 de Marzo: Día de la Mujer Trabajadora

Hoy 8 de Marzo se celebra el Día de la Mujer Trabajadora; aunque esta conmemoración se celebró oficialmente por primera vez en 1911 como acto de reivindicación del derecho al voto, al trabajo y a la no discriminación laboral, lel día y la fecha fueron elegidos como recordatorio del 8 de marzo de 1908. En esta fecha 146 trabajadoras de la ciudad de Nueva York, pertenecientes a la fábrica textil Cotton murieron calcinadas a causa de las bombas incediarias que les arrojaron para tratar de desalojarlas de la fábrica, en la que se habían encerrado para protestar por sus bajos salarios y sus precarias condiciones de trabajo.

Un siglo después la situación de la mujer trabajadora, sobre todo en el mundo occidental, ha mejorado, no sin el esfuerzo de otras mujeres pioneras en la lucha a favor de la equiparación laboral y salarial; pero todavía queda mucho por hacer.

Las últimas cifras que ha hecho públicas Ayuda en Acción no son demasiado optimistas respecto al avance de la situación de la mujer en el ámbito laboral: seis de cada diez cuidadores no remunerados en el mundo son mujeres, el 40% de los no-asalariados son mujeres y lamentablemente esta proporción no ha variado positivamente en la última década.

Por otra parte la misma organización nos recuerda como sólo el 18% de la parlamentarias a nivel mundial son mujeres, lo que revela su escaso poder político en la toma de decisiones.

Además las mujeres siguen siendo el colectivo trabajador al que más le afectará la crisis, ya que refleja una tasa de paro más alta y la temporalidad de sus contratos y el trabajo a tiempo parcial le depararán en el futuro unas pensiones ínfimas.

Todo ello se agrava en los países del sur, donde la explotación laboral y física de la mujer alcanza cuotas que deberían avergonzar a los responsables políticos a nivel mundial, rozando niveles de esclavismo.

Por todo ello, y aunque hacerlo un solo día no es suficiente, parémonos un rato a reflexionar sobre si realmente estamos haciendo las cosas bien y sobre si nuestra sociedad está avanzando por los parámetros más adecuados de la equidad social y laboral de todos sus miembros.

Desde La Casa Victoriana queremos rendir nuestro homenaje a todas aquellas mujeres  victorianas pioneras – y sufridoras – del duro trabajo en las fábricas , en las casas y en las calles de la Inglaterra del siglo XIX, que lucharon por muchos de los derechos laborales que disfrutamos las mujeres trabajadoras del siglo XXI.