Comenzamos una serie de artículos dedicados a los venenos de uso cotidiano durante la época victoriana y las consecuencias que tuvieron para la salud de todos aquellos que tuvieron la desgracia de estar en contacto con ellos.
El primero de esta serie está dedicado al «verde mortal», el arsénico, omnipresente en los hogares, los talleres y las boticas del siglo XIX.
Nuevos colores para damas atrevidas
Los vestidos de la mayoría de las damas victorianas de principios del siglo XIX se confeccionaban en pequeños talleres de costura o estaban hechos por modistas que no sólo cosían sino que diseñaban los modelos que posteriormente se lucirían en los mejores salones londinenses. Pero con la aparición de las empresas textiles y la irrupción de las casas de diseño, los diseñadores de renombre y los grandes almacenes, como Selfridges, hicieron de la moda un producto de consumo masivo y un bien asequible para todas las mujeres.
Toda dama podía adquirir un bello vestido. Evidentemente su exclusividad y la calidad de sus telas y bordados irían en consonancia con lo que estuviera dispuesta a pagar. Esto hizo que el oficio de costurera fuera uno de los más demandados, aunque estas trabajadoras fueran tremendamente explotadas: mal pagadas, con jornadas interminables que abarcaban los siete días de la semana, a pesar de realizar un maravillosos trabajos artesanales apenas reconocidos.
El afán por destacar y ser la más bella de una reunión o de un baile hizo que las damas victorianas buscaran cada vez diseños más atrevidos con colores llamativos. Descartados los tenues colores pastel y la discreta elegancia de los tonos oscuros, la demanda se centraba en los pigmentos que transformaban un vestido sencillo en uno deslumbrante, tintado con rojo escarlata, vibrante púrpura, luminoso azul añil o brillante verde esmeralda. El objetivo era no solo ser la más elegante sino causar una tal impresión entre los asistentes a un evento que la dama se convirtiera en el centro de atención esa noche y en la protagonista de los comentarios de todas las reuniones a lo largo de la semana.
Los talleres textiles se esforzaban por ofertar los tejidos más deslumbrantes, no escatimando en tintes tanto para las telas más baratas como el algodón, como para las más caras como la piel, la seda, la muselina y los encajes, sin olvidar las cintas de satén y otros complementos para que combinaran con el vestido.
El verde mortal💀
El esmeralda venenoso
A mediados del siglo XIX se comenzó a utilizar el arsénico como tinte verde para los vestidos. Esta sustancia, que se mezclaba con cobre, cobalto y estaño, realzaba el color de los trajes, dotándolos de un brillo extraordinario. También se usaba para tintar los complementos, como flores, diademas para el pelo o guantes.
Pero este precioso color esmeralda, conseguido con esta mezcla de productos, era de una gran toxicidad. Las costureras eran las más perjudicadas, ya que tenían que trabajar horas y horas cortando, cosiendo las telas, y dando los toques finales a los diseños. Las consecuencias eran terribles: no solo afectaban a la piel sino a los ojos, boca, pulmones y mucosas nasales. La piel sufría unas heridas irreversibles y las mujeres afectadas acababan vomitando un horrible líquido verde.
En la época se registraron varios fallecimientos de costureras por envenenamiento con arsénico. En las imágenes podemos ver el estado de las manos de las modistas después de trabajar asiduamente los tejidos tratados con estos tintes y una de las ilustraciones de John Tenniel en la que se denuncian las consecuencias mortales del trabajo de estas mujeres: para que las damas lucieran bellas las modistas agonizaban hasta la muerte.
Para las damas que usaban los vestidos las consecuencias eran tremendamente insalubres, ya que el contacto de la tela con la piel provocaba problemas dérmicos, oculares y respiratorios. Lo mismo sucedía a los caballeros que se relacionaban con ellas durante una velada, porque el polvo de arsénico del tejido quedaba en suspensión en la habitación.
El servicio doméstico, especialmente la dama de compañía que vestía y peinaba a su señora, y las empleadas encargadas de la lavandería y planchado de la ropa sufrían los mismos daños. Aunque, a diferencia de las costureras que manipulaban muchas horas los tejidos, el servicio doméstico solo estaba expuesto al veneno de forma ocasional.
Esta ilustración, del satírico The Punch, hace alusión al riesgo por envenamiento al que estaban expuestos todos los asistentes a un baile si estaban en contacto con una dama que llevara el tinte mortal.
Two skeletons dressed as lady and gentleman. Etching, 1862. Credit: Wellcome Library, London.
Las habitaciones tóxicas
Desgraciadamente, la presencia del arsénico no estaba solo en la moda, ya que también se utilizaba para los tintes del papel pintado que decoraban las habitaciones victorianas. El pigmento verde, conocido como verde Scheele, que dotaba de tan bello color al papel iba envenenando lentamente a los miembros de la familia. Como era un color especialmente alegre, era frecuente encontrarlo en las habitaciones infantiles y en la pintura de algunos juguetes donde poco a poco, y a medida, que se iban desprendiendo los pigmentos causaba graves problemas de salud a los más pequeños, además de nauseas e irritaciones dérmicas. Uno de los casos más tristes sucedió en un hogar londinense en 1862, donde los niños de una familia fallecieron después de ingerir trozos de papel pintado tintados con el verde mortal.
Si esto no fuera suficiente, había comedores tapizados casi por completo en telas teñidas con verde arsénico, con sus correspondientes cortinas y mantelería combinando en el mismo tono, y habitaciones en las que, además del mencionado papel, el verde lucía en colchas, alfombras y cojines.
Las fechas de Carnaval son muy populares en diferentes países, donde una explosión de colorido o de imaginación se apodera de las ciudades, para que los ciudadanos de todas las edades se transformen durante unas horas en otras personas, adoptando su personalidad y su indumentaria.
Los victorianos no celebraban el Carnaval tal y como lo conocemos, pero eran realmente aficionados a las farsas o charadas, fiestas en los asistentes sacaban sus mejores galas en forma de disfraz. Aunque esto no es del todo exacto: un fancy dress victoriano no es exactamente un disfraz, es un outfit muy elaborado, lujoso incluso, para lucir en un Baile de disfraces o Fancy Ball, también denominados Charadas o Masquerades.
En esta reseña sobre fancy dresses nos referiremos a ellos alguna vez como disfraz, buscando una similitud a nuestro vestuario carnavalesco, pero dejemos claro que un fancy dress era realmente un traje, usado para adoptar la personalidad del personaje identificado con el vestuario, sin ser éste considerado como un simple disfraz.
Veamos algunos de los más utilizados:
Los Domino dresses o dominoes
Con este curioso nombre se denominaban a unos trajes largos denominados trajes de talar en forma de capa, con mangas, habitualmente con una capucha, confeccionados para los bailes de disfraces en el siglo XVIII. Los trajes de talar eran trajes de ceremonia que llegaban hasta los talones, como las togas de los juristas, la indumentaria eclesiástica o las túnicas universitarias y de graduación. También entrarían dentro de esta categoría los mantos.
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El nombre parece provenir del juego cromático de la capa y capuchas de color negro en contraposición con el forro y el traje que cubría, habitualmente de color blanco, aunque, en el siglo XIX, estos dominoes fueron evolucionando en su combinación de colores dando paso a juegos entre negros y escarlatas, rosas, azules, verdes y amarillos, siendo acentuado este contraste con las telas usadas para la confección, como la seda y el satén.
A medida que avanzaba el siglo, la fantasía de modistas y diseñadores se desbordó, añadiendo encajes, lazos, telas brocadas y llamativos bordados. Los tejidos para su confección se diversificaron: algodón, gasas, tules y armiños comenzaron a tomar protagonismo, así como tejidos más gruesos como el terciopelo.
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Un domino debía ser de buena calidad y el diseño debía ser lo suficientemente elaborado para ser utilizado posteriormente como una falda de vestir. Una pieza superior con amplias mangas holgadas o bien con mangas murciélago, a las que se le podía añadir una abertura lateral para sacar los brazos; esta pieza superior podía ir anudada a la falda mediante un lazo en la cintura. Una de las características principales de los «dominoes» era la capucha. La moda de las últimas décadas del siglo XIX eran las capuchas puntiagudas al estilo de túnica árabe.
La función del domino era cubrir el fancy dress y permitir al portador desprenderse de él manera fácil y sencilla.
El Merveilleux Domino era una variante del domino, que se caracterizaba por ser una pieza muy recargada, con lazos o apliques en los hombros, encaje al final de las mangas y colores muy llamativos.
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El Domino no era una prenda exclusiva de las damas, los caballeros también los llevaban aunque mucho más sobrios: confeccionados en seda o satén, con color de forro en contraste. Una más cara negra era el complemento escogido para completar el conjunto para la masquerade.
El morisco, persa o turco
Los trajes de Morisco, y sus variantes persa y turco , se caracterizaban principalmente por sus tocados en forma de turbantes, adornados con broches con piedras preciosas o simplemente con llamativas plumas, y sus cinturones hechos de telas con estampado oriental. Los tejidos con los que cosían estos fancy dresses eran de vivos colores, predominando las sedas y los brocados. Eran muy recargados tanto en su diseño como en sus colores.
Los de las damas tenían grandes mangas y un sobrevestido, recargado y confeccionado con tela gruesa a modo de mantón anudado en la cintura, bajo el que apreciaba otro vestido confeccionado con telas muy livianas como muselinas o gasas. En otras ocasiones la dama se atrevía con pantalones holgados y babuchas, eso sí, cubiertos hasta la altura de los tobillos por una falda.
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La variante masculina mostraba unos pantalones anchos y holgados, cubiertos con un blusón adornado con cenefas de bordados en oro y plata, o con amplias túnicas enriquecidas con adornos y brillantes apliques, que combinaban con grandes y anchos cinturones elaborados con arabescos.
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La campesina
El disfraz de campesina tenía varias variantes: la campesina suiza, la alemana o la española, y su diseño era sencillo: consistía en tres piezas compuestas por un corpiño de fieltro o terciopelo muy ajustado, bajo el que se intuía una blusa de algodón o muselina, con media manga rematada en volantes o encajes. La falda era amplia y corta, confeccionada en paño grueso y se cubría con un delantal blanco de muselina. El disfraz se remataba con un sombrerillo de paja, un pañuelo anudado en la nuca o un coqueto tocado floral.
Damas y niña vestidas con traje de campesinas. La ilustración es de la colección del V&A Museum.
Este disfraz tenía su variante el traje de campesina «lujoso», también conocido como de Jardinière ; tenía el mismo diseño pero se realizaba con carísimas telas en vez de tejidos más humildes; este diseño utilizaba una cestita de paja llena de vistosas flores como complemento, que se llevaba en la mano o bien colgada del cuello a la altura de la cintura.
A la izquierda de la ilustración, dama con traje de Jardinière. Vía Pinterest.
La diablesa
La diablesa se convirtió en uno de los disfraces más utilizados en las farsas victorianas. Confeccionado en satén y terciopelo, en colores rojo, negro y dorado, este traje destacaba por su ceñidos corpiños y faldas. La longitud de la falda era muy atrevida, a la altura de la rodilla; de ésta salían unas enaguas en capas o volantes, bajo las que se vislumbraban unas llamativas medias de colores chillones y unos zapatos de alto tacón. Unos gruesos apliques con pliegues se colocaban a ambos lados de la cadera, aumentando el efecto de la cintura estrecha. De estos apliques salía una cola.
Diablesa. Vía Pinterest
Las alas de murciélago saliendo de los hombros o la espalda eran la característica más destacada de estos vestidos. Solían llevarse con guantes largos.
Su antítesis era el traje de ángel. Frente al atrevimiento de la diablesa con su ajustadísimo diseño en negro y escarlata, el ángel vestía un etéreo y delicado juego de tules y muselinas de un blanco inmaculado. De su espalda salían unas alas de ángel o de mariposa.
Diablesa y ángel de la era eduardiana. Vía Pinterest.
El Mefistófeles
Fue el famoso actor victoriano Sir Henry Irving quien popularizó este disfraz, cuando lo utilizó en el Teatro Liceo de Londres, representando el Fausto de Goethe de 1885 a 1888. Su traje rojo y negro, con ajustados pantalones al estilo Tudor, zapatillas planas, capa corta y abullonada y casquete ajustado a la cabeza, con estilo de cresta de gallo y dos plumas que salían de la frente a modo de cuernos, compusieron uno de los disfraces más populares de la época. Una barba cuidada de estilo puntiagudo, completaban el disfraz.
Caballero vistiendo un fancy dress de Mefistófeles. Vía Pinterest.
Madam Pompadour y la revolución francesa
El modelo Marquesa de Pompadour era recargado y confeccionado con telas lujosas. Era un traje que había que realizar a medida, y al contrario que otros no se podía adaptar de otros vestidos, ni después era fácilmente utilizable con pequeñas modificaciones, por lo que sólo estaba al alcance de damas adineradas. Se complementaba con una peluca blanca con el característico peinado de la amante de Luis XV (peinado con un alto tupé, que pasó a la historia con el nombre de la marquesa). El escote del vestido era mucho más discreto que el que lucía la marquesa francesa.
La dama sentada viste un modelo Pompadour. Vía Pinterest
Una tendencia indescriptible, más por su significado que por su estética era la revolucionaria francesa. Era muy curioso ver a la aristocracia inglesa llevando trajes inspirados en los revolucionarios franceses, con su escarapela tricolor, sus casacas, su estética de sans-culotte para los hombres y de campesina con faldas de algodón rayadas con los colores de la bandera francesa, y cofias, aunque el uso del sombrero bicornio (el de Napoleón) era común para ambos sexos.
Modelo francés. Vía Pinterest.
La Pansy y otras flores
El vestido de Pensamiento era muy popular, al igual que otros disfraces relacionados con las flores. La base de los vestidos eran dos piezas en los que la falda estaba compuesta por capas gasas y tules superpuestas con apliques de satén en forma de la flor correspondiente, cuanto más grandes y llamativos mejor; los corpiños eran ajustados y en vivos colores. El peinado recogido en una diadema de flores o con el cabello suelto adornado con flores, simulaba los cabellos de un hada o ninfa de os bosques. Este disfraz era muy popular entre las mujeres más jóvenes.
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La Ondina y las ninfas de los bosques y el agua
El vestido de Ondina o el Undine dress, era un romántico traje basado en la heroína creada por el escritor alemán Friedich de la Motte Fouqué en 1811 para su novela Ondina. Basada en las leyendas griegas de las ninfas del agua, De la Motte creó una novela precursora de la literatura gótica romántica, en la que su personaje, un hada de los bosques, sacrifica su vida por un amor que no será correspondido.
El disfraz de Ondina se basaba en la interpretación del pintor John William Waterhouse, que imaginó a una ondina con una túnica al estilo griego, y en las ilustraciones de Arthur Rackham, mezclando el estilo romántico de la joven cuando vivía en el castillo con su amado, con el de las ninfas acuáticas.
Ilustración de Arthur Rackham para la versión inglesa de Ondina. Vía Pinterest.
Ondina llevaba una túnica de estilo griego , en colores de la gama del blanco, suelta, que se ajustaba en la cintura con un cinturón dorado o un pañuelo. La túnica llena de pliegues y confeccionada con gasa y tul, le daba a la dama un aspecto de ninfa. Para completar el conjunto, los cabellos se dejaban sueltos, adornados con una corona de flores.
El disfraz de Ondina, ninfa o hada del bosque tenía variantes en los disfraces de insectos como abejas y avispas o preciosas y coloridas mariposas.
Traje de mariposa. Vía Pinterest.
Folly fancy
Los Folly dresses eran vestidos de fantasía que tenían diferentes variantes, diosa, sacerdotisa, o cualquier variante creativa que la modista quisiera añadir. En su forma clásica, lo más destacado de estos disfraces eran las faldas, cortadas a picos, o cosidas a modo de diamante, siempre confeccionadas en tejidos brillantes y colores muy llamativos como la gama de amarillos y rojos. De cada extremo del rombo se podían colgar campanitas que sonaban cuando la portadora del traje caminaba. La dama llevaba un títere sujeto en una vara que sonaba con sonido de cascabeles al agitarlo.
Folly fancy dress. Vía Pinterest.
La pastorcilla o Dolly Warden
Un personaje de asistencia casi obligada a cualquier fiesta era la recreación, con diferentes interpretaciones, del personaje dickensiano de Dolly Warden, una excéntrica, descarada y presumida mujer que aparecía en la novela Barnaby Rudge, escrita por Charles Dickens en 1841.
Dolly solía vestir en el siglo XIX con ropa propia del siglo XVIII: polainas, sombreros de paja de estilo bonnet y apariencia de ingenua pastorcilla. Su vestuario en contraste con su carácter y el ambiente en el que se desarrolla la novela hacen de ella uno de los personajes más estrafalarios y recordados de Dickens.
La Dolly warden o pastorcilla dickensiana. Vía Pinterest
Arlequín, Pierrot, Colombina
Los personajes de la Comedia del arte italiana eran tremendamente populares en las fancy dresses victorianas. Procedentes del teatro italiano renacentista, con influencias de las tradiciones del carnaval y recursos mímicos y acrobáticos, sus historias sencillas en las que se mezclaba la sátira, la comedia romántica y las intrigas cautivaron al público inglés. En 1660 se representaron en los teatros ingleses las primeras obras que tenían como protagonistas a Arlequín, Pierrot y Colombina. El éxito fue tan grande, que pronto rivalizaron con las obras de los grandes dramaturgos ingleses. Los tres personajes italianos se ganaron el favor del público, y gran parte de ese fervor, lo despertaban sus coloridos, peculiares y brillantes atuendos.
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El popular actor del siglo XVIII, John Rich, llevó a la cima del éxito al trío Arlequín, Columbina y Pantaleón, su padre, con sus célebres «Arlequinadas».
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El siglo XIX vio el resurgir de estos personajes gracias a las representaciones de Charles Kean en el Princess’s Theatre. La escenografía, con un vestuario espectacular y extravagante, que cambiaba constantemente, tuvo mucho que ver en este éxito.
La amalgama
La almagama era una forma de denominar a un disfraz indescriptible. Sería el típico disfraz hecho de muchas cosas pero que realmente sería difícil de identificar al personaje que representa.
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Las amalgamas no era inusuales en las farsas y se asociaban con nuevos ricos, que necesitaban demostrar su riqueza vistiendose con lujosas telas, brocados y cualquier cosa que pareciese cara. También era un síntoma de un gusto pésimo. Las amalgamas más corrientes estaban compuestas por una mezcla de aristócrata francés, estilo morisco, un toque renacentista, una influencia Tudor… Muchas veces, las damas optaban por el estilo masculino.
La Casa Victoriana os envía sus mejores deseos para que disfrutéis de estos divertidos días de Carnaval.
At Easter let your clothes be new, or this be sure you it will rue
En Pascua ropa nueva estrenarás o de lo contrario lo lamentarás
En España existe tradición por la cual el Domingo de Ramos, para acudir a los oficios religiosos, se estrena, al menos, una prenda de ropa.
Esta tradición, como muchas otras, es una mezcla de paganismo y religión y parece ser que tiene su origen en los tiempos en los que, el emperador romano Constantino, decretó que, para despedir la Cuaresma, los fieles debían usar ropajes nuevos.
Aunque la idea de Constantino tampoco era nueva ni original ya que en la antigüedad los germanos paganos ya celebraban la llegada de Ostera, diosa de la primavera, usando ropas nuevas como símbolo de bienvenida y de atracción de la buena suerte.
En Gran Bretaña y posteriormente en Estados Unidos, se recogieron estas tradiciones, unidas a supersticiones que auguraban toda clase de desdichas y infortunios a todos aquellos que no estrenaran ropa durante la Pascua (incluso en la época Tudor había un dicho en el que se instaba a estrenar ropa nueva bajo la maldición de que, si no se hacía, las polillas se comerían las ropas usadas).
Así que para cumplir esta tradición de Pascua, las damas victorianas desplegaban toda su elegancia luciendo nuevos vestidos, sombreros y capas, con los más lujosos tejidos siguiendo las últimas modas de París.
Cottage bonnet. Cropped Fan – Giovanni Costa
Pero estrenar ropa no era tan fácil para las familias mas humildes victorianas, sobre todo para las mujeres, ya que la confección de sus vestidos no sólo implicaba muchas horas de trabajo, sino también un gasto monetario en telas, adornos y demás complementos.
Ante esta imposibilidad, y tal y como suele suceder, el ingenio se impuso a las dificultades y las jóvenes idearon como estrenar una nueva prenda sin incurrir en grandes gastos: reciclando sus sombreros de tal modo que parecieran completamente nuevos. Y así nació lo que posteriormente se conoció como Easter Bonnet, o Bonete de Pascua.
Tan popular se hizo el sombrerito que incluso en la revista Vogue, en 1896, apareció un poema titulado Al Bonete de Pascua, en el que el autor expresaba su felicidad al ver a tantas mujeres lucir sombreros nuevos y coloridos el día de Pascua
Ah, me! It is a wondrous thing,
That little Easter bonnet.
Why, all the flowers of joyous spring
Are fastened there upon it.
Just what the name of each may be
I do not know at all.
But I would call the whole — let’s see —
Well — Horticultural Hall.
But let me stop. It pleases her,
And see this kiss she tossed me.
It’s worth ten thousand bonnets, sir,
No matter what they cost me.
A Fair Maiden – Giovanni Costa
El poeta sugiere que ver uno de estos lindos bonetes es como tener delante una explosión primaveral. Esto sucedía porque las mujeres utilizaban todo tipo de coloridas flores como adorno.Estas flores se combinaban con velos, encajes, piezas de ganchillo, tissues y muselinas, brillantes lazos de satén, piezas de seda, plumas de vivos colores y para las más atrevidas aderezos con pequeños pájaros, incluso con su nido. Todo adorno era válido para convertir viejo bonete en un espectacular Easter Bonnet.
Además, dependiendo del tipo y diseño del bonete, este admitía diferentes tipos de ornamentación. Los bonetes más comunes eran los denominados cottage bonnets, hechos de paja, sin tintado, adornados con diferentes tipos de lazos y que se ataba bajo la barbilla con una pequeña lazada.
La función de este bonete, de diseño sencillo, era cubrir la cabeza y enmarcar la cara de la dama sin que los ornamentos le restaran protagonismo a su cara, resaltando la frescura y belleza de su rostro. Algunos de estos bonetes eran posteriormente forrados con rasos. Eran los bonetes más típicos de la moda Regencia.
Cottage bonnet. The New Fan – Giovanni Costa
Los poke bonnets eran bonetes más grandes y llamativos que los cottage bonnets, con un saliente en su parte delantera a modo de visera que cubría toda la cara y protegía la piel del sol. Algunas veces de esta visera salía un pequeño velo bordado cubriendo la cara parcialmente o por completo. Estaba hecho de paja, aunque, a diferencia del cottage bonnet, la paja se cubría con encajes u otras telas, como el terciopelo.
Las primeras referencias a los poke bonnets aparecen a comienzos del siglo XIX, aunque su uso se extendió más allá de la primera mitad del siglo, ya que la línea de su diseño estaba en consonancia con el tipo de sombrero que le gustaba usar a la Reina Victoria.
Poke bonnet. Figure Study- George Morton
Los tall crowned bonnets eran uno de los modelos preferidos por las damas, ya que su parte posterior elevada permitía todo tipo de adornos y ornamentos, como elaborados encajes, grandes lazos con lazadas y guirnaldas de flores.
Admitía casi todo tipo de tejidos para su confección, aunque dado el diseño del bonete, hecho para impresionar, se preferían los tejidos más lujosos. Estaban diseñados para ocultar una parte de la cara y para que la dama pudiera recoger y ocultar casi totalmente su cabello. Se sujetaba bajo la barbilla usualmente con una gran lazada.
Tall crowned bonnet. Giovanni Costa
Los drawn bonnet estaban hechos de sedas, rasos o terciopelo, con fruncidos o volantes posteriores o enmarcando el rostro, ya que su diseño estaba concebido para realzar el óvalo de la cara – a veces utilizando pequeñas flores interiores cosidas a un delicado velo bordado. La tela era lisa, sin estampados y como único adorno solían llevar una pequeña flor o una pluma a juego con el color del sombrero, ya que los fruncidos eran más que suficientes para lograr que el sombrero destacase.
Era el más discreto en lo que a ornamentación se refiere pero quizás de los más llamativos en cuanto a confección. Como todos los bonetes se sujetaba al cuello con un lazo.
Drawn bonnet. Euphemia White Van Rensselaer – George P.A. Healy
Todos los bonetes admitían retoques, mejoras y nuevos adornos y ornamentos, y gracias a ellos, las mujeres victorianas, independientemente de su clase social podían sentir como si su vestuario fuese nuevo y cumplir con la tradición de estrenar algo nuevo en Pascua.
Desde La Casa Victoriana queremos desear a todos nuestros subscriptores y visitantes un feliz día de Pascua.
Y no olvideis visitarnos en nuestras redes sociales, porque estrenamos tablero en Pinterest con 100 pines dedicados a las preciosas postales victorianas de Pascua.
Coincidiendo con la festividad del día de San Patricio, desde La Casa Victoriana queremos hacer nuestro particular homenaje a la isla esmeralda con un artículo sobre uno de los ornamentos de confección original irlandesa que se pusieron de moda en el siglo XIX : el Irish Crochet o ganchillo irlandés.
Aunque la población irlandesa padeció varias hambrunas en su historia, la sufrida en la primera mitad del siglo XIX fue realmente devastadora y trajo graves consecuencias sobre la sociedad irlandesa, entre ellas un importante descenso de la población provocada por los fallecimientos y la emigración masiva.
La pobreza instalada en la mayor parte de los hogares rurales irlandeses hizo que el ingenio, principalmente de las mujeres, buscara nuevas formas de ingresos para el hogar y una de ellas fue con una habilidad para la creación de bellos complementos realizados con la técnica del crochet.
Hay diferentes teorías sobre como la habilidad del ganchillo se convirtió en una tradición en Irlanda. Una de ellas señala a las monjas ursulinas como introductoras de la técnica, aunque otras apuntan a la hija de un noble franco-español y de una irlandesa, Mademoiselle Riego de Blanchardiere, como la verdadera inventora de lo que posteriormente se denominó Irish Crochet.
El Irish Crochet era la labor mediante la cual, con pequeñas agujas, se creaba una pieza, siguiendo una serie de patrones o plantillas que se repetían, y que posteriormente se unían para formar una pieza mayor. La unión de esas piezas formaban una figura determinada dependiendo de cual fuera el objetivo buscado, un pequeño bolso, un chal, un paño, una colcha…
La habilidad irlandesa para el crochet fue refinándose pasando de confeccionar piezas más sencillas a auténticas obras de arte que semejaban los encajes más elegantes y que les permitían elaborar desde mangas, cuellos o chales hasta blusas o vestidos completos.
En las familias irlandesas no sólo ganchillaba la madre y las demás mujeres de la casa sino también otros miembros de la familia, entre ellos los más pequeños, ya que era un modo de aportar ingresos a la unidad familiar tan necesitada de obtenerlos.
En la exigente sociedad victoriana, el Irish Crochet Lace se consideraba un buen trabajo de costura pero cuya calidad no se podía comparar con otros encajes más selectos. Su popularidad era grande entre las clases trabajadoras y rurales, porque permitía adornar bonetes, sombreros y otras prendas haciéndolas más vistosas con materiales más baratos que los de los encajes tradicionales y que podían ser hechos por ellas mismas. Por este motivo las damas de clase alta lo consideraban el hermano pobre del encaje, y no propio de una mujer elegante y con clase.
Pero esta percepción cambió el día que la Reina Victoria decidió prender una pieza de ganchillo irlandés como adorno de uno de sus sombreros. A partir de ese momento esta técnica se popularizó hasta límites insospechados y no había mujer de la alta sociedad que no luciera una de estas piezas como vestuario u ornamento, ni casa donde las mujeres no aprendiesen a confeccionarlo, independientemente de la clase social a la que pertenecieran.
No olvidemos el inmenso cariño que los ingleses sentían por la familia real y la reina en especial, cuya ropa, costumbres y comportamientos eran imitados por todas las clases sociales.
Este crochet se realizaba con tres hilos de diferente grosor: un hilo fino para confeccionar los diseños, uno más grueso y resistente para unir todas las piezas y uno muy fino para rellenar espacios entre las piezas, con dibujo de red u otros diseños. Este último paso se solía hacer sobre papel en un bastidor, ya que era un paso más delicado y requería mucha pericia para dar ese acabado final de encaje.
El encaje irlandés pronto se convirtió en una industria que exportaba piezas de ganchillo no sólo a Irlanda y Reino Unido, sino a otros países de Europa, como la exigente Francia, que pronto lo convirtió en moda, y a Estados Unidos, donde hubo una floreciente industria del sector.
Los patrones y técnicas más laboriosas eran guardados con un halo de secretismo y transmitido sólo a los miembros de la familia e incluían modelos de diferentes tipos de flores, hojas e intrincados y, al mismo tiempo delicados, diseños originales.
Esta industria, alimentada del trabajo casero de las mujeres y familias irlandesas, comenzó a decrecer con la llegada de la maquinaria industrial textil que, con menos costes y de manera casi automática podía tejer piezas grandes y de diseños más complicados.
Muchas de las preciosas piezas de ganchillo irlandés están expuestas en museos, incluidas las bufandas que fueron entregadas a destacados soldados de las guerras Boer, tejidas por la propia reina, que se refugió en las labores de ganchillo como remedio para superar la muerte de su esposo el Príncipe Alberto.
En la actualidad se siguen publicando libros de patrones y diseños de encaje irlandés, existiendo, además, infinidad de blogs y talleres donde se recupera esta técnica decimonónica para aplicarla a todo tipo de diseños y complementos.
La Casa Victoriana desea a todos sus subscriptores y visitantes un Feliz día de San Patricio, y para celebrarlo estrenamos tablero en Pinterest con una colección de las más tiernas y victorianas tradicionales postales de felicitación.
«The number of languid, listless and inert young ladies who now recline upon sofas is a melancholy spectacle; it is but rarely that we meet with a really healthy woman«
The Women of England, Elizabeth Ellis
Durante el Romanticismo, las mejillas sonrosadas naturales o fruto del maquillaje dieron paso a una moda donde una enfermiza palidez se convirtió en un extaño sinónimo de belleza juvenil.
Si una joven no era lo suficientemente afortunada para mostrar en su cara los síntomas de haber sufrido por amor, lo cual se consideraba un aspecto glamuroso, estaba dispuesta a hacer cual cosa para conseguirlo, desde beber vinagre para procurarse una palidez sepulcral, a pasar las noches en vela sollozando con poemas de amor. Además podía conseguir una mirada ligeramente ausente poniendo unas gotas de belladona en sus ojos. Esta planta recibía su nombre por su capacidad de proporcionar una imagen bella de la mujer, dilatando sus pupilas, limpiando la mirada y dotándola de un aire poético y romántico.
Los efectos secundarios de la belladona eran devastadores, causando ceguera y parálisis. Otras sustancias utilizadas para la piel y los labios , como el óxido de zinc, el mercurio, el antimonio y el sulfuro de plomo eran utilizadas en productos de belleza , provocando graves problemas de salud a largo plazo.
Desgraciadamente, el aire ausente y supuestamente romántico que les proporcionaba a las jóvenes llegó a estar tan de moda, que cualquier riesgo era pequeño comparado con el glamour de un aspecto enfermizo y de deliberada tristeza.
Jane Austen, siempre adelantada a su tiempo, marcó un antes y un después en la nueva imagen de la mujer con la descripción admirativa que Mr Darcy hacía de Lizzie Bennet, donde destacaba su naturalidad, su frescura y su aspecto saludable después de su caminata de casi tres millas en Orgullo y Prejuicio, sugiriendo que no había nada mejor para el aspecto de una mujer que el aire libre y el ejercicio.
Esta mujer tenía una tez sonrosada, un aspecto natural y una expresión risueña, incluso un poco infantil. Una belleza saludable muy alejada de la palidez enfermiza. Según los nuevos manuales de belleza, una mujer bonita debía mostrarse tal y como era, ya que las pinturas y ungüentos sólo servían para estropear sus rasgos naturales; una mujer bella no necesitaba en absoluto del maquillaje para agradar.
Pronto, como en todas las modas, apareció un icono de belleza que era un compendio de todas esas virtudes: Miss Maria Foote, una actriz más reconocida por su aspecto y su apariencia que por sus méritos artísticos.
Miss Maria Foote, actriz
La rígida moral victoriana comenzó a asociar el maquillaje como un signo de vulgaridad propio de cortesanas y prostitutas, y por ese motivo, ninguna mujer que se considerase elegante y decente debía utilizarlos.
Para tratar de disimular sus imperfecciones y mostrar un rostro fresco, de piel de porcelana y mejillas rosadas, las mujeres comenzaron a acudir a los remedios y productos naturales. Los kitchen gardens, o huertas caseras, proporcionaban todo lo que una joven necesitaba: lavandas, rosas y lirios para obtener agua de perfume, almendras para extraer su aceite, cera para amalgamar los preparados y conseguir nutritivas cremas, limones mezclados con clara de huevo o crema de leche y azúcar como exfoliantes y purés de pepino para obtener mascarillas.
Lola Montez, más tarde Condesa de Lansfeld, c.1836
Y de nuevo, esta nueva corriente de belleza natural estaba representada por un nuevo modelo al que imitar, Eliza Rosanna Gilbert, actriz y bailarina irlandesa, famosa por sus actuaciones como bailarina española con el nombre artístico de Lola Montez. La artista, más conocida por sus escándalos en las cortes europeas que por su calidad interpretativa, poseía 26 de las 27 características consideradas esenciales por los manuales de belleza de la época, para tener una belleza perfecta, las llamadas three times nine.
Pero la misma sociedad victoriana que animaba a las mujeres a dejar su cara limpia de maquillaje, convirtió la fabricación y venta de cosméticos en un floreciente negocio que proporcionaba un sinfín de beneficios a empresas y particulares, que se anunciaban en prestigiosos periódicos y revistas.
Ninguna mujer decente reconocería su uso, pero el ansia por estar atractivas las llevó a usar pociones y pomadas que les proporcionaban discretamente sus médicos o boticarios, con formulaciones propias, o bien adquirían a compañías británicas o extranjeras cuyos productos eran enviados por correo.
Mujeres de todas las edades no dudaban en probar todo tipo de cremas, sin garantía médica y que los avariciosos fabricantes comercializaban sin ningún tipo de prueba previa. Sustancias como el arsénico, el mercurio o el bismuto pasaron a ser ingredientes destacados de todo tipo de lociones de belleza, y, a pesar de que muchos médicos avisaban de los peligros de parálisis facial, amarilleo y acartonamiento de la piel, pocas eran las que abandonaban su uso. Cualquier riesgo era mínimo ante el objetivo de estar atractivas en todo momento.
A mediados del siglo XIX, la cruzada pública – que no privada – contra el maquillaje era más intensa que nunca. Se defendía una imagen femenina sin rastro de crema o pintura y un aspecto saludable, casi rollizo. La imagen fresca y aniñada fue sustituída por una más modesta y fácil de ser copiada: la de una dama no tan joven, que irradiaba salud y la felicidad que le proporcionaba el cumplimiento de sus deberes conyugales y familiares.
Al más puro estilo de la Reina Victoria, paradigma de la auténtica dama y modelo a seguir por los victorianos, las mujeres como Madame Montessier representaban perfectamente esta idea.
Madame Montessier, pintada por Ingres
Esta prohibición moral del uso de la cosmética y el deseo de obtener la belleza que la genética no había proporcionado fuera cual fuera el precio a pagar, hizo que embacaudores y charlatanes se aprovecharan de las damas cuyo máximo deseo en la vida era estar radiante para lograr un matimonio ventajoso, o en todo caso, un marido.
Una de las consejeras de belleza más famosas de la época fue Madame Sarah Rachel Leverson, más conocida como Madame Rachel. Su salón estaba en el número 47 de New Bond Street y por ella pasaban las damas más destacadas de la sociedad londinense. Su método de venta directa, sin intermediarios, proporcionaba a las damas productos supuestamente milagrosos, elaborados según formulaciones propias, además de consultas personalizadas para aconsejar a las damas sobre cuáles eran los tratamientos más adecuados para cada necesidad.
A su salón llegaban acaudaladas damas, en lujosos carruajes y cubietas con tupidos velos para no ser reconocidas – no olvidemos que una dama bella por naturaleza no necesitaba artificios para brillar y que además la cosmética era cosa de mujeres mundanas.
Se decía que entre sus más destacadas clientas de estaban la Reina Victoria y la Empreratriz Eugenia de Francia. Fuera cierto o no, Madame Rachel alentaba los rumores para dar más popularidad a su negocio y poder cobrar precios desorbitados por productos con nombres exóticos, que no pasaban de ser agua perfumada o cremas inocuas, en el mejor de los casos, o productos altamente tóxicos en otros.
Pero el verdadero negocio de esta mujer no estaba en la venta de cosmética: sibilinamente se aprovechaba de la ingenuidad de sus preocupadas clientas para que les contara secretos íntimos, chismes de la sociedad y cualquier hecho del que ella pudiera sacar provecho mediante un posterior chantaje.
Ninguna de las damas acudía a la policía por miedo a que su secreto fuera revelado y a ser víctima de la burla pública por acudir a una consejera de belleza. Todas cedían al chantaje de la mujer que les había prometido que con su ayuda serían Beautiful For Ever, como rezaba el eslogan de su negocio.
Fue finalmente la viuda de un oficial del ejército indio, a quien Madame Rachel había enredado para que se carteara con un aristócrata inglés, presuntamente enamorado de ella, quien la denunció, al descubrir el engaño, verse expuesta al escarnio público y privada de la herencia que le correspondía.
El reinado del fraude de los productos de belleza supuestamente exóticos y carísimos, que prometían milagros de belleza en pocas semanas, terminaba con un escándalo de chantajes y mentiras, cuya cabeza visible fue Madame Rachel y su negocio.
O quizás nunca terminó, sino que se fue reinventando a lo largo de los siglos hasta nuestros días y otras Madame Rachel siguen ganando dinero a costa de crear inseguridades femeninas.
La época Victoriana no está tan lejana…
La fuente de gran parte de esta entrada en un interesante librito sobre el uso de la cosmética desde el siglo XVI hasta los años 50, escrito por Sarah Jane Downing y editado por Shire Library. Ameno, fácil de leer y profusamente ilustrado con iconos de belleza de todas las épocas.
Podría segurar casi al 100% que no está editado en español, pero merece la pena disfrutar del trabajo de Downing en su edición original.
En primer lugar, me gustaría daros las gracias a todos y a todas por la gran acogida que le habéis dispensado a la entrada sobre Edgar Allan Poe y su obra El Cuervo. Me he sentido desbordada por el número de visitas y sobre todo muy halagada por las reseñas sobre el blog que han aparecido en otras bitácoras y páginas relacionadas o no con la estética y la cultura victoriana.
Por primera vez, desde su apertura, La Casa Victoriana se convierte en una casa de modas, en un desfile que hará un breve recorrido por la moda femenina y masculina del siglo XIX, sus sombreros, zapatos, corbatas y ropa interior.
En la red hay muchas y muy buenas páginas relacionadas con la moda victoriana con abundante y detallada información por lo que aquí condensaré con breves pinceladas y definiciones un siglo de moda masculina y femenina, intentando exponer de forma breve una de las características destacadas de una sociedad que descubrió en la moda no sólo un mero vehículo estético sino que utilizó ésta como método diferenciador entre las clases sociales.
Modistas, sastres, casa de moda, los primeros diseñadores y desfiles y por supuesto los comerciantes vieron en la pasión por la moda un gran negocio, lo que ayudó a crear el germen del desarrollo de industria textil en el siglo XX.
Comenzamos haciendo un breve resumen por la moda femenina desde principios de siglo hasta los albores del siglo XX.
Alrededor de 1800 el estilo de vestido que estaba en boga en Europa era el denominado estilo imperio – empire gown– más identificado con el periodo de la Regencia que con la Era Victoriana.
El diseño era sencillo, con la cintura muy alta, anudada bajo el pecho, sin marcar la figura, con un largo hasta los tobillos dejando ver los pies. Las mangas cortas tipo farol o largas ajustadas. Bajo el vestido, elaborado con telas muy finas como la muselina, se usaban ligeras enaguas de algodón y una especie de sostén llamado zona para sostener el pecho.
Para protegerse del frío las damas utilizaban abrigos de lana fina; uno de los modelos más utilizados era una chaquetilla corta del tipo torera, habitualmente con mangas abullonadas y doble botonadura. En otras ocasiones los vestidos se cubrían con chales – shawls.
Los mobcaps o cofias de algodón blanco tan populares en el siglo XVIII y los primeros años del XIX utilizados para cubrir la cabeza en el interior del hogar y posteriormente utilizados por el servicio, fueron paulatinamente evolucionando hacia los bonnets, un sombrero de ala ancha que se ataba con una lazada bajo la barbilla. El bonnet se confeccionaba en varios estilos : el cottage bonnet un bonete tipo campesino, hecho de paja y adornado con sencillez, el sun bonnet, más ancho para proteger la cara de los rayos solares, el drawn bonnet, un gorro más elegante y elaborado, típico de las damas victorianas de ciudad, el poke bonnet, o bonete con un velo muy fino que cubría el rostro y el elaborado y recargado tall-crowned bonnet, con la parte posterior más alta y muy ornamentado con flores, lazos y telas. Los materiales utilizados para confeccionarlos eran terciopelo, satén, algodón, gasa y paja.
A medida que avanzaban los tiempos y la sociedad industrial adquiría un mayor nivel adquisitivo, los trajes fueron haciéndose más recargados, con vistosos bordados, telas llamativas y caras como el terciopelo y la seda de colores, mientras que lazos y azabaches dotaban de un espectacular acabado a trajes como los flounced dresses, vestidos de faldas de capas o volantes. Estos vestidos, contrariamente a los empire gowns, eran muy ajustados al cuerpo, de mangas largas marcando la cintura con chaquetas estrechas y ceñidas a la cintura. El amplio vuelo de las faldas se conseguía con enaguas de aros o crinolinas. Su longitud era larga, sin dejar ver los pies de las damas.
Fueron también muy populares en esta época los vestido de princesa, princess dress, largos, de una sola pieza con un cuerpo ajustado y una falda con crinolina. Una característica distintiva del vestido era su botonadura que iba desde la parte superior hasta los pies.
Hacia la segunda mitad del siglo, sobre 1870 un nuevo estilo de vestido se hizo muy popular: el hourglass dress. Su forma de reloj de arena con un cuerpo muy ceñido, destacando el busto y la cintura para hacerse más ancha en las caderas la proporcionaba no sólo el vestido sino también los corsés que tan de moda se pusieron – y tantos problemas de salud le causaron a las mujeres.
Para acentuar aún más la estrechez de la cintura, el vestido se ancheaba en las caderas y a la altura del trasero con la ayuda de un polisón. El vestido era largo y se estrechaba a la altura de los tobillos, lo que hacía difícil caminar. Para complicar aún más las cosas hacia 1880 el vestido se hizo más largo, y el polisón y la falda incrementaron su tamaño, pero con el corsé lo más apretado posible para contrastar pecho, cintura y cadera, creando una figura casi imposible.
La similitud de la figura de la mujer con un reloj de arena hizo que a este tipo de vestido se le llamara hourglass figure dress.
Los materiales utilizados eran sedas, satén y bordados para las ocasiones formales y lana, algodón y terciopelo para los paseos. Los sombreros eran pequeños, de ala corta pero muy recargados en sus adornos, con plumas, guirnaldas e incluso ¡pájaros!. De hecho fue famosísimo el denominado bird’s nest hat, sombrero nido de pájaro, por llevar en su parte superior uno o dos pájaros en sus nidos – no vivos, of course!
Por esta época y como complemento de la ropa de fiesta se pusieron de moda los turbantes de seda, adornados con joyas, plumas y flores, influenciados por la cultura hindú.
En la última década del siglo, la mujer comenzó a liberarse poco a poco de las incomodidades de los polisones y las crinolinas, sustituyéndolas por simples enaguas y pantaloncitos o drawers más adecuados para usar trajes más cómodos y prácticos. La mujer comenzaba a incorporarse paulatinamente al mundo laboral administrativo y necesitaba libertad de movimientos.
Las vistosas exageraciones de mitad de siglo dieron paso a trajes con twill walking skirts,faldas circulares, ceñidas con un cinturón y acampanadas en la parte inferior, ligeramente más cortas que sus antecesoras, dejando ver sus botines.
Completaba el vestuario de esta nueva mujer una blusa de cuello alto y mangas abullonadas y una chaqueta corta y ajustada. La cabeza se cubría con un sencillo sombrero pequeño y poco adornado o por un simpático sombrerete de paja de nominado straw sailor hat, únicamente engalanado con un lazo o una pluma pequeña.
Los complementos más utilizados por las mujeres victorianas eran los parasoles y los pequeños bolsos, tipo bombonera, drawstring hangbag, adornados con azabaches y hechos de satén y terciopelo, con elaborados bordados, abanicos y mutones, fur muffs.
Como hemos visto poco a poco el proceso de revolución industrial y la incorporación de la mujer a la vida social más allá de la anfitriona casera y madre de familia fueron moldeando los diseños de la moda a través de los años, pero también creando un nuevo modelo de negocio muy lucrativo, que no ha dejado de crecer en los siglos sucesivos.