Venenos victorianos I: arsénico, el verde mortal

Comenzamos una serie de artículos dedicados a los venenos de uso cotidiano durante la época victoriana y las consecuencias que tuvieron para la salud de todos aquellos que tuvieron la desgracia de estar en contacto con ellos.

El primero de esta serie está dedicado al «verde mortal», el arsénico, omnipresente en los hogares, los talleres y las boticas del siglo XIX.

Nuevos colores para damas atrevidas

Los vestidos de la mayoría de las damas victorianas de principios del siglo XIX se confeccionaban en pequeños talleres de costura o estaban hechos por modistas que no sólo cosían sino que diseñaban los modelos que posteriormente se lucirían en los mejores salones londinenses. Pero con la aparición de las empresas textiles y la irrupción de las casas de diseño, los diseñadores de renombre y los grandes almacenes, como Selfridges, hicieron de la moda un producto de consumo masivo y un bien asequible para todas las mujeres.

Toda dama podía adquirir un bello vestido. Evidentemente su exclusividad y la calidad de sus telas y bordados irían en consonancia con lo que estuviera dispuesta a pagar. Esto hizo que el oficio de costurera fuera uno de los más demandados, aunque estas trabajadoras fueran tremendamente explotadas: mal pagadas, con jornadas interminables que abarcaban los siete días de la semana, a pesar de realizar un maravillosos trabajos artesanales apenas reconocidos.

El afán por destacar y ser la más bella de una reunión o de un baile hizo que las damas victorianas buscaran cada vez diseños más atrevidos con colores llamativos. Descartados los tenues colores pastel y la discreta elegancia de los tonos oscuros, la demanda se centraba en los pigmentos que transformaban un vestido sencillo en uno deslumbrante, tintado con rojo escarlata, vibrante púrpura, luminoso azul añil o brillante verde esmeralda. El objetivo era no solo ser la más elegante sino causar una tal impresión entre los asistentes a un evento que la dama se convirtiera en el centro de atención esa noche y en la protagonista de los comentarios de todas las reuniones a lo largo de la semana.

Los talleres textiles se esforzaban por ofertar los tejidos más deslumbrantes, no escatimando en tintes tanto para las telas más baratas como el algodón, como para las más caras como la piel, la seda, la muselina y los encajes, sin olvidar las cintas de satén y otros complementos para que combinaran con el vestido.

El verde mortal💀

El esmeralda venenoso

A mediados del siglo XIX se comenzó a utilizar el arsénico como tinte verde para los vestidos.
Esta sustancia, que se mezclaba con cobre, cobalto y estaño, realzaba el color de los trajes, dotándolos de un brillo extraordinario. También se usaba para tintar los complementos, como flores, diademas para el pelo o guantes.

Pero este precioso color esmeralda, conseguido con esta mezcla de productos, era de una gran toxicidad. Las costureras eran las más perjudicadas, ya que tenían que trabajar horas y horas cortando, cosiendo las telas, y dando los toques finales a los diseños. Las consecuencias eran terribles: no solo afectaban a la piel sino a los ojos, boca, pulmones y mucosas nasales. La piel sufría unas heridas irreversibles y las mujeres afectadas acababan vomitando un horrible líquido verde.

En la época se registraron varios fallecimientos de costureras por envenenamiento con arsénico. En las imágenes podemos ver el estado de las manos de las modistas después de trabajar asiduamente los tejidos tratados con estos tintes y una de las ilustraciones de John Tenniel en la que se denuncian las consecuencias mortales del trabajo de estas mujeres: para que las damas lucieran bellas las modistas agonizaban hasta la muerte.


Para las damas que usaban los vestidos las consecuencias eran tremendamente insalubres, ya que el contacto de la tela con la piel provocaba problemas dérmicos, oculares y respiratorios. Lo mismo sucedía a los caballeros que se relacionaban con ellas durante una velada, porque el polvo de arsénico del tejido quedaba en suspensión en la habitación.

El servicio doméstico, especialmente la dama de compañía que vestía y peinaba a su señora, y las empleadas encargadas de la lavandería y planchado de la ropa sufrían los mismos daños. Aunque, a diferencia de las costureras que manipulaban muchas horas los tejidos, el servicio doméstico solo estaba expuesto al veneno de forma ocasional.

Esta ilustración, del satírico The Punch, hace alusión al riesgo por envenamiento al que estaban expuestos todos los asistentes a un baile si estaban en contacto con una dama que llevara el tinte mortal.

Two skeletons dressed as lady and gentleman. Etching, 1862. Credit: Wellcome Library, London.

Las habitaciones tóxicas

Desgraciadamente, la presencia del arsénico no estaba solo en la moda, ya que también se utilizaba para los tintes del papel pintado que decoraban las habitaciones victorianas. El pigmento verde, conocido como verde Scheele, que dotaba de tan bello color al papel iba envenenando lentamente a los miembros de la familia. Como era un color especialmente alegre, era frecuente encontrarlo en las habitaciones infantiles y en la pintura de algunos juguetes donde poco a poco, y a medida, que se iban desprendiendo los pigmentos causaba graves problemas de salud a los más pequeños, además de nauseas e irritaciones dérmicas. Uno de los casos más tristes sucedió en un hogar londinense en 1862, donde los niños de una familia fallecieron después de ingerir trozos de papel pintado tintados con el verde mortal.

Si esto no fuera suficiente, había comedores tapizados casi por completo en telas teñidas con verde arsénico, con sus correspondientes cortinas y mantelería combinando en el mismo tono, y habitaciones en las que, además del mencionado papel, el verde lucía en colchas, alfombras y cojines.

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