Los Vinegar Valentines: cuando el amor se convierte en odio

Siempre que pensamos en la festividad de San Valentín victoriana nuestra imaginación nos lleva a un mundo de flores, querubines, poesías y tarjetas tan ornamentadas que dejarían perplejo al romántico más exigente.

En La Casa Victoriana hemos dedicado varios artículos a las tradiciones, curiosidades y protocolos del día del amor por excelencia. Pero hoy nos adentraremos en un escenario más oscuro que sentimental, el de los Vinegar Valentines, tarjetas insultantes que en vez de transmitir amor incondicional propagaban odio sin fin.

¿Qué eran losVinegar Valentines?

Los Vinegar Valentines eran tarjetas de felicitación satíricas y ofensivas que se popularizaron a mediados del siglo XIX, con el nombre de Comic Cards o Insulting Cards. Este tipo de tarjetas, a diferencia de las postales tradicionales de San Valentín que expresaban amor y afecto, estaban diseñadas para burlarse y ridiculizar al destinatario y contenían un verso mordaz o una caricatura que pretendía humillar a la persona a la que se referían.

Como no podía ser de otro modo, y tal y como ocurre en la actualidad, habitualmente se enviaban de forma anónima, siendo los remitentes un caballero o una dama, ya que el despecho y la venganza por haber sido rechazado no tenía género.

Los materiales para engalanar las tarjetas románticas como encajes, tul, lazos y flores secas desaparecían para dejar unas cartas impresas en papel barato, desprovistas de todo boato. Las ilustraciones eran de mal gusto, incluso groseras y los poemas que las acompañaban eran sarcásticos y realmente desagradables, aludiendo, con un supuesto tono humorístico a algún defecto físico, discapacidad o rasgo de carácter del destinatario.

También se enviaban notas haciendo referencia a la profesión del receptor de la carta, su estatus social o a alguna desgracia que le hubiera ocurrido. Muchas de estas postales se hacían por encargo y estaban personalizadas para poder causar el mayor daño posible a la persona a la que iban dirigidas.

¿Por qué el nombre de VinegarValentines?

El nombre viene de la práctica de utilizar vinagre para teñir las tarjetas y darles un aspecto envejecido. Esta técnica consistía en sumergir la postal en una mezcla de vinagre y agua, lo que no sólo añadía un tinte distintivo, sino que también ayudaba a preservar el delicado papel. Lo ideal para una tarjeta de buena calidad era que el papel tuviera un toque púrpura, ya que durante la época victoriana, el color púrpura simbolizaba la riqueza y el lujo. Ese matiz de color diferenciaba un papel caro de otro que no lo era.

Sin embargo, los pigmentos morados eran bastante caros y poco accesibles para la población en general. Por eso se recurría al vinagre, un ingrediente doméstico fácil de conseguir, para crear una alternativa económica. Las propiedades ácidas del vinagre reaccionaban con ciertos tintes para producir un tono púrpura. Esto permitía imitar la suntuosidad asociada al púrpura sin arruinarse.

Efectos de la recepción de unaVinegarValentine

Cuando alguien recibía una tarjeta desagradable por San Valentín no solo se sentía insultado y humillado, sino que teniendo en cuenta los despiadados mensajes que podían contener feroces amenazas y perversos comentarios personales, podían crear un estado emocionalmente angustioso para el destinatario.

Además, como la carta era anónima, la víctima se sentía acechada y acosada sin tener la certeza de quien de todos los que la rodeaban podían albergar tanto odio hacia ella y, al mismo tiempo, mostrar una actitud cariñosa en su presencia, creando un estado de miedo constante que podía tener consecuencias a largo plazo en el bienestar mental de las personas implicadas.

En una sociedad tan encorsetada como la victoriana, la recepción de este tipo de tarjetas no siempre creaba una conexión de compasión con el destinatario sino que servía para levantar todo tipo de susceptibilidades, sospechas y rumores incluso entre los más allegados al destinatario. Amigos, conocidos e incluso parejas sentimentales podían distanciarse debido al contenido hiriente de estas tarjetas.

Contenido de las VinegarValentines

El lenguaje de las flores
Durante la época victoriana, el lenguaje de las flores se convirtió en una forma popular de transmitir sentimientos y emociones. Sin embargo, algunos individuos tergiversaron esta tradición para enviar mensajes con connotaciones negativas. Por ejemplo, la inclusión de ciertas flores, como el cardo o la rosa amarilla, podía significar desdén o rechazo en lugar de afecto.

El envío de rosas negras

Las rosas negras, aunque no son un color natural de las flores, se creaban a menudo tiñendo rosas blancas o rojas con tintes oscuros. Estas rosas se consideraban misteriosas y raras, y se asociaban con los peores presagios.

Enviar una rosa negra conllevaba un mensaje específico que no era difícil malinterpretar. La rosa negra simbolizaba la muerte, el luto y el amor trágico. Representaba la pérdida de un ser querido, un corazón roto o el final de una relación romántica. Mientras que las rosas rojas se asociaban con el amor apasionado y las rosas blancas simbolizaban la pureza, las rosas negras transmitían una sensación de pena y dolor.

Enviar una rosa negra en San Valentín era un gesto conmovedor. Hablaba de un amor no correspondido o perdido, expresando el dolor y la nostalgia asociados a un corazón roto. Algunos creían que regalar una rosa negra en este día podía cerrar relaciones pasadas y servir como estímulo para seguir adelante.

Composiciones ofensivas
Como comentamos anteriormente, estas composiciones utilizaban un lenguaje insultante, usando chistes ofensivos para menospreciar o burlarse del destinatario de todas las formas posibles. No se ahorraba en crueldad ni en insensibilidad; el objetivo era hacer daño y humillar al destinatario y que este fuera consciente del desprecio que su persona causaba en el remitente. El anonimato animaba a enviar mensajes maliciosos sin miedo a ser identificados.

Tarjetas de San Valentín ‘Penny Dreadfuls
Los ‘Penny Dreadfuls‘ eran publicaciones baratas y sensacionalistas que ganaron popularidad durante la era victoriana. Algunas personas imprimían tarjetas de San Valentín inspiradas en estas publicaciones que presentaban ilustraciones horripilantes y mensajes perturbadores con el objetivo de impactar o asustar al destinatario en lugar de expresar amor o afecto.

Las consecuencias legales de las VinegarValentines

A medida que el Día de San Valentín ganaba popularidad en el siglo XIX, sus festividades y expresiones de afecto fueron objeto de escrutinio y regulación por parte de las autoridades, que creían que estas eran cada vez más exageradas y chocaban con las normas más elementales de la moral victoriana. Para que las celebraciones se mantuvieran dentro de los límites de una conducta aceptable se establecieron varias normas para mantener los valores conservadores y poner freno a las muestras románticas en público.

Una de las leyes más importantes relacionadas con San Valentín fue la Obscenity Act de 1857. Con esta ley se pretendía controlar la difusión de material explícito de contenido amoroso que pudiera rozar la obscenidad, pero también las tarjetas de talante ofensivo e insultante. Esta ley castigaba tanto la producción de estas tarjetas como su envío si se descubría el remitente, y también evitaba la publicación en periódicos de anuncios ofensivos donde se manera pública se ofendiera a cualquier ciudadano.

Como podéis ver no todo era almíbar en el día de San Valentín, pero desde La Casa Victoriana os deseamos un Feliz día de San Valentín, lleno de buenos deseos para compartir con quien os apetezca hacerlo.

Tenéis más entradas y curiosidades para disfrutar San Valentín en el blog, en el apartado ¡Feliz San Valentín Victoriano!. Recordad seguirnos en nuestras redes sociales: Facebook, Instagram, Twitter y Threads.

Imágenes propiedad de: Royal Pavilion & Museums, Brighton & HoveRoyal Pavilion & Museums, Brighton & Hove. Copyright: CC BY-SA y del Museum of London

El servicio doméstico en la era victoriana I

Como cada año La Casa Victoriana obsequia a todos sus subscriptores y amigos con un almanaque mensual gratuito que se puede descargar pinchando con el botón derecho del ratón sobre cada imagen.

El tema elegido este año es el servicio doméstico en la era victoriana y para acompañar las imágenes nos adentraremos en el mundo de «los de abajo», todos aquellos que con su trabajo conseguían que las casas de las clases más adineradas funcionaran a la perfección.

Como el tema es amplio lo desarrollaremos en entradas posteriores, hoy comenzamos con los puestos, jerarquías y funciones de los empleados del servicio doméstico.

La contratación de los empleados domésticos

La contratación de los sirvientes, tanto masculinos como femeninos, se llevaba a cabo a través de agencias de empleo, referencias personales, recomendaciones, anuncios en periódicos y empresas de registros de sirvientes. Muchos jóvenes de clase humilde, con escasa formación buscaban puestos como empleados domésticos buscando un ingreso estable y un lugar para vivir en la ciudad.

Las familias estaban orgullosas de que sus hijos trabajaran en casas adineradas ya que para ellos significaba tener un trabajo respetable y perspectivas de futuro. Los candidatos a empleado doméstico pasaban por un proceso de selección inicial, con entrevistas donde se evaluaba su carácter, habilidades y referencias.

Aunque los empleadores esperaban que sus nuevos sirvientes tuvieran conocimientos básicos de tareas domésticas y etiqueta, no todos los hogares reclamaban las mismas características de sus empleados, por lo que las agencias se esforzaban en proporcionar los perfiles más adecuados para cada casa. Para los puestos de rango superior se solicitaban experiencia y referencias. Para los de rango intermedio e inferior la capacidad de trabajo duro y los rasgos de carácter era lo más importante.

Los deberes de los empleados domésticos y jerarquías

En los hogares victorianos, los sirvientes domésticos se encargaban de llevar a cabo diversas tareas para garantizar el buen funcionamiento del hogar. Cada sirviente desempeñaba una función específica y tenía responsabilidades distintas.

El servicio doméstico victoriano tenía una clara jerarquía social, en la que cada empleado ocupa estrictamente su lugar y se adaptaba a la disciplina establecida dentro de su ocupación, obedeciendo a su superior en rango. Esta jerarquía proporcionaba orden dentro de la organización de la casa.

Rangos superiores. Dentro de este rango jerárquico estaban el mayordomo, el ama de llaves y la cocinera. Cada uno de ellos administraba su parcela del hogar con autoridad sobre sus subordinados. Tenían habitaciones individuales y separadas del resto del personal.

Rangos intermedios. Los asistentes de cámara y las damas de compañía tenían una consideración superior a las sirvientas y lacayos dentro de la casa, pero compartían con estos las habitaciones y estaban supeditados a las órdenes del mayordomo y ama de llaves.

Rangos inferiores. Las sirvientas, los lacayos y otros miembros del personal subalterno ocupaban puestos inferiores en la jerarquía. Recibían instrucciones de las posiciones superiores y llevaban a cabo las tareas asignadas. Sus viviendas a menudo eran compartidas y estaban ubicadas en las áreas de los sirvientes.

Los principales puestos en el servicio doméstico eran:

Mayordomo. El mayordomo era el jefe del personal masculino y era responsable de administrar la despensa, la bodega y, a veces, las finanzas de la finca. También supervisaban el servicio de mesa durante las comidas y supervisaban a otros sirvientes masculinos. Era una figura respetada tanto por el personal como por los señores de la casa que depositaban en él su confianza para la gestión de los asuntos domésticos y, no pocas veces, para los asuntos personales.

Entre los rasgos inherentes al carácter de un buen mayordomo estaban la lealtad, la discreción y la eficacia para resolver problemas inoportunos.

Ama de llaves. El ama de llaves estaba a cargo de la administración general del hogar. Se encargaban de garantizar la limpieza, la organización y el inventario de los insumos del hogar. Además, supervisaban a las sirvientas y manejaban los presupuestos para los gastos del hogar. Era un figura tan respetada por los señores como temida por todos miembros del servicio doméstico.

Cocinera. El papel de la cocinera era preparar las comidas para el hogar. Eran expertas en la creación de platos y postres elaborados y en la gestión del personal de cocina. La posición de la cocinera era muy apreciada, y su capacidad para crear comidas deliciosas era a menudo un motivo de orgullo para la familia.

Con la ayuda del ama de llaves creaba los menús que se degustaban en las celebraciones familiares. Su mayor dificultad era conseguir unos platos suculentos con las mejores materias primas con los ajustados presupuestos y plazos de que disponía y con un personal de cocina a menudo muy joven y con poca experiencia. La cocina era su reino y ni siquiera el mayordomo o el ama de llaves solían contradecirla. Perder a una buena cocinera era una desgracia que ninguna familia quería sufrir.

Sirvientas. Había diferentes tipos de sirvientas, incluidas las camareras de piso, las sirvientas de salón y las sirvientas de cocina. Las camareras de piso se encargaban de la limpieza y el mantenimiento de los dormitorios, mientras que las camareras de salón se centraban en el mantenimiento de las zonas compartidas por la familia. Las sirvientas de la cocina trabajaban en la cocina y ayudaban a la cocinera con diversas tareas básicas, como limpiar los platos y pelar verduras y patatas.

Lacayos. Las tareas principales de un lacayo eran recibir y saludar a los visitantes, tomar sus abrigos y anunciar su llegada a los anfitriones, tratándolos con la máxima cortesía y asegurándose de que sus necesidades fueran atendidas durante su estancia. Además, recibían formación sobre las reglas de protocolo y buenas maneras en la mesa para que pudieran ayudar con el servicio, los cubiertos y servir las comidas y bebidas durante cenas formales y reuniones.

Los lacayos eran fácilmente reconocibles por su distintivo uniforme, que consistía en una chaqueta por encima de la rodilla, chaleco y pantalones ajustados. Se esperaba que se comportaran con el mayor decoro y se adhirieran a un estricto código de conducta.

Ayudante de cámara. El ayudante de cámara (valet) era más que un asistente personal. Su trabajo consistía en brindar un servicio personal impecable a su empleador, asegurándose de que lucieran lo mejor posible en todo momento con la selección de la indumentaria apropiada para cada ocasión. Se encargaba de supervisar el mantenimiento y la organización del guardarropa del señor, revisando que cada prenda estuviera limpia, reparada y almacenada de manera adecuada y examinando cada prenda en busca de arrugas, manchas o hilos sueltos.

No se olvidaba de los complementos como anillos, relojes, pañuelos y alfileres de corbata. Una de sus labores era ayudar al señor con sus rutinas diarias: preparaba los utensilios de afeitado del señor y agua tibia para su afeitado matutino, preparaba su ropa, pulía los zapatos y preparaba peines y lociones. Como la dama de compañía de la señora se requería que fuese leal y discreto, ya que, por su posición, estaban al tanto de conversaciones personales e información delicada.

Niñeras e institutrices. En los hogares con niños pequeños, se empleaban niñeras (nannies) para velar por el bienestar de los niños. Sus responsabilidades incluían alimentar, bañar y supervisar el tiempo de juego. Las institutrices (governess) se encargaban de instruir los niños mayores con clases de cálculo, escritura y modales. Además ayudaban a las jovencitas a aprender todo lo que se esperaba de ellas para ser una dama: costura, pintura, música, conversación…

Mientras que la niñera solía gozar del cariño de toda la familia y era muy apreciada por los niños, la institutriz representaba una figura de autoridad, que debía ser inflexible y a la que los padres le exigían los más altos estándares para ser contratada habitualmente con un salario bajo para sus funciones y responsabilidades. La niñera podía compartir habitación con los pequeños. La institutriz solía tener un cuarto individual o incluso vivir fuera de la casa familiar.

Damas de compañía. La dama de compañía proporcionaba asistencia y apoyo a la dueña de la casa. Se esperaba que acompañara a la dueña de la casa a los eventos sociales, asegurándose de que estuviera vestida y peinada apropiadamente en todo momento. Siempre estaba presente pendiente de la señora, aunque en un segundo plano. Además ayudaba con la correspondencia personal y la agenda social. 

También desempeñaba un papel crucial en la coordinación del personal, asegurando una comunicación fluida y un funcionamiento eficiente dentro del hogar. Los rasgos de carácter como la discreción, la lealtad y la confiabilidad eran muy valorados en una dama de compañía, ya que solía ser confidente o testigo de situaciones que debían ser mantenidas en secreto. Su estatus dentro de la casa era superior al de los sirvientes, pero inferior al del ama de llaves y el mayordomo.

Desde La Casa Victoriana os enviamos nuestros mejores deseos de felicidad y salud para el nuevo año. Espero que os sea propicio para llevar a cabo vuestros proyectos y cumplir vuestros sueños.

Curiosidades victorianas: objetos peculiares I

En las próximas entradas de La Casa Victoriana haremos un repaso de algunos objetos peculiares de uso diario y decoración que causaron sensación en su momento. Además, en la época victoriana, cada objeto, por funcional que fuera, estaba diseñado y confeccionado para que, además de su utilidad, resultara atractivo estéticamente. Merece la pena recordar no solo estos objetos, que son verdaderas obras de arte, sino las historias que hay detrás de ellos.

Lover’s Eyes Brooches: los broches con miniaturas de ojos

Estos broches representaban la pintura de un ojo en miniatura enmarcado en joyas de oro, con perlas o piedras preciosas enmarcadas. El ojo pintado solía ser el de un familiar o una persona por la que se sintiera un inmenso amor, como una enamorada.

Estos broches se pusieron de moda en la época georgiana, gracias al Principe de Gales, más tarde Jorge IV, y su historia de amor con Maria Fitzherbert. Jorge se enamoró perdidamente de una dama viuda que profesaba la religión católica, Maria Fitzherbert, que lo rechazó infinidad de veces a pesar de la insistencia del príncipe inglés.

Después de un supuesto intento de suicidio, María accedió a casarse con él; pero finalmente huyó de Inglaterra al percatarse de la imposibilidad de poder consolidar oficialmente su amor: María era católica y el Acta de Matrimonios Reales de 1772 prohibía el matrimonio de cualquier heredero al trono inglés con una persona católica.

Para recuperarla el príncipe mandó diseñar una joya única con valiosas piedras preciosas rodeando una pintura de un ojo de María realizada por el célebre miniaturista Richard Cosway, que le envió a su amada con una nota donde le pedía que regresara. María regresó y ambos se casaron en secreto, aunque debido a la susodicha Acta de Matrimonios Reales, el matrimonio fue declarado nulo.

María y Jorge siguieron juntos durante un largo periodo de tiempo, a pesar del matrimonio concertado del príncipe con su prima Carolina de Brünswick-Wolfenbüttel en 1795.

Jorge, como Príncipe de Gales, y como posteriormente sucedió con la Reina Victoria, creaba moda y tendencia con cada una de sus acciones y apariciones públicas, por lo que los Eye Miniatures, o broches de los ojos de los amantes, como fueron conocidos popularmente, causaron furor entre la sociedad de su época, siendo uno de los encargos más demandados a los joyeros. Para poder ofrecer productos diferenciados y tener máyor número de encargos empezaron a ser cada vez más creativos ofreciendo la imagen de los ojos engarzada en piedras preciosas no solo en broches sino en pendientes, joyeros, brazaletes y memory boxes.

La Reina Victoria, que adoraba las tradiciones y las costumbres más románticas, encargó varios de estos broches para su colección personal.

Los tear catchers o lacrimorios

Los lacrimorios eran pequeñas botellas de cristal utilizadas para guardar las lágrimas que se derramaban por una persona fallecida.

Aunque algunos historiadores piensan que la costumbre de guardar las lágrimas forma parte más del mito que de la realidad, el uso de pequeños recipientes para guardar las lágrimas en periodo de duelo se remonta a la época romana. En la era victoriana, tan dada al protocolo y a la apariencia, se volvió a poner de moda el uso de estos objetos como símbolo del inmenso dolor que sufría una persona, habitualmente una dama, por la pérdida de un ser querido.

Estas botellas de forma alargada en forma de tubo, fabricadas en cristal y adornada con artísticas filigranas, se llenaba con las lágrimas de aquella persona que lloraba la pérdida como muestra de su pena ante el fallecimiento del ser al que amaba. No era inusual que estos frascos llenos de lágrimas se enterraran con el difunto.

En el caso de las damas, el lagrimatorio era una especie de medidor que señalaba el periodo de luto que debían guardar: una vez lleno el frasco, se debía esperar a que las lágrimas se evaporaran de la botella. Una vez que el frasco quedaba vacío, era señal de que el tiempo de luto había terminado.

El diseño de los lacrimorios podía ser simple o más elaborado, dependiendo del nivel económico de la familia que los utilizaba.

Los gloves stretchers y estuches para guantes

Los glove stretchers eran un instrumento con forma de pinzas que se introducían en los guantes, principalmente en los de piel, para tratar de ensancharlos y que no resultara tan difícil encajarlos en las manos.

Como cualquier pieza victoriana, este curioso instrumento solía tener un diseño precioso. El material en el que se fabricaba era de las más alta calidad siendo la plata y el hueso los más utilizados.

Los guantes y las pinzas de guantes eran complementos caros, a causa de los materiales utilizados y la complejidad de su confección, por lo que las damas no podían permitirse poseer una gran número de ellos. Los gloves stretchers aseguraban que el guante no sufría alteraciones en su forma, y que las damas podían encajar su mano en él sin tener que forzar el material. De este modo los guantes duraban una o varias temporadas.

Una dama precavida tendría un par de guantes de calidad para paseo y dos o tres para combinar con los vestidos de noche. Los de paseo eran confeccionados en cuero; los más elegantes llevaban ribetes en terciopelo o piel: Los de noche se elaboraban con seda . El encaje, el crochet y la muselina se reservaban para ocasiones especiales.

Los guantes de calidad, dado su elevado precio, debían tratarse con el máximo cuidado; por ese motivo se guardaban en las gloves boxes, estuches diseñados específicamente para ese fin, fabricados en caras maderas nobles como la madera de nogal y con su interior forrado de tafetán o terciopelo.

El carné de baile

Aunque en algunas series y películas de época escuchamos la expresión de un caballero dirigiéndose a una dama «¿me concede este baile?» para invitarla a bailar, en la realidad la petición no sucedía de un modo tan espontáneo.

A finales del siglo XVIII, en el siglo XIX y a principios del siglo XX ninguna dama acudía a un ballroom sin su pequeña libreta para apuntar su reserva de bailes.

Los caballeros solicitaban bailar con la dama con antelación, y ésta, conocedora del número de interpretaciones de la orquesta, iba apuntando el nombre del caballero al que reservaba cada una de ellas. A un caballero se le podían conceder varios bailes si la dama así lo deseaba, aunque no estaba bien visto bailar con el mismo caballero toda la velada, sobre todo si la dama estaba soltera y el caballero en cuestión no era su prometido.

La reserva de los bailes se apuntaban en los llamados carnés de baile. La forma y diseño de los carnés dependía de la situación económica de la dama, pero también de las moda de la época. Estos podían ser pequeñas libretitas de forma rectangular con varias hojas y cubiertas que eran auténticas joyas de plata labrada, madreperla, marfil, carey o nácar.

También eran usuales los tarjetones de un solo uso perfectamente doblados en forma de librillo. Su peculiaridad era que llevaban un pequeño lápiz que iba sujeto con un cordón o una cinta de raso al papel.

Las hojas o tarjetas solían ser rayadas y diseñadas con tablas para apuntar la pieza musical o el autor que se iba a interpretar y al lado el nombre del afortunado caballero que disfrutaría de su compañía en el baile. Una auténtica dama era especialmente pulcra a la hora de anotar piezas, autores y pareja de baile, todo ello con una linda caligrafía.

Si una dama había concedido un baile, no podía, bajo ningún pretexto, volverse atrás o concedérselo a otro caballero. La descortesía sería tan ofensiva que podría considerarse una humillación para el caballero, dejando a la dama en muy mal lugar.

¿Había un protocolo en el tipo de carné que portaría una dama al salón de baile? ¡Por supuesto! Cualquier pequeño detalle estaba sujeto a un protocolo que servía para evitar malos entendidos a la hora del cortejo. Uno de los ejemplos del estricto protocolo del carné de baile era su color y material de fabricación:

– Las damas solteras utilizaban carnés de blanco nácar, que simbolizaban la inocencia de la joven.

– Las damas casadas usaban carnés de marfil.

– Las damas viudas llevaban, como no podía ser de otro modo, carnés negros de azabache para dejar patente su estado de luto. Aunque ello no les impedía bailar ni disfrutar de la fiesta, los caballeros debían respetar su duelo y no coquetear, ni intentar ningún tipo de acercamiento amoroso, sino simplemente compartir el momento del baile. Cualquier otra actitud sería indecorosa y reprobable a los ojos de los demás asistentes.

De todos modos, una dama adinerada, fuera cual fuera su estado civil, hacía ostentación de su clase utilizando diseños de plata labrada, con incrustaciones de piedras preciosas y sus iniciales grabadas. Algunas más originales asistían con carnés de baile en forma de abanicos, con un cordón o cinta de raso que ceñían a su muñeca.

Mujeres y periodistas: crónicas desde el olvido

Como todos los años en el Día de las mujeres, La Casa Victoriana quiere rendir homenaje a aquellas pioneras que con su valentía se abrieron caminos en profesiones habitualmente copadas por hombres, y, que por razones sociales fueron relegaladas a la sombra durante décadas.

En esta entrada hay solamente unas pinceladas biográficas de algunas de algunos nombres destacados en el mundo del periodismo – que habitualmente alternaron con otros trabajos o facetas artísticas- , pero, afortunadamente, si queréis profundizar en su vida y obra podéis encontrar múltiples artículos en la red, reivindicando sus figuras como mujeres pioneras en su profesión.

Nellie Bly, la reportera más intrepida y valiente

La norteamericana Elizabeth Jane Cochran adoptó el pseudónimo de Nellie Bly para adentrarse en un mundo reservado a los hombres como era el periodismo. Nellie fue más allá de ser una periodista de redacción para convertirse en la primera reportera de investigación de la historia.

Sus reportajes que más repercusión tuvieron fueron su infiltración en un hospital psiquiátrico, haciéndose pasar por una enferma, para denunciar los terribles tratamientos a los que eran sometidos los internos ( y en el que casi pierde no sólo la salud mental sino la vida) y su vuelta al mundo en menos de 90 días, toda una hazaña en la época.

Elizabeth Magie: periodista y creadora del juego en el que se «inspiró» el Monopoly

Elizabeth Magie fue una periodista norteamericana, seguidora de las nuevas doctrinas económicas de principios del siglo XX.

Magie inventó El juego del propietario (The Landlord’s Game), un juego que mediante la estrategia trataba de demostrar que el sistema económico era tremendamente injusto, ya que, aún partiendo todos los jugadores en igualdad de condiciones el más sagaz, o el que tuviera más suerte, podía dejar a los demás en la miseria.

Elizabeth patentó el juego en 1904. Pero en 1953, Charles Darrow patentó una versión casi idéntica del juego llamándole Monopoly y se lo vendió a Parker Brothers que lo comercializó convirtiéndolo en el popular juego que conocemos hoy.

Darrow se hizo millonario y Magie, no sólo no se enriqueció (aunque en 1973 se reconoció su invento y su patente y fue indemnizada con 500 míseros dolares) sino que fue olvidada por la historia.

Carmen de Burgos «Colombine» escritora, periodista y reformista

Carmen de Burgos, también conocida como Colombine nació en 1867. Maestra de carrera fue una mujer polifacética con una extensa obra como escritora y periodista, además de ser reconocida como la primera corresponsal de guerra española.

Viajera empedernida, dejó constancia de de su contacto con diferentes culturas y países en libros y manuales, así como en crónicas periodísticas. Tener que trabajar en un mundo dominado principalmente por periodistas y cronistas masculinos nunca fue un impedimento para ella.

Sus ideas femenistas y reformistas chocaron frontalmente con la ideología tradicional de la época, lo que no frenó a Carmen a la hora de expresar sus creencias sobre el papel de la mujer en la sociedad y su posición frente a temas como el divorcio, el sufragio universal y el acceso de las mujeres a la educación como medio para valerse y pensar por sí mismas.

Tras la Segunda República, Carmen de Burgos, Colombine, quedó silenciada y desaparecida por quienes cumplieron esa misión: la de borrar la figura, la obra y el legado de una de las escritoras más importantes del primer tercio del siglo XX, primera redactora en plantilla de un periódico español y la primera mujer española corresponsal de guerra.

Katharine Sergeant White: primera editora de ficción de la revista The New Yorker

La historia personal de Katharine Sergeant White es poco corriente para la época en la que le tocó vivir. Divorciada de su primer marido y con dos hijos, se inició tardíamente en el ámbito periodístico. Casada en segundas nupcias con el escritor E. B. White, redactor y escritor de cabecera de la revista New Yorker y conocido por su cuento infantil La telaraña de Carlota, consiguió un puesto de correctora y lectora de manuscritos a tiempo parcial en la misma revista.

Gracias a su intuición para descubrir nuevos talentos, pronto consiguió ser ascendida a editora del Departamento de Ficción, siendo la primera mujer en ocupar este puesto, que mantuvo hasta su jubilación. Sus opiniones tuvieron gran influencia en los ambientes literarios estadoudinenses y se le atribuye el descubrimiento y patrocinio de escritores tan afamados como Vladimir Nabokov o John Updike.

George Eliot: adoptando un nombre masculino para ser tomada en serio

El 22 de noviembre de 1819, nació la novelista y poetisa inglesa Mary Ann Evans, más conocida por su pseudónimo de George Eliot. Educada en una familia conservadora de profundas convicciones religiosas, Mary se rebeló contra estas creencias y adoptó un pensamiento racionalista intelectual.

Mary Evans viajó por Europa y trabajó en diferentes revistas y periódicos escribiendo reseñas literarias, antes de publicar sus propias obras bajo el alias masculino de George Eliot, nombre que adoptó para ser tomada en serio y no como una escritora de romances.

Su relación con el periodista George H. Lewes, casado, fue todo un escándalo en la época victoriana por el que fue social y literariamente relegada durante un tiempo.

Entre sus obras más celebradas están El molino del Floss, Silas Marner, Daniel Deronda y Middlemarch obras que por su enfoque rebelde y feminista escandalizaron a gran parte de la sociedad victoriana.

Amelia Ann Blandford Edwards: la voz del viajero responsable y respetuoso

Amelia Ann Blandford Edwards fue una novelista, periodista, viajera y egiptóloga británica. Desde muy joven demostró un sobresaliente talento para la poesía y la novela, publicando varios de sus escritos a través de periódicos y revistas y alcanzando el éxito con novelas como Barbara’s History, y con Lord Buckenbury, de la que se llegaron a hacer 15 reediciones. De espíritu inquieto, decidió viajar a Egipto en compañía de unos amigos, quedando inmediatamente fascinada por el pueblo y la cultura egipcia.

Sus viajes a Egipto los documentó en su libro A Thousand Miles Up the Nile, un masivo éxito de ventas, con el que comenzó una concienciación social por la protección de los tesoros y monumentos egipcios y la reivindicación de un turismo responsable y respetuoso con las culturas que visitaba.

Aurora Bertrana, la cronista que escandalizó desde la Polinesia

Nacida en Girona, su pasión por las letras la llevó a escribir desde una edad temprana. Su familia no veía con buenos ojos que una señorita se dedicara al mundo de la literatura por lo que decidieron encauzarla hacia el mundo de la música, que consideraban más propio de una dama.

Rebelde y libre, Aurora vio en sus clases de música una magnífica oportunidad de salir del yugo familiar y descubrir todas las posibilidades que le brindaban los felices años 20. Uno de los modos de soltar los lazos familiares fue mediante el matrimonio, que aunque no salió como estaba previsto pues pronto descubrió que su esposo no le había dicho toda la verdad y estaba completamente arruinado, fue una magnífica oportunidad para ver mundo y liberarse de la conservadora sociedad occidental instalándose en la Polinesia, un país exótico y misterioso para sus contemporáneos.

Desde allí, Aurora enviaba crónicas de su vida cotidiana y de las costumbres de la sociedad entre la que tan feliz y libre se sentía. Sus artículos eran esperados con impaciencia por los lectores del diario catalán que los publicaba, y sus opiniones y experiencias eran comentados con una mezcla de curiosidad y escándalo a partes iguales, ya que el amor libre o la poligamia eran relatados por Aurora con una normalidad impensable para la época.

Todas las fotografías Vía Pinterest.

Tea Time Calendar 2021

Como cada año, La Casa Victoriana regala a todos sus seguidores y amigos una nueva edición del nuestro almanaque victoriano. En esta edición lo dedicamos a la hora del té. ¡Esperamos que os guste!

If you are cold, tea will warm you;
If you are too heated, it will cool you;
If you are depressed, it will cheer you;
If you are exhausted, it will calm you.
William Gladstone

Un té victoriano seguía escrupulosamente una serie de protocolos y etiquetas, que incluían desde la invitación, al vestuario, los refrigerios y, por supuesto, los horarios, que hacían de cada reunión un momento diferente. Los principales momentos para tomar el té eran:

Elevenses – Las 11:00h eran el momento indicado para tomar una buena taza de café. Como el café no era del gusto de todos los victorianos – tampoco se sabía cómo preparar un café de calidad, ya que se solía mezclar con exageradas cantidades de achicoria – muchos británicos optaban por una taza de té. Esta taza revitalizante se acompañaba de un aperitivo ligero compuesto por un surtido de productos de bollería que incluían bizcochos, scones, madalenas o galletas.

No hay una tradición registrada en la literatura de los siglos XVIII y XIX sobre la costumbre de los elevenses, pero sí en la del siglo XX en la que aparece más como un hábito que como una tradición.

Afternoon Tea – En el afternoon tea, además de tazas de exquisito té, se servía una merienda en la que no podían faltar los riquísimos scones, que podían rellenarse con mermeladas, crema de limón o nata agria, emparedados de varios tipos y dulces surtidos. El afternoon tea, se conocía también como Low Tea, ya que los invitados se sentaban en sillones bajos con mesas laterales a la altura de los sillones en las que se colocaban las tazas .

Cream Tea – La cream tea era una reunión informal, muchas veces familiar. En una Cream Tea se servían solo scones y clotted cream – aunque en alguna mesa se añadía mermelada de fresa casera.

La gran protagonista de de un Cream Tea es la clotted cream, una tentación exquisita, densa, parecida a una mantequilla suave con más de un 55% de materia grasa. Ni su sabor ni su textura es similar a la nata montada que solemos preparar en casa o encontrar en nuestros establecimientos de alimentación. Esta nata, originaria de los condados de Devon y Cornualles, se obtiene del calentamiento prolongado al baño maría de la leche de vaca y su posterior enfriamiento hasta la formación de la nata en forma de coágulos.

Debido al uso de esta peculiar nata, el Cream Tea también se denomina Devonshire Tea o Cornish Tea, aunque entre una y otra denominación hay una sutil diferencia.: si en nuestro scone untamos primero la nata y después la mermelada estaremos asistiendo a Devonshire Tea, pero si lo hacemos al contrario nuestro té sería un Cornish Tea.

La novedosa costumbre de procurar una bandeja de fresas frescas se hizo tan popular en algunas reuniones decimonónicas que este momento para la degustación del té pasó a denominarse Strawberry Tea.

High Tea – La denominación de High Tea nos da una falsa apariencia de té elegante, con vajillas de porcelana y damas y caballeros con sus mejores galas sorbiendo té en torno a una mesa llena de deliciosos aperitivos , pero nada más lejos de la realidad.

De un High Tea disfrutaban tanto las clases altas como las clases más humildes porque si tuviéramos que definirlo con una palabra sería la popular «merienda-cena» que se disfrutaba alrededor de las 6 de la tarde cuando los trabajadores volvían a casa, o las familias de cualquier clase social se reunían en torno a la mesa para disfrutar de una taza de té y de una comida caliente.

En un High Tea se degustaban platos de carne fría, pescados hervidos, patatas, pasteles de carne y diferentes piezas de pastelería. Realmente podríamos denominarla «una cena» en toda su extensión. Las familias adineradas y con servicio solían tomarlo los domingos para que las criadas y los mayordomos tuvieran tiempo de ir a la iglesia y no se preocuparan de preparar la cena para la familia.

Además de estas modalidades, hay otras variantes a la hora del té, como Light Tea, Full Tea o Royal Tea.

Light Tea es una versión ligera del Afternoon Tea, donde la gran cantidad de acompañamientos se reducen a bollería y otros dulces acompañados de té.

Full Tea se compone de que incluye sándwiches variados, entre los que no puede faltar el de salmón y pepino, y postres variados. La inclusión de canapés y sandwiches en este servicio le otorgan la denominación de «Té Completo»,.

Royal Tea no se diferencia mucho del Full Tea porque ofrece las mismas viandas y dulces pero la adición al menú de una copa de champán, de vino dulce o jerez da a este té la distinción de ser llamado «té real».

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Etiqueta para los viajeros victorianos

La nueva moda viajera

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William Powell – Frith The Railway Station

A los victorianos les encantaba viajar pero no todos tenían los suficientes recursos económicos para poseer su propio medio de transporte, por lo que el tren y el carruaje de caballos se convirtieron pronto en sus transportes preferidos.

Los carruajes recibían el nombre de omnibus, siendo el más famoso el modelo De Tivoli, que hizo su aparición en las calles de Londres en 1860. El modelo tenía una cabina donde los viajeros iban sentados en bancos, que se encontraban situados a ambos laterales del vagón. Todos los viajeros, fuera cual fuera su clase social, iban en el mismo compartimento.

Con los años los omnibus se convirtieron en transportes más sofisticados, con grandes cabinas en las que había compartimentos de primera y segunda clase e incluso, en los más modernos, un compartimento separado para cada pasajero.

Al omnibus tirado por caballos le sustituyó el tranvía eléctrico, que conmocionó a la sociedad y cambió la vida en las ciudades con sus raíles y su «velocidad. Los primeros aparecieron en Londres en 1889.

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Maurice Delondre- Dans L’omnibus

El ferrocarril generó una auténtica adicción entre los victorianos y modificó el paisaje de Gran Bretaña. En un primer momento, los trenes eran lentos e incómodos. Todos los pasajeros, fuera cual fuera su clase social viajaban juntos. Con el tiempo, los ferrocarriles se hicieron más sofisticados, con vagones de primera, segunda y tercera clase. Los vagones de primera ofrecían servicios de restaurante y estaban elegantemente decorados; incluso se podían reservar vagones privados.

La Reina Victoria era gran aficionada a viajar en tren, de hecho era su medio de transporte favorito. El tren no solo le resultaba sumamente cómodo sino que además podía disfrutar de su querido paisaje británico.  Sus  vagones privados se caracterizaben por estar decorados en un llamativo color azul, que coordinaba sillas, sillones y cortinas al más puro estilo recargado victoriano.

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Recreación del vagón de la Reina Victoria. Vía Pinterest.

 

La etiqueta para los viajeros

Como en todas las situaciones de la época victoriana, viajar estaba regido por protocolos específicos para cada ocasión. Veamos algunas de las más curiosas:

Un viajero victoriano experimentado siempre está preparado para salir hacia su destino: compra sus billetes con antelación y siempre llega con una exquisita puntualidad, ni antes para no esperar ni, por supuesto, después para no molestar al resto de los viajeros.

Además, intentará sentarse en la mejor posición posible dentro del vagón antes de que se llene, tratando de escoger a la mejor compañía para su viaje. Esa compañía dependerá del carácter del viajero: si es más afable se rodeará de personas que le proporcionen una agradable conversación, si por el contrario fuera más reservado su compañía ideal será igualmente taciturna y se conformará con disfrutar del viaje en silencio, sin molestias ni conversaciones forzadas.

De todos modos, un viajero experto sabe que hablar durante el trayecto no es lo más adecuado. El ruido de los caminos o las vías obliga a elevar el tono de voz con la consiguiente fatiga para los conversadores y la molestia para el resto de los viajeros.

La actitud más recomendable será disfrutar del viaje, saboreando los preciosos paisajes de la campiña inglesa, o bien,  leer un libro o un periódico, aunque una ligera siesta acompañada por el suave traqueteo del tren o del coche de caballos tampoco estará fuera de lugar.

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Augustus Leopold Egg – The Travelling Companions (1862)

 

Por el contrario, un viajero con un parloteo incansable sobre asuntos propios o comentarios intrascendentes o incomodar al resto de los acompañantes con preguntas personales o impertinentes se considerará de muy mala educación.

Entrar y salir del vagón constantemente, con cualquier excusa, ya sea justificada o no, dejará al viajero en mal lugar, sobre todo si el viaje es breve. Cada vez que se levante llamará la atención, molestará al resto de las personas que comparten espacio con él, incluso es posible que haya que mover maletas o bolsas para despejar el camino. Un victoriano debe controlar sus impulsos o necesidades, manteniendo una actitud discreta  en todo momento.

Comer en el vagón no se considera educado, aún habiendo ofrecido compartir el tentempié con el resto de los pasajeros: el olor a comida invade el vagón y puede molestar al resto de los pasajeros.

Si un caballero bebe alcohol o fuma se clasificará como una gran desconsideración hacia el resto de los pasajeros (hacemos esta apreciación con los caballeros dado que las damas ni bebían ni fumaban en público, a riesgo de ver su reputación en entredicho)

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James Jacques Joseph Tissot – Waiting at the Station (1874)

Los bolsos y las maletas deberán estar colocados en un lugar donde no estorben al resto de los viajeros. Se procurará poner las maletas grandes y baúles en los vagones o compartimentos destinados para el equipaje. Si se lleva algún bolso o maletín al vagón de pasajeros se pondrá en la parte superior, bajo el asiento (si fuera posible) o lo más cerca posible de su dueño. Ocupar un asiento con el equipaje es de un pésimo gusto.

Un verdadero caballero, sea cual sea su edad, siempre ayudará a las damas con el equipaje. Del mismo modo, los caballeros más jóvenes ayudarán a los de más edad, siempre y cuando el caballero de edad solicite ayuda o el joven considere que el caballero está en un apuro con su equipaje, no por el mero hecho de que tenga más edad, ya que podría ser considerado humillante para el caballero.

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Ricardo López Cabrera – Couple in a Train Compartment  (1895)

La familiaridad entre damas y caballeros siempre deberá ser evitada en presencia de extraños ya que puede hacer que estos sientan cierta incomodidad ante un coqueteo inapropiado.

Si la actitud cariñosa se da entre una pareja, ya sea de enamorados o de casados, se considerará igual de inconveniente, ridícula incluso, ya que el vagón de un tren no es el lugar adecuado para hacer gala de su amor.

Esto no significa que hombres y mujeres, que son totalmente desconocidos, no puedan dirigirse la palabra durante el viaje. En viajes largos entra dentro del protocolo mantener una conversación agradable y distendida, siempre dentro de los límites del buen gusto, evitando temas personales y ciñéndose a temas ligeros como el clima o el paisaje. Conversaciones sobre política, temas sociales, económicos o religiosos quedan fuera de toda discusión.

Además, no se considera que una dama tenga conocimiento para disertar sobre esos temas (tenemos que entender que era otra época y se consideraba que una dama no discutía sobre política en publico, lo cual no quiere decir que un caballero no apreciara la inteligencia o el ingenio en una dama)

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George Elgar Hicks – The Bayswater Omnibus  (1895)

Los pasajeros que ya se conocen pueden conversar, incluso animadamente, siempre y cuando los temas personales no molesten al resto de los viajeros. Estos deben considerar que no están en el salón de su hogar sino compartiendo espacio con extraños: la educación debe primar por encima de cualquier familiaridad.

Un transporte de viajeros no es el lugar para discutir temas personales, y muchísimo menos cualquier tema de índole romántica. Tanto los afectados como el resto de los pasajeros podrían sentirse incómodos, sobre todo la dama afectada. Un hombre que actúe de este modo nunca podría considerarse un verdadero caballero.

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Abraham Solomon – First Class. The_Meeting.

Los viajes siempre representan un peligro para una joven muchacha, sobre todo si no viaja en primera clase. Las jóvenes estaban expuestas al acoso por parte de ciertos hombres sin educación o al engaño por parte de otros faltos de escrúpulos que veían en una joven sola una presa fácil.

En la era victoriana muchas jóvenes abandonaban sus pueblos y se alejaban de sus familias buscando una vida mejor en las ciudades. Eran mujeres sin experiencia, acostumbradas a vivir entre conocidos y familiares, de entornos rurales agradables que desconocían los peligros de una gran ciudad y sus gentes. Muchas de ellas, inocentemente, pensaban que la ciudad sería un lugar donde sería fácil desenvolverse  y viajaban sin temor y confiadas, siendo víctimas vulnerables para indeseables.

Por este motivo las jóvenes, que no viajasen en compañía de sus padres o hermanos, buscarán señoras de más edad como compañeras improvisadas de viaje, procurando una cierta protección frente a ese tipo de individuos, cuyo objetivo es aprovecharse de ellas o simplemente molestarlas con actitudes de dudoso gusto.

De todos modos, un caballero sea cual sea su posición social y económica, siempre saldrá en defensa de la dama en apuros, no dudando en enfrentarse a su acosador e incluso a ponerlo en conocimiento de la autoridad del ferrocarril o de los agentes de policía al finalizar el viaje.

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Berthold_Woltze – The Irritating gentleman

 

Igual que en la actualidad, viajar con niños, sobre todo en viajes largos, siempre supone cierta dificultad, ya que los pequeños se aburren y su comportamiento puede resultar molesto para el resto de los viajeros. Por ese motivo las madres victorianas siempre se ocuparán de antemano de tener un pasatiempo preparado para ellos.

Uno de los más populares era la Magic Ball. Este juguete era elaborado por las propias madres y consistía en una especie de matrioska de juegos. Una bola de lana contenía un pequeño juguete. dentro de esa bola había otra bola envuelta en lana que contenía un segundo y así sucesivamente. La diversión consistía en desenredar las bolas y descubrir la sorpresa. Cada media hora, o cada hora, dependiendo de la duración del viaje, los niños podían desenredar una nueva bola. Los juegos dependían por entero de la imaginación de los pequeños.

La Magic Ball está en la línea de los happy trail kits, pasatiempos para los viajes que preparaban las madres o niñeras para distraer a los pequeños durante los viajes. Las bolas de lana pueden ser sustituidas por bolsas, los juguetes por golosinas…todo dependerá de los gustos de los niños y de la economía de sus padres.

De todos modos, llevar sus juguetes y muñecos favoritos, cuentos así como material para dibujar siempre es una buena idea.

Una madre victoriana responsable nunca olvidará los kits de emergencia: un set de costura, ropa de cambio para los más pequeños, sales para los mareos y otros elementos de un pequeño botiquín de viaje.

Alfred Morgan - An Omnibus Ride to Piccadilly

Como podemos ver, el protocolo victoriano siempre se basa en el sentido común, el respeto y la educación, y el protocolo de los viajeros se rige, como no podía ser de otro modo, por eso mismos principios.

La Casa Victoriana desea a todos sus subscriptores y visitantes felices vacaciones y viajes llenos de buenos recuerdos.

 

Moda victoriana: Irish Crochet Lace

Coincidiendo con la festividad del día de San Patricio, desde La Casa Victoriana queremos hacer nuestro particular homenaje a la isla esmeralda con un artículo sobre uno de los ornamentos de confección original irlandesa que se pusieron de moda en el siglo XIX : el Irish Crochet o ganchillo irlandés.

Aunque la población irlandesa padeció varias hambrunas en su historia, la sufrida en la primera mitad del siglo XIX fue realmente devastadora y trajo graves consecuencias sobre la sociedad irlandesa, entre ellas un importante descenso de la población provocada por los fallecimientos y la emigración masiva.

La pobreza instalada en la mayor parte de los hogares rurales irlandeses hizo que el ingenio, principalmente de las mujeres, buscara nuevas formas de ingresos para el hogar y una de ellas fue con una habilidad para la creación de bellos complementos realizados con la técnica del crochet.

London Stereoscopic Company en Getty Images

Hay diferentes teorías sobre como la habilidad del ganchillo se convirtió en una tradición  en Irlanda. Una de ellas señala a las monjas ursulinas como introductoras de la técnica, aunque otras apuntan a la hija de un noble franco-español y de una irlandesa, Mademoiselle Riego de Blanchardiere, como la verdadera inventora de lo que posteriormente se denominó Irish Crochet.

El Irish Crochet era la labor mediante la cual, con pequeñas agujas, se creaba una pieza, siguiendo una serie de patrones o plantillas que se repetían, y que posteriormente se unían para formar una pieza mayor. La unión de esas piezas formaban una figura determinada dependiendo de cual fuera el objetivo buscado, un pequeño bolso, un chal, un paño, una colcha…

La habilidad irlandesa para el crochet fue refinándose pasando de confeccionar piezas más sencillas a auténticas obras de arte que semejaban los encajes más elegantes y que les permitían elaborar desde mangas, cuellos o chales hasta blusas o vestidos completos.

En las familias irlandesas no sólo ganchillaba la madre y las demás mujeres de la casa sino también otros miembros de la familia, entre ellos los más pequeños, ya que era un modo de aportar ingresos a la unidad familiar tan necesitada de obtenerlos.

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En la exigente sociedad victoriana, el Irish Crochet Lace se consideraba un buen trabajo de costura pero cuya calidad no se podía comparar con otros encajes más selectos. Su popularidad era grande entre las clases trabajadoras y rurales, porque permitía adornar bonetes, sombreros y otras prendas haciéndolas más vistosas con materiales más baratos que los de los encajes tradicionales y que podían ser hechos por ellas mismas. Por este motivo las damas de clase alta lo consideraban el hermano pobre del encaje, y no propio de una mujer elegante y con clase.

Pero esta percepción cambió el día que la Reina Victoria decidió prender una pieza de ganchillo irlandés como adorno de uno de sus sombreros. A partir de ese momento esta técnica se popularizó hasta límites insospechados y no había mujer de la alta sociedad que no luciera una de estas piezas como vestuario u ornamento, ni casa donde las mujeres no aprendiesen a confeccionarlo, independientemente de la clase social a la que pertenecieran.

No olvidemos el inmenso cariño que los ingleses sentían por la familia real y la reina en especial, cuya ropa, costumbres y comportamientos eran imitados por todas las clases sociales.

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Este crochet se realizaba con tres hilos de diferente grosor: un hilo fino para confeccionar los diseños, uno más grueso y resistente para unir todas las piezas y uno muy fino para rellenar espacios entre las piezas, con dibujo de red u otros diseños. Este último paso se solía hacer sobre papel en un bastidor, ya que era un paso más delicado y requería mucha pericia para dar ese acabado final de encaje.

El encaje irlandés pronto se convirtió en una industria que exportaba piezas de ganchillo no sólo a Irlanda y Reino Unido, sino a otros países de Europa, como la exigente Francia, que pronto lo convirtió en moda, y a Estados Unidos, donde hubo una floreciente industria del sector.

Los patrones y técnicas más laboriosas eran guardados con un halo de secretismo y transmitido sólo a los miembros de la familia e incluían modelos de diferentes tipos de flores, hojas e intrincados y, al mismo tiempo delicados, diseños originales.

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Esta industria, alimentada del trabajo casero de las mujeres y familias irlandesas, comenzó a decrecer con la llegada de la maquinaria industrial textil que, con menos costes y de manera casi automática podía tejer piezas grandes y de diseños más complicados.

Muchas de las preciosas piezas de ganchillo irlandés están expuestas en museos, incluidas las bufandas que fueron entregadas a destacados soldados de las guerras Boer, tejidas por la propia reina, que se refugió en las labores de ganchillo como remedio para superar la muerte de su esposo el Príncipe Alberto.

En la actualidad se siguen publicando libros de patrones y diseños  de encaje irlandés, existiendo, además, infinidad de blogs y talleres donde se recupera esta técnica decimonónica para aplicarla a todo tipo de diseños y complementos.

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La Casa Victoriana desea a todos sus subscriptores y visitantes un Feliz día de San Patricio, y para celebrarlo estrenamos tablero en Pinterest con una colección de las más tiernas y victorianas tradicionales postales de felicitación.

http://es.pinterest.com/casavictoriana/postales-victorianas-del-d%C3%ADa-de-san-patricio-st-pa/

Lord y Lady Blessington

En todas las épocas de la historia han existido personajes, que por diferentes razones se convirtieron en un punto de referencia para sus contemporáneos, que vieron en ellos alguien a quien imitar ya que con sus actitudes, gustos o simplemente sus ropas creaban tendencia. Este es el caso de Lord y Lady Blessington, un matrimonio muy popular en el periodo conocido como Early Victorian, y del Conde D’Orsay con el que se relacionaron íntimamente.

Lord y Lady BlessingtonMargaret Power de soltera, Margaret Farmer, después de su primer matrimonio, o Marguerite Condesa de Blessington, nombre afrancesado y título que adoptó después de su matrimonio con el Conde de Blessington – fueron dos de los personajes imprescindibles en los salones de la alta sociedad victoriana, durante la primera mitad del siglo XIX.

Su relación con el Conde D’Orsay, conocido dandy de la época, hombre con un destacable encanto personal y no menos talento, dio pie a rumores, escándalos y envidias entre sus coetáneos. Su historia forma parte de la crónica no sólo social, sino intelectual de los inicios de la época victoriana.

Lord Blessington era un conde irlandés, descendiente lejano de los Estuardo escoceses, que había heredado propiedades en Irlanda y Escocia que le proporcionaban una magnífica renta anual.

Sus gustos extravagantes, de los que ya hacía ostentación desde edad temprana, y su pasión por el exhibicionismo se vieron aumentados por el hecho de recibir una cuantiosa herencia, convirtiendo su vida en casi un desfile, donde el conde siempre llamaba la atención por sus llamativos ropajes o complementos de ultimísima moda. En los salones victorianos el Conde de Blessington nunca pasaba desapercibido.

Su excentricidad hizo que se construyera un teatro en su hacienda irlandesa, en el cual se representaban obras teatrales. Estas obras eran representadas por compañías de actores londinenses contratadas especialmente para la ocasión.

El propio conde se mezclaba con los actores y actrices, pues le encantaba vestirse y «desfilar» con los ropajes más exóticos, desde príncipe oriental a emperador romano. El gran deseo del conde era «ser visto», lo que se convirtió casi en una obsesión.

Tanto le gustaba la vida del escenario que pidió en matrimonio a una bella actriz de la época Mary Campbell Brown; ante la imposibilidad de casarse, pues ella ya lo estaba, decidieron vivir juntos, con el consiguiente escándalo entre la alta sociedad victoriana, y  tuvieron dos hijos, considerados ilegítimos por la ley. Cuando el marido de ella murió, se casaron y Mary se convirtió en la Condesa de Blessington, dando a luz, poco después, a los dos únicos hijos considerados legítimos del matrimonio: una niña, Harriet, y un varón, el heredero del título de conde.

Poco duró la felicidad del matrimonio, pues Mary Campbell murió al poco tiempo y a la muerte de ella le siguió la de su hijo legítimo, dejando al conde viudo a la edad de 40 años y sin un heredero para el condado de Blessington.

Pero ni siquiera la tristeza aplacó los deseos de exhibicionismo y de llamar la atención del Conde: se gastó en la ceremonia fúnebre de su mujer la exorbitante cantidad 4000 libras de la época, siendo el entierro de la esposa del conde uno de los acontecimientos más destacados y comentados del momento.

Pero poco le duró el luto al conde, que poco después estaba disfrutando de la agitada vida social londinense y derrochando su fortuna en caprichos cada vez más ostentosos. Fue en esta época en la que una bellísima mujer llamada Margaret Power, o Margaret Farmer, su nombre de casada, a quien ya había conocido hacía años, volvió a cruzarse en su vida.

Margaret Power era la cuarta hija de un terrateniente irlandés que encarnaba todos los vicios de la época: pendenciero, violento, bebedor y derrochador, que arruinó y aterrorizó a su familia hasta el día de su muerte.

En un baile del Regimiento de Infantería ,el capitán Maurice St.Leger Farmer, conocido entre sus compañeros por su carácter violento e intratable,  se encaprichó de Margaret hasta la obsesión, aunque  en aquel momento sólo tenía catorce años. Ante la negativa de la joven a casarse con él, concertó un matrimonio directamente con su padre a cambio de dinero. Su padre, que vio no sólo la posibilidad de deshacerse de uno de sus hijos sino de ganar algo de dinero con ello, aceptó inmediatamente, por lo que la joven Margaret se vio obligada a casarse con el capitán.

En su vida de casada, Margaret sufrió todo tipo de crueldades por parte de su marido, tanto de tipo físico como psicológico, realmente más de lo que pudo soportar, por lo que regresó a casa de padres, donde a pesar de ser recibida con reproches se sentía a salvo de la violencia de su marido y con el suficiente dinero, que éste le había dado, para vivir dignamente.

Margaret pronto abandonó Irlanda y se mudó a Londres donde se encontró a algunas personas relevantes que había conocido durante su matrimonio en Irlanda. Además, la niña delgada y paliducha se había convertido en una bella dama con ambiciones artísticas y literarias. Pronto el viudo Lord Blessington quedó encandilado de Margaret Farmer, y a la muerte del marido de ésta, contrajeron matrimonio.

De la mano del Conde de Blessington, Margaret, ahora convertida en Marguerite, Condesa de Blessington, se introdujo en los salones y fiestas de la alta sociedad victoriana, donde pronto comenzó a destacar por su ingenio, su belleza y su estilo. Lady Blessington era el punto de referencia de las mujeres de la época en cuanto a moda y complementos, y todo cuanto la Condesa hacía o llevaba creaba rápidamente tendencia.

Pronto Lord y Lady Blessington se convirtieron en imprescindibles en cualquier acto de relevancia y sus fiestas en todo un acontecimiento. Lady Blessington, con su exquisito gusto, organizaba fantásticas veladas a las que acudían desde políticos a los artistas más relevantes del momento. Pero este estilo de vida conllevaba un gasto ingente y el conde se vio obligado a hipotecar parte de sus propiedades y a acudir a prestamistas.

Todo ello no hubiera sido necesario si los condes hubieran hecho una correcta administración de sus rentas. Pero al Conde le gustaba destacar en sociedad y vivir con todo tipo de excentricidades, y Lady Blessington lo apremiaba para organizar las más llamativas fiestas de Londres y ser la mejor de las anfitrionas, no en vano se había casado  con el conde a los 28 años y en la plenitud de su belleza no por amor sino para escapar de una vida miserable, ascender en la escala social y acceder a los salones victorianos de clase alta de Londres.

Pero Margaret pronto se aburrió de su marido, un hombre sin ninguna inquietud artística, y del ambiente londinense que dejaron de tener interés para ella. Así que le propuso al conde un viaje por Europa, a lo que él, siempre dispuesto a las novedades, accedió.

En una de las etapas de su viaje conocieron al Conde D’Orsay. Marguerite y D’Orsay se sintieron profundamente atraídos uno por el otro. Lord Blessington, por paradojas de la vida, se convirtió en un admirador del talento y el estilo de D’Orsay, un referente en moda masculina y estilo para todos los caballeros de la época. Tanta fue su admiración que le propuso, a cambio de la exagerada cantidad de 40,000 libras, un matrimonio con su hija Lady Harriet, una joven de 14 años, a lo cual D’Orsay accedió, a pesar de estar profundamente enamorado de Marguerite.

Se cree que la verdadera razón de la aceptación del matrimonio por parte de D’Orsay fue acallar el escándalo que su relación con Lady Blessington había provocado en la conservadora sociedad victoriana. Casándose con la hija tenía una excusa para estar cerca de la madrastra.

A la muerte de Lord Blessington, D’Orsay se vio obligado a seguir con su matrimonio, concertado y aparentemente no consumado, con la hija del Conde y a no poder vivir su relación con la viuda Lady Blessington. Algunos años después renunció a su mujer y decidió vivir definitivamente con Marguerite a pesar del escándalo.

La notable pareja, ella como la perfecta y elegante anfitriona, él como un oráculo de la moda y el estilo, pronto convirtió su hogar de Gore House en el punto d referencia de todos los artistas, intelectuales y notables de la época. Eran la pareja «fashionable» del momento y todos querían formar parte de su círculo de amistades.

Pero, a pesar de que D’Orsay era un pintor con talento  y Lady Blessington escribía novelas – su libro que ha pasado a la posteridad es Conversaciones con Lord Byron – las rentas de las que disponían no podía soportar todas las excentricidades y lujos con los que vivían, por lo que las deudas y los acreedores se acumularon pronto, viéndose obligados a vender sus obras de arte, porcelanas, volúmenes de su biblioteca e incluso sus muebles. La situación se volvió muy crítica y el Conde D’Orsay marchó a París para pedir ayuda a Luis Bonaparte del que siempre había sido fiel partidario. La ayuda llegó demasiado tarde.

Lady Blessington, la mujer que había sido la referencia del Londres más moderno e intelectual, murió arruinada en 1849; tres años, en 1852, después D’Orsay murió en París.

(Este post está dedicado a Laura, que de alguna manera me sugirió la idea para hablar de Margaret Farmer y de su influencia sobre las mujeres de la alta sociedad victoriana)