El trabajo en la Inglaterra victoriana.

Richard Oastler y su lucha para reducir la jornada laboral

Conocido con el sobrenombre de el Rey de la fábrica, Richard Oastler fue un reformador inglés que luchó incansablemente por una reducción de las horas de trabajo en las fábricas. La media de horas diaria de los trabajadores, incluyendo a los niños, era de 18 horas al día. Oastler reclamaba jornadas de 10 horas diarias, que finalmente fueron recogidas en la Ten Hours Act de 1847.

Pero, a pesar de que la nueva ley suponía un pequeño avance en la duración de las jornadas laborales, Oastler constató que la ley no se aplicaba en la mayoría de las ocasiones. Un ejemplo era la industria del algodón, donde sí se reconocía la duración de la jornada infantil. Pero esta se obviaba en el resto del sector textil como la industria de la seda o la lana, donde la explotación laboral infantil seguía campando a sus anchas con el beneplácito no solo de los empresarios sino de los políticos locales.

El trabajo infantil en fábricas y minas

Se calcula que, en la Inglaterra victoriana, el 25% de los trabajadores de las minas, fábricas y talleres eran niños menores de 12 años. Aunque nos pueda parecer increíble, a los cuatro años de edad los pequeños comenzaban a trabajar en las minas. Su trabajo consistía en sentarse bajo tierra, en la oscuridad y mantener abiertos los conductos de ventilación para que los niños de más edad, que trabajaban arrastrando las vagonetas llenas de carbón, pudieran pasar sin perder tiempo.

En las fábricas trabajaban limpiando las máquinas o realizando labores que se consideraban aptas para sus pequeñas manitas. Como las máquinas no paraban nunca, la limpieza debía hacerse con ellas en marcha lo que provocaba gravísimos accidentes e incluso la muerte. De hecho, la muerte de los pequeños, tanto por infecciones pulmonares como por accidentes era común en la Inglaterra victoriana sin que nadie, excepto los reformistas y las asociaciones de trabajadores, hicieran nada por remediarlo.

Un trabajo cercano a la esclavitud y sin recompensa

La disciplina y el control de los trabajadores era férreo. Para evitar pagar los salarios completos los empresarios redactaban listas interminables de actuaciones sancionables, algunas realmente absurdas. Una de ellas era la que prohibía a los trabajadores silbar, siendo castigado cualquier silbido con una multa.

Otra de las costumbres era no pagar el salario del trabajador con un sueldo en metálico sino sustituir este o parte del sueldo con pago en especies o con vales que solo podían ser gastados en productos de la fábrica en la que trabajaban, por lo que el salario que le pagaba el empresario seguía quedando dentro de la empresa. Este método denominado truck system fue una de las principales reivindicaciones obreras, ya que los trabajadores entendían que debían recibir un sueldo por su trabajo para ser gastado en lo que desearan y no un pago en productos

Muchos empresarios preferían contratar mujeres ya que el salario que recibían era más bajo que el de los varones por realizar el mismo trabajo. Esto trajo consigo no pocos problemas, ya que muchos hombres se oponían al trabajo femenino alegando que, por su culpa, sus sueldos también bajarían.

El trabajo doméstico no era una excepción a las condiciones extremas de trabajo pues debían trabajar entre 15 a 18 horas diarias, con pagas que rondaban de las 9 a las 14 libras anuales para las sirvientas y de 15 a 25 libras anuales para los mayordomos, damas de compañía y cocineras. De todos modos, como el alojamiento y la comida iban incluidos en el sueldo, los trabajadores preferían el trabajo doméstico a cualquier otro ya que al menos dormían bajo techo en un lugar limpio y comían caliente.

Henry Mayhew y su visión del trabajador victoriano en London Labour and the London Poor

Henry Mayhew fue un periodista y reformista victoriano que en su estudio de cuatro volúmenes London Labour and the London Poor recogió las experiencias de los trabajadores en primera persona. La exhaustiva y excelentemente documentada obra fue escrita entre 1851-1852. Para este estudio Mayhew planteó la siguiente premisa: “Consideraré a todos los pobres de la metrópoli en tres fases distintas, según trabajen, no puedan trabajar y no quieran trabajar». De este modo un amplio abanico de la clase obrera y de las clases más desfavorecidas fueron describiendo sus experiencias en primera persona.

Mineros, estibadores, trabajadores de la industria textil y de otras fábricas, trabajadores que desarrollaban sus oficios de forma autónoma como carpinteros, deshollinadores, herreros, costureras, personal  del servicio doméstico e incluso carteristas, mendigos y prostitutas fueron desgranando su día a día ante la pluma de Mayhew que recogió cada experiencia tal y como fue narrada, con el vocabulario y gramática propios de cada entrevistado, sin intentos de pulir el estilo para dotar de más realismo al documento.Mayhew, que había sido editor de la revista satírica Punch consiguió que estos volúmenes fueran el manual de cabecera de los reformadores victorianos.

Las viviendas de los trabajadores

La emigración de las zonas rurales a las ciudades para trabajar en las fábricas causó un aumento de la población en las zonas urbanas que no tenían lugares para alojar a las nuevas familias. Tampoco existían medios de transporte para desplazar a los trabajadores desde sus domicilios a las fábricas. Para poder solucionar estos problemas se decidió que se construirían viviendas pequeñas y baratas, muchas de ellas con una sola habitación, no demasiado lejos de las fábricas para que así no hubiera excusa para poder acudir al trabajo.

Estas viviendas carecían de las condiciones más básicas de habitabilidad: no tenían agua corriente, ni aseos y muchas de ellas ni siquiera ventilación. El hacinamiento, la falta de higiene y los humos de las fábricas cercanas provocaban frecuentemente enfermedades que solían tener resultados trágicos a corto plazo.

Aquellos que no tenían un lugar para vivir, no podían trabajar por encontrarse enfermos o eran demasiado viejos para trabajar en las fábricas eran llevados por la fuerza a las workhouses donde debían realizar aquellas tareas que se les encomendaban. Pero ni siquiera en estas residencias estatales los más pobres tenían un cobijo digno ya que las condiciones eran realmente malas, la comida escasa y de baja calidad y las familias que tenían hijos estaban separadas ya que las workhouses se dividían en alas para el alojamiento de los hombres, las mujeres y los niños por separado, no importaba si tenían o no relación familiar.

Alrededor de 1850, los trabajadores comenzaron a agruparse en Trade Unions, la semilla originaria de los sindicatos y agrupaciones de trabajadores, y, a través de la unión, la lucha y no pocas huelgas, comenzaron a negociar mejoras en las condiciones laborales y aumentos en los sueldos que percibían, aunque esta lucha fue lenta y con muchos obstáculos tanto económicos como políticos. 

¡Feliz 1º de maio, día internacional de la clase trabajadora!