Como todos los años desde La Casa Victoriana dedicamos un artículo al amor victoriano. En esta ocasión hablaremos de un modo diferente de conocer a una posible pareja, muy innovador en su momento, pero completamente superado en la época actual en la que el uso de aplicaciones de citas y los contactos a través de las redes sociales están a la orden del día, y con ello la verdad y la mentira se entrelazan continuamente.
Los anuncios por palabras personales
Vivimos en un momento de globalización e hiperconexión donde podemos acceder a bienes, servicios e incluso relaciones a golpe de click. Pero, como bien sabemos, no siempre fue así.
Hubo una época en la que el correo cumplía la misión de mantener a las personas conectadas y los anuncios por palabras de los periódicos servían para intentar localizar a una persona desaparecida y reclamar su presencia para comunicarle una noticia importante, como un fallecimiento de un familiar o una herencia.
Pero no solo eso: los anuncios por palabras también servían para buscar esposo y esposa, o bien para entablar una bonita relación de amistad. Estas relaciones podían quedarse en una amistad por correspondencia o avanzar hacia una relación más formal donde los amigos por carta se conocieran en persona, bien para compartir aficiones comunes, bien para estrechar lazos en una relación romántica.
En época victoria no era tan sencillo encontrar una pareja como la literatura romántica nos puede hacer creer. No todas las mujeres eran atractivas damiselas que aportaban belleza o una buena dote al matrimonio, ni todos los hombres atractivos caballeros herederos de una gran mansión. Si ya era difícil para las hijas de las familias adineradas y los no herederos encontrar una pareja adecuada, imaginemos las dificultades que tendrían las mujeres sin grandes recursos, los hombres viudos con familia o las personas con menos habilidades sociales para relacionarse románticamente. La dificultad aumentaba si la mujer había pasado la edad casadera o no era atractiva, y lo mismo sucedía con los caballeros.
Esta era la razón por la que muchos acudían a los anuncios personales por palabras de los periódicos para tratar de buscar amistades o relaciones.
Distinguir las buenas intenciones de las burlas
Aunque algunas damas publicaban anuncios donde expresaban su deseo de relacionarse con personas afines, éstas solían buscar la amistad de otras damas que se encontraban tan solas como ellas para pasear, acudir a tomar el té o unirse a clubes de lecturas. Estos anuncios solían publicarse en revistas femeninas. Era muy raro que una dama buscara o solicitara una relación o información sobre un caballero, ya que podría poner en jaque su reputación.
Lo más habitual era que un caballero publicara un anuncio para tratar encontrar una dama para entablar una amistad o con intenciones románticas. En este caso, el hombre expresaba lo que buscaba en la dama cuestión y sus intenciones. Después de una breve presentación y de enumerar las virtudes que deseaba que tuviera la dama en cuestión, dejaba sus señas o el número de un apartado postal para que las interesadas pudieran enviar la carta de contestación.
En otras ocasiones, un caballero publicaba un anuncio para localizar a una dama a la que había visto en un parque, en algún establecimiento o en la vía pública. En el anuncio se describía a la dama, su vestuario, si iba o no acompañada de otra persona, el lugar en cuestión, y por supuesto, la fecha y la hora.
Este tipo de anuncios eran tan populares que no era extraño que las damas los leyeran y el primer sentimiento de indignación ante tal atrevimiento se convertía en curiosidad por aquel caballero que buscaba una relación formal o por el que deseaba conocerlas. La prudencia recomendaba no responder a esos mensajes, pero la curiosidad, sobre todo, si el anuncio se publicaba durante varios días, solía ser mayor que la cautela y no eras pocas las que contestaban al caballero.
Los principales consejos para una dama, si esta deseaba responder eran los que apelaban a la sensatez de la dama. En primer lugar se respondería al caballero sin dar datos personales, ni nombre ni dirección; después se le pediría al caballero referencias para confirmar que era una persona respetable y sus intenciones eran honorables. De este modo, la dama mantendría su intimidad intacta y tendría la ventaja de conocer más sobre su supuesto pretendiente y descartar que era un mero acosador.
La prudencia debía ser extrema si la dama estaba casada y respondía movida por la curiosidad y el halago ya que podría poner su reputación y la de su familia en grave peligro si la correspondencia se difundía de algún modo entre su círculo social.
Si no había respuesta por parte del caballero, la dama no debía sentirse mal o rechazada. Nada se puede esperar de un caballero anónimo que busca una relación con una desconocida o requiere información de una dama con la que ha coincidido en una o varias ocasiones y a la que no le ha dirigido la palabra.
En segundo lugar, aún después de un breve intercambio de correspondencia, la dama debía mantener la distancia hasta conocer al caballero en persona, su entorno y sus propósitos. Y, aún así, debería dejarse acompañar a las primeras citas por una familiar o una amiga de confianza para evitar situaciones desagradables, malentendidos o intentos del caballero de comportarse con exceso de confianza.
Aunque, afortunadamente, muchas parejas estrecharon lazos de amistad, e incluso, encontraron una amorosa relación que terminó en campanas de boda, no todas las historias fueron tan felices. Muchas jóvenes incautas, deslumbradas por la adulación y la zalamería de un admirador secreto o soñando escapar de su solitaria vida con promesas de un matrimonio feliz, cayeron en la trampa de indeseables de toda clase social, que solo trataban de burlarse de las mujeres, coleccionando cartas de amor y sobre todo fotografías con las que después alardeaban delante de sus amigos en las tabernas o los clubes de caballeros.
Además, si la dama pertenecía a la aristocracia o burguesía, o estaba casada era muy probable que intentaran chantajear a ella, su esposo o a sus padres, que pagarían grandes sumas de dinero a cambio de recuperar las fotos o cartas comprometidas para proteger su reputación, y la de su círculo familiar.
Como vemos, cambian las formas y los medios de comunicarse, pero las emociones humanas se mantienen a través de los siglos.
Desde La Casa Victoriana os deseamos un Feliz Día De San Valentín.






































































































































