Los Vinegar Valentines: cuando el amor se convierte en odio

Siempre que pensamos en la festividad de San Valentín victoriana nuestra imaginación nos lleva a un mundo de flores, querubines, poesías y tarjetas tan ornamentadas que dejarían perplejo al romántico más exigente.

En La Casa Victoriana hemos dedicado varios artículos a las tradiciones, curiosidades y protocolos del día del amor por excelencia. Pero hoy nos adentraremos en un escenario más oscuro que sentimental, el de los Vinegar Valentines, tarjetas insultantes que en vez de transmitir amor incondicional propagaban odio sin fin.

¿Qué eran losVinegar Valentines?

Los Vinegar Valentines eran tarjetas de felicitación satíricas y ofensivas que se popularizaron a mediados del siglo XIX, con el nombre de Comic Cards o Insulting Cards. Este tipo de tarjetas, a diferencia de las postales tradicionales de San Valentín que expresaban amor y afecto, estaban diseñadas para burlarse y ridiculizar al destinatario y contenían un verso mordaz o una caricatura que pretendía humillar a la persona a la que se referían.

Como no podía ser de otro modo, y tal y como ocurre en la actualidad, habitualmente se enviaban de forma anónima, siendo los remitentes un caballero o una dama, ya que el despecho y la venganza por haber sido rechazado no tenía género.

Los materiales para engalanar las tarjetas románticas como encajes, tul, lazos y flores secas desaparecían para dejar unas cartas impresas en papel barato, desprovistas de todo boato. Las ilustraciones eran de mal gusto, incluso groseras y los poemas que las acompañaban eran sarcásticos y realmente desagradables, aludiendo, con un supuesto tono humorístico a algún defecto físico, discapacidad o rasgo de carácter del destinatario.

También se enviaban notas haciendo referencia a la profesión del receptor de la carta, su estatus social o a alguna desgracia que le hubiera ocurrido. Muchas de estas postales se hacían por encargo y estaban personalizadas para poder causar el mayor daño posible a la persona a la que iban dirigidas.

¿Por qué el nombre de VinegarValentines?

El nombre viene de la práctica de utilizar vinagre para teñir las tarjetas y darles un aspecto envejecido. Esta técnica consistía en sumergir la postal en una mezcla de vinagre y agua, lo que no sólo añadía un tinte distintivo, sino que también ayudaba a preservar el delicado papel. Lo ideal para una tarjeta de buena calidad era que el papel tuviera un toque púrpura, ya que durante la época victoriana, el color púrpura simbolizaba la riqueza y el lujo. Ese matiz de color diferenciaba un papel caro de otro que no lo era.

Sin embargo, los pigmentos morados eran bastante caros y poco accesibles para la población en general. Por eso se recurría al vinagre, un ingrediente doméstico fácil de conseguir, para crear una alternativa económica. Las propiedades ácidas del vinagre reaccionaban con ciertos tintes para producir un tono púrpura. Esto permitía imitar la suntuosidad asociada al púrpura sin arruinarse.

Efectos de la recepción de unaVinegarValentine

Cuando alguien recibía una tarjeta desagradable por San Valentín no solo se sentía insultado y humillado, sino que teniendo en cuenta los despiadados mensajes que podían contener feroces amenazas y perversos comentarios personales, podían crear un estado emocionalmente angustioso para el destinatario.

Además, como la carta era anónima, la víctima se sentía acechada y acosada sin tener la certeza de quien de todos los que la rodeaban podían albergar tanto odio hacia ella y, al mismo tiempo, mostrar una actitud cariñosa en su presencia, creando un estado de miedo constante que podía tener consecuencias a largo plazo en el bienestar mental de las personas implicadas.

En una sociedad tan encorsetada como la victoriana, la recepción de este tipo de tarjetas no siempre creaba una conexión de compasión con el destinatario sino que servía para levantar todo tipo de susceptibilidades, sospechas y rumores incluso entre los más allegados al destinatario. Amigos, conocidos e incluso parejas sentimentales podían distanciarse debido al contenido hiriente de estas tarjetas.

Contenido de las VinegarValentines

El lenguaje de las flores
Durante la época victoriana, el lenguaje de las flores se convirtió en una forma popular de transmitir sentimientos y emociones. Sin embargo, algunos individuos tergiversaron esta tradición para enviar mensajes con connotaciones negativas. Por ejemplo, la inclusión de ciertas flores, como el cardo o la rosa amarilla, podía significar desdén o rechazo en lugar de afecto.

El envío de rosas negras

Las rosas negras, aunque no son un color natural de las flores, se creaban a menudo tiñendo rosas blancas o rojas con tintes oscuros. Estas rosas se consideraban misteriosas y raras, y se asociaban con los peores presagios.

Enviar una rosa negra conllevaba un mensaje específico que no era difícil malinterpretar. La rosa negra simbolizaba la muerte, el luto y el amor trágico. Representaba la pérdida de un ser querido, un corazón roto o el final de una relación romántica. Mientras que las rosas rojas se asociaban con el amor apasionado y las rosas blancas simbolizaban la pureza, las rosas negras transmitían una sensación de pena y dolor.

Enviar una rosa negra en San Valentín era un gesto conmovedor. Hablaba de un amor no correspondido o perdido, expresando el dolor y la nostalgia asociados a un corazón roto. Algunos creían que regalar una rosa negra en este día podía cerrar relaciones pasadas y servir como estímulo para seguir adelante.

Composiciones ofensivas
Como comentamos anteriormente, estas composiciones utilizaban un lenguaje insultante, usando chistes ofensivos para menospreciar o burlarse del destinatario de todas las formas posibles. No se ahorraba en crueldad ni en insensibilidad; el objetivo era hacer daño y humillar al destinatario y que este fuera consciente del desprecio que su persona causaba en el remitente. El anonimato animaba a enviar mensajes maliciosos sin miedo a ser identificados.

Tarjetas de San Valentín ‘Penny Dreadfuls
Los ‘Penny Dreadfuls‘ eran publicaciones baratas y sensacionalistas que ganaron popularidad durante la era victoriana. Algunas personas imprimían tarjetas de San Valentín inspiradas en estas publicaciones que presentaban ilustraciones horripilantes y mensajes perturbadores con el objetivo de impactar o asustar al destinatario en lugar de expresar amor o afecto.

Las consecuencias legales de las VinegarValentines

A medida que el Día de San Valentín ganaba popularidad en el siglo XIX, sus festividades y expresiones de afecto fueron objeto de escrutinio y regulación por parte de las autoridades, que creían que estas eran cada vez más exageradas y chocaban con las normas más elementales de la moral victoriana. Para que las celebraciones se mantuvieran dentro de los límites de una conducta aceptable se establecieron varias normas para mantener los valores conservadores y poner freno a las muestras románticas en público.

Una de las leyes más importantes relacionadas con San Valentín fue la Obscenity Act de 1857. Con esta ley se pretendía controlar la difusión de material explícito de contenido amoroso que pudiera rozar la obscenidad, pero también las tarjetas de talante ofensivo e insultante. Esta ley castigaba tanto la producción de estas tarjetas como su envío si se descubría el remitente, y también evitaba la publicación en periódicos de anuncios ofensivos donde se manera pública se ofendiera a cualquier ciudadano.

Como podéis ver no todo era almíbar en el día de San Valentín, pero desde La Casa Victoriana os deseamos un Feliz día de San Valentín, lleno de buenos deseos para compartir con quien os apetezca hacerlo.

Tenéis más entradas y curiosidades para disfrutar San Valentín en el blog, en el apartado ¡Feliz San Valentín Victoriano!. Recordad seguirnos en nuestras redes sociales: Facebook, Instagram, Twitter y Threads.

Imágenes propiedad de: Royal Pavilion & Museums, Brighton & HoveRoyal Pavilion & Museums, Brighton & Hove. Copyright: CC BY-SA y del Museum of London

El hombre victoriano en el hogar

Con motivo de la celebración del Día del padre en los países anglosajones, dedicamos una entrada al hombre victoriano y su papel en el hogar.

El Día del Padre

Self-portrait – Franz Xaver Winterhalter

Aunque los victorianos celebraban con devoción el Día de la madre (Mothering Sunday), no existía un día que festejara el papel de los padres dentro de la familia. De hecho, teniendo en cuenta la importancia que se le daba al padre dentro del núcleo familiar victoriano, se podría decir que todos los días eran el “día del padre”. La conmemoración es bastante reciente ya que fue el presidente Nixon quien declaró en 1972, por medio del Acta del Congreso de los Estados Unidos, el tercer domingo de junio como el Día del Padre. A partir de ese momento, la celebración de la festividad se extendió a todos los países anglófonos incluido el Reino Unido.

Victorian Family Portrait – English School late 19th century

Pero esto no quiere decir que esta fecha conmemorativa no se celebrara con anterioridad en algunos estados americanos, aunque sin el sello de oficialidad otorgado por el congreso. El estado de Virginia fue el más activo en el reconocimiento de este día. En 1908, después de un gravísimo accidente minero en el que murieron trescientos sesenta y dos hombres, una iglesia de Virginia celebró un sermón especial en honor a los trabajadores fallecidos. Los asistentes al acto religioso repartieron flores rojas y blancas para honrar a los difuntos no solo como trabajadores sino como padres de familia.

The North-West Passage, 1874 Sir John Everett Millais

Sonora Smart Dodd, la dama virginiana que luchó por una fiesta para los padres

En 1909, la señora Dodd, huérfana de madre y criada por su padre que había sido un veterano de guerra, pensaba que, del mismo modo que se honraba a las madres con un día especial, debería de existir una fecha en la que se reconociera la labor de los padres y su amor y sacrificio para con sus familias. Para ello solicitó a las autoridades que se dedicara de forma oficial un día para cumplimentar a los progenitores, proponiendo como fecha el 5 de junio, cumpleaños de su padre.

Portrait of Father and daughter – J.L. Ritchie

La idea de la señora Dodd también fue bien acogida en el estado de Washington, que celebró un año más tarde el Día del Padre. Poco a poco otros estados fueron incluyendo en sus festividades este día de homenaje.

En la década de los 30 del siglo XX hubo movimientos para que esta fiesta se integrara en la celebración del Día de la madre, unificando ambas en una sola denominada Día de los padres. Pero igual que pasó con el Día de la madre en los Estados Unidos, los comerciantes que veían en este tipo de conmemoraciones una fecha para vender todo tipo de productos como regalo, fueron los primeros en rechazar la idea, ya que consideraban que si se unificaban las fiestas el gasto de las familias en regalos sería menor, por lo que era más conveniente celebrarlos en días diferentes.

Camille Desmoulins with his family Jacques-Louis David

El hombre victoriano en el hogar

El rol de la esposa era definido por los victorianos como “el ángel de la casa” y sus responsabilidades consistían en ocuparse de sus hijos, su crianza y educación, del buen funcionamiento del hogar, del servicio doméstico y por supuesto de cubrir las necesidades de su esposo, sin olvidar su papel como anfitriona y acompañante perfecta de su marido en las reuniones sociales. El papel de madre y esposa llevaba implícito la generosidad, el altruismo, la bondad, la paciencia y el cariño hacia sus hijos y su marido.

Family Group – Michele Gordigiani


El hombre era el “rey de la casa”, el sustento de la familia y la pieza fundamental para el mantenimiento económico del hogar; por este motivo no podía ser molestado con las menudencias del día a día de la familia o del servicio.

El esposo era el dueño y administrador de todas las posesiones familiares, ya que, aunque no fueran suyas por herencia familiar o por sus propios ingresos laborales sí lo eran por legítimo derecho, dado que, hasta las reformas de las leyes de esponsales de 1870 y 1882, las propiedades de las mujeres, fueran propias o heredadas pasaban a ser propiedad de su prometido una vez contraído el matrimonio.

Unequal Marriage by Vasili Pukirev

Era deber del esposo proveer a su familia no solo del sustento sino de todas aquellas comodidades que estuvieran a su alcance. El Hill’s Manual of Social and Business Forms recomendaba que el marido debía ser atento y cariñoso, pero sobre todo indulgente con los cambios de humor de su esposa o con su ignorancia sobre temas considerados serios, como la política, las artes y ciencias o cualquier otra temática que no fuera considerada adecuada para una dama.

Esto era humillante para muchas mujeres instruidas e inteligentes cuya conversación después del matrimonio quedaba reducida a temas banales, puesto que si osaba a participar en una conversación, aportando sus propias opiniones, era censurada no solo por los caballeros sino por la mayoría de las damas presentes.

Cigars after Dinner- Carl Wilhelm Anton Seiler

Para tratar de que esto no sucediera, los caballeros tenían sus propios espacios dentro del hogar: las bibliotecas, los comedores, las salas de fumadores y de billar. Estos espacios estaban decorados con gruesas cortinas de colores oscuros, sólidos muebles de roble y caoba, cuadros de retratos familiares, marinas o paisajes campestres, sin adornos superfluos.

De hecho, para un hombre victoriano un mobiliario de calidad y una decoración personalizada representaban el símbolo de su estatus social. No era extraño que los caballeros se ocuparan personalmente de la decoración de las salas que consideraban de su exclusividad, siguiendo los consejos de los manuales de la época, como The Gentleman’s House o Our Homes and How To Beautiful Them.

Man Smoking in a Parlour – John Edward Soden. Photo credit: Museum of the Home

Los muebles debían ser de maderas nobles, los sillones de cuero, las alfombras mullidas y de procedencia oriental si su economía lo permitía y los objetos decorativos no ostentosos; de hecho, los “bric-a-brac”, pequeños objetos decorativos como espejos, marcos de fotografías o porcelana, a los que eran tan aficionadas las damas, no eran bienvenidos a las estancias masculinas, prefiriendo pocos elementos pero que reflejaran la riqueza del dueño de la casa.

Los hombres eran tan celosos de la intimidad de sus espacios que en muchas casas se les prohibía a los hijos el acceso a dichas estancias, e incluso, la señora de la casa evitaba entrar en ellas, siendo el servicio y el asistente personal del caballero los únicos que se encargaban de la limpieza y mantenimiento de las habitaciones.

At the Club – Carl Wilhelm Anton Seiler

Un hombre irresponsable, derrochador y falto de valores era un mal ejemplo para sus hijos y una desgracia para toda la familia. No pocas familias victorianas se vieron abocadas a la ruina, a las deudas o la verguenza por esposos cuyas malas decisiciones económicas o comportamientos indecorosos dejaban a su familia sin hogar y sin dinero. En estos casos solían ser las esposas las que trataban de pedir ayuda a su familia o a conocidos, solicitando pequeños préstamos o bien dejando a su cargo alguno de los hijos del matrimonio para poder salir adelante.

Con la llegada de siglo XX la mentalidad cambió y, no solo el matrimonio, sino el resto de la familia comenzó a compartir estancias, siendo los espacios reservados una reminiscencia de la época victoriana.

Home Sweet Home – Walter Dendy Sadler

El padre victoriano

El padre victoriano era inflexible con sus hijos e indulgente con sus hijas. En ningún momento se esperaba que el padre fuera cariñoso o sensible con los varones. Su labor consistía en hacer que el primogénito, y por tanto el heredero, estuviese lo suficientemente preparado para continuar con la saga familiar.

Se esperaba de él seriedad y la consecución de un matrimonio lo suficientemente provechoso para incrementar la riqueza familiar que asegurara el mantenimiento de las posesiones, y si, por desgracia, sus hermanas no contrajesen matrimonio, poder mantenerlas a ellas, además de a su propia familia.

Many Happy Returns of the Day – William Powel Frith

El nivel de exigencia era menor con el resto de los hijos, cuya misión era no avergonzar el apellido que portaban, conseguir matrimonios ventajosos y trabajos bien remunerados gracias a los contactos de sus padres o bien de sus suegros, ya que ellos no heredarían el título, el dinero ni las posesiones principales de sus padres.

En cuanto a las hijas, los padres eran mucho más benevolentes y no dudaban en mostrarles su afecto, incluso en público. La descendencia femenina era un quebradero de cabeza para los padres victorianos puesto que por una parte intentaban conseguirle un matrimonio respetable que les solucionase la economía futura y por otro debían espantar a los cazafortunas que solo buscaban el dinero y la posición social de sus futuros suegros para medrar socialmente.

Before the Wedding – Robert Volcker

Además, contrariamente a lo que sucedía con los varones que priorizaban las necesidades prácticas de un buen matrimonio, las hijas le daban más importancia al amor romántico, enamorándose de las personas menos adecuadas, como hijos segundones o lo que era peor, ¡artistas! En esos casos los padres terminaban oponiéndose rotundamente al matrimonio dando lugar a no pocos dramas familiares.

First Class- The Meeting, and at First Meeting Loved. – braham Solomon

Evidentemente todo esto sucedía en las familias pudientes. Las clases más desfavorecidas bastante tenían con sacar adelante a sus hijos y encontrarles un trabajo digno, aunque el papel del hombre en el hogar, salvando las distancias económicas no distaba mucho del caballero adinerado. El hombre era el que tomaba las decisiones en el hogar y se hacía su voluntad.

No había estancias exclusivas porque las casas eran tan humildes que todas las habitaciones debían ser compartidas; después de interminables horas de trabajo el lugar favorito del padre era el pub y su esposa se encargaba de educar y sacar adelante a la familia, habitualmente numerosa, con los pocos ingresos que llegaban a casa después de ser consumidos por el alcohol. Los roles victorianos, tan definidos, no entendían de clases sociales, aunque muchas familias, afortunadamente, se salían de las normas tácitamente aceptadas, estableciendo a nuevas costumbres y roles familiares que se fueron consolidando lentamente con los años.

The Emigration Scheme – James Collinson

Labores de costura victorianas + Calendario 2022. Parte I

Louis Lang- The sewing party

¡Feliz año nuevo, victorianos!

Como todos los años, desde La Casa Victoriana, queremos obsequiaros con un calendario diseñado especialmente para todos vosotros. Este 2022 está dedicado a las mujeres y las labores de costura, y, como es habitual, viene ilustrado con bellísimos cuadros del siglo XIX y principios del siglo XX.

Para acompañar a la entrega del calendario publicaremos dos artículo dedicado a las labores de costura más populares en la época victoriana.

Dividiremos la entrada en dos partes. Esta primera parte la dedicaremos al costurero, sus materiales y a las labores de punto de cruz, patchwork, quilting y appliqué, y con ella publicaremos las hojas de calendario desde enero a junio.

Próximamente, publicaremos otra entrada con el resto de las labores y las imágenes del calendario correspondientes a los meses desde julio a diciembre.

Para descargarlo podéis clicar con el botón derecho del ratón sobre la imagen y escoger «Guardar imagen como» en el desplegable.

Esperamos que tanto los artículos como el calendario sean de vuestro agrado.

La Casa Victoriana

Las victorianas y la costura

La destreza en las labores de costura era una habilidad muy valorada entre las damas victorianas.

El conocimiento de las diferentes técnicas se transmitía de madres a hijas y la exquisitez y creatividad mostradas en un trabajo de costura eran tan admiradas como el talento en el canto o en un instrumento musical.

Pero estas habilidades, que entre la clase más pudiente formaban parte de su educación y servían para llenar las horas de ocio con una actividad tan productiva como útil, eran también reconocidas por las familias de las clases sociales no tan afortunadas económicamente, pero con objetivos diferentes.

Toda mujer debía saber de costura ya que era una competencia útil para su vida diaria: coser las ropas de su familia, remendar aquellas prendas más desgastadas, proporcionar al hogar manteles y ropa de cama, aprovechar cualquier tela para unos cojines, tejer desde bufandas y ropa de abrigo para el invierno o confeccionar una alfombra para su salita.

Además, como la necesidad agudiza el ingenio, solían ser diestras en la confección de complementos como adornos florales, sombreros o diademas.

Emile Pap – A Girl in a Pink Dress Sewing by the Window

Las labores de costura no solo se hacían como pasatiempo o necesidad, sino que se utilizaban como regalos e, incluso, se exhibían en lugares destacados del hogar para ser admirados por familiares y amigos.

Las jóvenes que destacaban en tas labores hacían de ello su profesión, empleándose como costureras en sastrerías o modistas particulares para señoras adineradas. Una modista mañosa, creativa y pulcra en su trabajo era tan valorada por las señoras como la mejor de las cocineras.

Los materiales de costura

Una mesa de costura, bien equipada, con una máquina de coser, compartimentos varios para mantener en orden los materiales y espacio suficiente para las labores de costura era tan preciada que se fabricaban con los mejores materiales, dando como resultados muebles de una factura elegante y exquisita.

Estas mesas soñadas solo estaban al alcance de aquellas señoritas que tenían la suerte de tener una familia que pudiese permitírselas. La mayor parte de las jóvenes se conformaban con un costurero, una cestilla de mimbre para los ovillos de lana y un par de bastidores.

Richard Edward Miller – Sewing by Lamplight

Los costureros eran igualmente un indicador de la clase social de la dama: magníficos costureros de madera lacada, con incrustaciones de nácar, madreperla, marfil y accesorios de plata labrada eran para las jóvenes de clase social alta; cajas de madera o de cartón y tijeras de hierro eran los materiales para el día a día en los hogares más humildes. De todos modos, no había caja fea que un ingenioso trabajo de decoupage no pudiera embellecer.

Todo costurero debía contener unos materiales básicos consistente en un estuche agujas de diferentes tamaños y grosor, dedales, alfileres, un par de tijeras, cinta métrica, un punzón de costura y una lezna para perforar el cuero y los tejidos de piel. Además, solían contener carretes de hilos de colores básicos, devanadoras, alfileteros y pinzas de dobladillo.

Como complemento al costurero se utilizaban cestillas y capazos de mimbre para los accesorios y materiales de calceta y ganchillo, ovillos de lana y agujas. Flores de tela, lazos, encajes, remaches y hebillas metálicos, así como telas y papel o cartones para patronaje completaban los accesorios que no debían de faltar en una habitación de costura.

William Kay Blacklock- Nice Young Lady Sewing

En el siglo XIX, la mayor parte de las agujas se fabricaban en acero, aunque muchas damas conservaban agujas hechas de oro y plata, herencia de generaciones anteriores. Los alfileres estaban hechos del mismo material y su precio era elevado. La tendencia a perderlos hizo de los alfileteros uno de los complementos preferidos del costurero.

Godey’s Lady’s Book y Peterson ‘s Magazine, con tutoriales, guías, patrones, dibujos para servir como modelo de diseño y consejos para los diferentes tipos de labores, eran dos de las revistas más vendidas.

Las labores de costura

El punto de cruz

La labor de costura más popular era el punto de cruz. Las niñas se iniciaban en esta costura porque el aprendizaje era fácil y se adquiría con rapidez precisión en la puntada. Como seguía un dibujo determinado de antemano, que servía como modelo y guía de las puntadas, era difícil que el resultado final fuera un despropósito, como podía suceder con bordados más avanzados, e infundía ánimo y autoconfianza en la bordadora para enfrentarse a retos más complicados.

La mezcla de hilos de colores y la sencillez del dibujo conseguían que algo simple fuera vistoso por lo que pequeñas flores, abecedarios y breves citas bíblicas se bordaban para adornar estuches de agujas, postales conmemorativas o marcapáginas.

Robert Barnes- Child Sewing

Patchwork y quilting

La labor de patchwork consistía en unir diferentes despieces o trozos de telas para formar un trabajo de costura completo. En su origen las piezas eran geométricas y todas iguales en tamaño.

A partir de un modelo se iban uniendo formando diferentes dibujos geométricos, dando lugar a piezas más grandes. Con el tiempo se fueron incluyendo piezas de diferente tamaño para formar borders de separación o para enmarcar las piezas chicas, pero siempre siguiendo un esquema predeterminado.

Cuando se decidía acolchar el patchwork comenzaba una nueva labor: el quilting. Los quilts, que era como se denominaba este tipo de piezas constaban de tres capas: la primera era la formada por el trabajo de patchwork, con la unión de los trozos de tela; la segunda capa era el acolchado, que aparecía en medio para mullir la pieza; por último, la tercera capa que sería “el revés” de la pieza, cuyos bordes se unirían con la primera capa cerrando la colcha.

Arthur John Elsley

Un marco de madera servía como guía para la unión de las piezas y todas las mujeres implicadas participaban de este proceso de unión, llamado quilting bee, aportando no solo su trabajo sino lazos de amistad para fortalecer a la comunidad o a las relaciones sociales.

Hacer quilting era una de las labores favoritas de las muchachas. Había quilts que se hacían en familia y donde cada miembro aportaba una serie de piezas que se unirían a las demás. Eran los quilts familiares, que trascendían más allá de la mera labor. Algunos de ellos se completaban en las sucesivas generaciones, siendo heredados de madres a hijas.

Los quilts de recuerdos estaban compuestos por diferentes piezas que tenían un significado importante para la costurera. Usualmente se componían de trozos de ropa que se había deteriorado con los años, pero de la que se quería conservar por razones sentimentales alguno de los trozos.

Los quilts de amistad se confeccionaban entre buenas amigas y se firmaban con el nombre bordado. Algunos de ellos escondían secretos o mensajes ocultos entre las capas, con piezas de tela, frases o iniciales bordadas que solo las implicadas en el trabajo del quilt comprendían. De esta manera, la labor era también una diversión y un modo de afianzar los recuerdos una amistad que se quería que perdurara. Como curiosidad, comentar que muchas jóvenes victorianas unían las piezas sustituyendo los hilos por sus propios cabellos, para hacer las piezas más personales.

Sir Francis Grant- Mary Isabella Grant, Knitting a Shawl

En las décadas finales del siglo XIX, los puzzle quilts, crazy quilts, o los quilts locos comenzaron a ganar terreno a los quilts tradicionales. Se diferenciaba de los tradicionales en que las piezas no eran regulares ni del mismo tamaño y se unían entre sí sin ningún parámetro particular, excepto el de la propia imaginación. Los cojines, colchas y mantas de extravagantes, con coloridos diseños, hechos con piezas irregulares y sin patronaje previo se convirtieron en el elemento decorativo más innovador y en una de las labores más divertidas para las jóvenes victorianas.

No por ser una labor menor debemos olvidar otro tipo de labor de patchwork: el appliqué. Esta técnica más relacionada con el adorno que con la costura propiamente dicha, consistía en aplicar, o bordar, varios trozos de tela sobrelas trabajos de patchwork, añadiendo textura y color. Las piezas de appliqué podían ser precortadas o pequeñas obras artísticas, donde las hábiles costureras las formaban con trozos de tela con los que diseñaban pétalos de flores, letras, juguetes simples o animales.

¡Feliz Navidad, victorianos!

Como todos los años desde La Casa Victoriana queremos desear una Navidad muy feliz a todos nuestros subscriptores, seguidores y amigos. Y lo hacemos con este precioso cuadro del pintor francés William Adolphe Bouguereau (1825-1905) titulado La Canción de los ángeles, pintado en 1881.