Curiosidades navideñas del siglo XIX

Sí, Virginia, Santa Claus existe

virginia 

En 1897, la pequeña Virginia O’Hanlon de 8 años escribió al periódico New York Sun, a instancias de su padre, para preguntar en la sección de Preguntas y Respuestas sobre la existencia de Santa Claus. Virginia comenzó a dudar cuando sus amigos le dijeron que Santa no era real. La primera persona a la que expresó sus dudas fue a su padre, esperando una respuesta lo suficientemente argumentada que pudiera convencerla de creer o no. Pero Philip O’Hanlon, médico forense de profesión no supo que contestar a su hija, por lo que animó a Virginia a escribir al periódico local para que fueran los responsables de la sección los que se encargaran de dar tan difícil respuesta.

Fue Francis Pharcellus Church, hermano del dueño del periódico y redactor de contenidos, quien se encargó de contestar, de forma anónima, a Virginia con una carta que ha pasado a la historia de las tradiciones navideñas por su justificación de la figura de Santa Claus identificándola no solo con el personaje encargado de traer los regalos de Navidad sino como la encarnación de la ilusión, la esperanza y los buenos deseos.

A continuación, podéis una traducción de la carta de Virginia y la magnífica contestación de Church con la frase que ya ha pasado a la historia: “Sí, Virginia, Santa Claus existe”.

Carta de Virginia:

«Querido Editor,

Tengo 8 años. Algunos de mis amigos dicen que Santa Claus no existe. Mi Padre dice que «si lo dice The Sun, entonces existe». Por favor, dígame la verdad, ¿existe Santa Claus?

Virginia O’Hanlon115 Oeste, Calle 95».

 

La contestación de Church:

 

«Virginia,

Tus pequeños amigos se equivocan. El escepticismo de los nuevos tiempos les afecta. Tan sólo creen en aquello que ven. Piensan que nada que no sea comprensible para sus minúsculas mentes puede ser ni existir. Y todas las mentes, Virginia, ya sean de adultos o de niños, son minúsculas. En este gran universo nuestro, el ser humano solo es un mero insecto, con apenas el cerebro de una hormiga, en comparación con el inmenso mundo que lo rodea, si es que fuera posible imaginar una inteligencia que pudiese absorber toda la verdad y el conocimiento.

Sí, Virginia, Santa Claus existe. Existe como existe el amor, la generosidad o el esfuerzo que, como tú bien sabes, abundan en todas partes y llenan tu vida de felicidad y belleza. ¡Qué triste sería el mundo si no existiera Santa Claus! Sería tan triste como si no existieran otras Virginias como tú. Si no existiera, tampoco existiría la inocente fe de un niño, ni la poesía, ni el romanticismo, que tan tolerable hacen nuestra existencia. No habría alegría más allá de lo que nuestros sentidos pueden percibir, y la luz eterna con la que la infancia ilumina el mundo se apagaría.

¿Cómo es posible no creer en Santa Claus? ¡Sería como no creer en las hadas! Tu padre podría encargar a muchas personas la vigilancia de todas las chimeneas en Nochebuena para intentar descubrir a Santa Claus, pero incluso si ellas no vieran a Santa Claus bajar por ellas, ¿qué probaría eso? Nadie ha visto nunca a Santa Claus, pero eso no significa que no exista. Las cosas más reales de este mundo son aquellas que ni los adultos ni los niños pueden ver. ¿Has visto alguna vez a las hadas bailar sobre la hierba? Estoy seguro de que no, pero eso no prueba que no lo hagan. Nadie puede llegar a imaginar todas las maravillas desconocidas que no podemos ver, de este mundo.

Si haces pedazos el sonajero de un niño puedes llegar a ver lo que provoca que suene, pero hay un velo que oculta el mundo invisible, que ni los hombres más fuertes, ni la fuerza conjunta de todos los hombres más fuertes que jamás hayan vivido, podría levantar. Tan sólo la fe, la fantasía, la poesía, el amor, el romanticismo, pueden descorrer esa cortina y descubrir la gloria y la belleza sobrenatural que oculta tras de sí. ¿Es todo ello real? ¡Ah, Virginia!, no hay nada en este mundo más real y permanente.

¿Que no existe Santa Claus? ¡Por Dios! Existe y existirá siempre. Te aseguro Virginia que, dentro de mil años, o mejor, dentro de diez veces diez mil años seguirá alegrando el corazón de la infancia.

El Editor

¿Quién dio nombre a los renos de Santa Claus en el poema La noche antes de Navidad?

renos

Y él silbó, y gritó, y los llamó por su nombre;
«¡Ahora, Dasher! ¡Ahora, Dancer! ¡Ahora, Prancer y Vixen!
¡Venga, Cometa! ¡Venga, Cupido! ¡Adelante, Donder y Blitzen!
¡Por arriba del porche! ¡A lo alto del muro!
¡Ahora, corred! ¡Salid corriendo! ¡Salid corriendo todos!»

Durante décadas la controversia ha acompañado al poema La noche antes de Navidad y a su autoría real. Originalmente titulado como Account of a Visit from St. Nicholas, fue publicado anónimamente en el Troy Sentinel, un periódico de Troy, Nueva York, el 23 de diciembre de 1823. Posteriormente, el editor del periódico Charles Fenno Hoffman atribuyó la autoría a Clement Clarke Moore escritor y profesor de literatura.

Pero la familia del Mayor Henry Livingston Jr, veterano de la Guerra de la Independencia estadounidense fallecido en 1828, pronto reclamó la autoría del poema como una creación de su padre. Sus descendientes aseguraban que el Mayor escribió ese poema como un regalo navideño para sus hijos e incluso escribieron relatos de como su padre les recitaba el poema en 1808, 15 años antes de su publicación en el Troy Sentinel. La familia dijo que tanto gustó el poema que incluso una institutriz les pidió una copia y sostenían que esa copia debió llegar de algún modo a Moore.

Realmente nunca se aclaró la polémica sobre si Moore escribió realmente el poema o llegó a él como parte de una recopilación de poemas navideños. De todos modos, fue Clement Clarke Moore a quien la historia consideró el legítimo escritor del clásico y tradicional poema La Noche antes de Navidad, donde por primera vez los renos de Santa tienen los nombres que han pasado a la iconografía navideña.

Thomas Nast and Haddon Sundblom: los creadores del Santa actual

Santa 

 

El ilustrador germano-estadounidense Nast creó la imagen de Santa, vestido de rojo, con su gran barriga, barba blanca y mofletes regordetes basándose en el poema Account of a Visit from St. Nicholas, del que hablamos en el apartado anterior. La idea era mostrar a un elfo regordete y sonriente facilmente reconocible para todos los que leyeran o escucharan el poema, pero, al mismo tiempo muy influenciada por las raíces germanas de su autor ya que este Santa recordaba en gran medida al Pelznickel, figura de la tradición alemana proestante equivalente a San Nicolás.

La imagen de Santa tal y como Nast la concibió apareció por primera vez en Harper’s Weekly el 3 de enero de 1863 y, a partir de ese momento, se sucedieron más de treinta ilustraciones en las que Nast iba puliendo su ilustación de Santa.

Para hacer justicia al trabajo de Thomas Nast debemos recordar que, aunque parte de su fama internacional se debe a la creación de la figura de Santa Claus, su labor como ilustrador y caricaturista, siempre mordaz en sus denuncias políticas y sociales, en diferentes revistas y periódicos lo llevaron a ser definido como uno de los caricaturistas más importantes de la segunda mitad del siglo XIX.

Haddon Sundblom diseñó el Santa Claus más actual, que abandonaba su imagen de elfo regordete para mostrar a un anciano afable y bonachón. La ilustración de Sundblom no fue concebida como una interpretación personal sino como un encargo de la empresa Coca Cola para promocionar sus productos, objetivo que Sundblom cumplió muy por encima de las expectativas de la propia empresa, pero eso ya pertenece a la historia de otro siglo…

Edward H. Johnson: el pionero en la iluminación del árbol de Navidad

christmas tree

Estamos acostumbrados a ver los árboles victorianos iluminados con pequeñas velas, con el peligro que ello implicaba. Pero en 1882, el ayudante del inventor estadounidense Thomas Edison, Edward H. Johnson, colocó varias bombillas unidas por un cable y las puso alrededor de un árbol navideño. Estas bombillas de color blanco, rojo y azul fueron el origen de la tradición de ardornar el árbol con bombillas de colores. En 1895, el presidente Grover Cleveland iluminó el árbol de la Casa Blanca con luces eléctricas de colores, lo que ayudó a popularizar el sistema de luces cableadas como adorno de iluminación. Años más tarde, en 1917, a un jovencísimo Albert Sedacca se le ocurrió la idea de vender al público ristras de luces de colores para adornar sus árboles y sus viviendas.

Washington Irving y la tradición de besarse bajo el muérdago

muérdago

Fue el poeta Robert Herrick (1591-1674) el primero que asoció muérdago con las fiestas de Navidad, aunque en sus poemas no aparece asociado al amor romántico ni a la tradición de besarse bajo sus ramas y frutos.

Las primeras fuentes escritas que encontramos sobre esta tradición están en The Sketch Book, una colección de 34 ensayos e historias cortas escritas por  Washington Irving en 1820. En el libro describe una costumbre que el autor dice haber observado en Inglaterra según la cual los chicos jóvenes besaban a las chicas bajo el muérdago, y posteriormente arrancaban una baya de las ramas como prueba del beso. Una vez que la rama hubiera perdido todas sus bayas, el muérdago perdería su valor y los jóvenes ya no podrían besarse bajo sus ramas.

En 1836 Charles Dickens hizo referencia a la tradición en sus famosos Pickwick Papers.

Noche de paz y Jingle Bells: dos villancicos y dos historias

singing christmas carols

Noche de paz, originalmente llamado en alemán Stille Nacht, fue un poema escrito en 1816 por un sacerdote austriaco de 24 años llamado Joseph Mohr. En un periodo históricamente convulso, Mohr quiso expresar en verso la fe y esperanza en Dios. El poema no tuvo mayor repercusión popular hasta que le pidió al organista Franz Xaver Gruber que compusiera una melodía para guitarra y coro para que el poema pudiera ser cantado en la misa de Nochebuena. La unión de letra y melodía fue un inmenso éxito que se versionó en numerosas ocasiones y se convirtió en el villancico navideño por excelencia no solo en Europa sino en los Estados Unidos donde, al parecer, se interpretó por primera vez en 1839.

En 2011, la UNESCO incluyó Noche de Paz en su lista de Patrimonio Cultural Inmaterial.

Jingle Bells, por el contrario, tiene una historia menos emotiva. James Lord Pierpont compuso la canción en 1857 y fue publicada originalmente como One Horse Open Sleigh. La canción no estaba destinada a ser un himno navideño sino una melodía para ser cantada en espectáculos teatrales. En la época las llamadas «canciones de trineos» estaban de moda y se pagaban bien, por lo que Pierpont que andaba escaso de dinero no dudó en apuntarse a la tendencia.

Jingle Bells comenzó a incluirse en antologías navideñas de la época y a ganar popularidad hasta el punto de ser una de las canciones navideñas clásicas que han llegado a la actualidad sin apenas modificaciones.

¡Felices Fiestas, victorianos!

Como todos los años, desde La Casa Victoriana queremos desear a nuestros seguidores una Feliz Navidad y enviaros los mejores deseos para el próximo año.

Tradiciones navideñas victorianas

Viggo Johansen
Round the Tree- Viggo Johansen

El Calendario de Adviento

El periodo de Adviento comprendía las cuatro semanas que precedían a la Navidad. Era un tiempo de oración y meditación religiosa en el que los fieles se preparaban para el nacimiento de Jesús.

En el siglo XIX comenzaron a popularizarse los calendarios de Adviento; su función era recordar los días que faltaban para Navidad de un modo muy peculiar: durante los 24 días precedentes a la festividad navideña las familias abrían una ventanita hasta terminar el día de Nochebuena, en la que se abría la última de ellas.

Los calendarios de Adviento eran piezas elaboradas habitualmente en madera que tenían 24 pequeñas puertas o ventanas. Al principio, cada ventana contenía una pequeña historia que se leía en familia. Algunas veces, cada ventana contenía un capitulo de una historia cuyo desenlace no se desvelaba hasta el día 24, manteniendo la atención y curiosidad de los mas pequeños de la casa hasta el último día. La temática de las historias era inevitablemente religiosa, como correspondía a la celebración, y contaba un pasaje de la Biblia, o algún proverbio diario para proporcionar una enseñanza a los niños de la casa.

La Navidad consumista, desprovista de su significado religioso no fue un invento victoriano.

christmas-morning-neighbourly-greetings-and-doles-to-the-poor-and-needy-edward-frederick-brewtnall
Christmas Morning Edward Frederick Brewtnall

La Corona de Adviento

Según la tradición victoriana, las familias confeccionaban una corona de adviento y la suspendían en la sala familiar con una vela roja; cada uno de los domingos del periodo de Adviento se añadiría una vela hasta encender las cuatro velas correspondientes a los cuatro domingos.

Los más jóvenes colaboraban en este bello adorno añadiendo a la corona una estrella cada día de papel dorado o plateado cada día.

Si los niños eran pequeños la madre podía variar el modo de colocar la corona para que estos pudiesen añadir sus estrellas sin peligro de quemarse o de caerse intentando colocarlas en una altura.

No era común en la tradición navideña norteamericana pero si en la británica y europea, que los niños participaran activamente en la celebración del adviento y para ello las familias no solo permitían, sino que promovían, cierta libertad en la decoración de los pequeños, que convertían las coronas en pequeños jardines, añadiendo piedras, ramitas, flores y figuritas de barro. Esta decoración infantil se añadía diariamente, ya que no olvidemos que su verdadero significado era la celebración del Adviento y la preparación de los corazones de la familia para el nacimiento del Niño Jesús.

0b952143164ef5fa0e9717a8d0fde3d9.jpg

San Nicolás y Santa Lucía

En las festividades del Adviento la celebración de los días de San Nicolás y Santa Lucía eran otro momento para la celebración y la reunión de la familia. Ambos días eran un momento ideal para renovar los buenos deseos, la unión familiar y el sentimiento de entrega y amor mutuo como preparación para la Navidad.

El día de San Nicolás se celebraba el 6 de diciembre y se consideraba la fecha de inicio de la época navideña. San Nicolás era conocido por su compasión, generosidad y entrega a los más desfavorecidos, por ello gozaba del cariño de su comunidad. Los más necesitados nunca carecían de un plato de comida caliente, de una prenda de ropa de abrigo o de unas monedas si Nicolás estaba cerca.

Cuenta la leyenda que San Nicolás, montado un caballo blanco, visitaba a los más pequeños la noche del 5 de diciembre, la noche previa a su cumpleaños, para llenar sus corazones de buenos sentimientos para la Navidad. Además, con aquellos niños que habían mostrado tener un buen corazón durante todo el año, Nicolás dejaba una pequeña recompensa en forma de golosinas (chocolatinas, galletas o pastelitos)

Para preparar su llegada, los pequeños victorianos dejaban junto a la chimenea o en la puerta de casa comida para el caballo de San Nicolas, y un pequeño refrigerio para San Nicolás y su ayudante Ruprecht, que se encargaba de cargar con los sacos de golosinas. Los refrigerios consistían en zanahorias y heno para el caballo y galletas y bebidas calientes para que Nicolás y Ruprecht pudiesen soportar los rigores del frío y tener fuerzas para el duro trabajo que les esperaba.

Como curiosidad, señalar que las primeras representaciones de San Nicolás muestran a un anciano con una larga blanca, no llevaba una chaqueta y un pantalón de color rojo ribeteados en piel blanca, ni un gorro rojo de elfo sino una túnica de color marrón con una capucha del mismo color adornada con una corona de muérdago.

1

La celebración del día de Santa Lucía provenía de la tradición escandinava, y sin ser propiamente victoriana, en aquellos hogares donde las familias eran de ascendencia nórdica, el 13 de diciembre se recordaba, con una pequeña representación, la leyenda de la santa apareciendo rodeada de un círculo de luz para llevar comida a aquellas familias que sufrían la gran hambruna sueca.

La mañana del día de Santa Lucía, la hija mayor de la familia se vestía con una túnica blanca y larga (habitualmente un camisón) y adornaba su cabello con una corona de velas encendidas para simular el aura brillante de la santa; los chicos de la casa usaban gorros en forma cónica adornados con estrellas y las niñas más pequeñas bandas y fajines de color rojo brillante.

La hermana mayor, seguida por los pequeños, como en una improvisada procesión, sorprendía a sus padres llevándoles un delicioso desayuno a cama como símbolo de agradecimiento por todo el amor y cuidado que sus padres le dedicaban.

log.jpg

El Yule log

Aunque hace tiempo que ya no forma parte de la tradición navideña británica, el tronco de Navidad formó parte de las chimeneas navideñas inglesas no solo como elemento decorativo sino como un objeto casi mágico que después de ser encendido con una pequeña ceremonia en la chimenea del hogar, debía arder hasta la fiesta de Epifanía del 6 de enero (Twelve Night o Doceava noche de Navidad). El tronco se adornaba con ramitas y hojas. Su origen está en Europa central y oriental y en las tradiciones y supersticiones paganas que tenían que ver con la luz perpetuo y regenerador, el fuego, las cenizas y la protección del hogar. En muchos hogares se preservaban las cenizas o se marcaban con ellas las puertas para evitar las desgracias y la mala suerte.

En Francia el Bûche de Noel representa ese tronco en forma de un rico pastel de chocolate cubierto relleno de nata, helado, como marca la tradición, por el frío clima invernal.

stocking.jpg

El calcetín navideño

Antes de ser colgados cerca de la chimenea, muchos padres victorianos dejaban los calcetines, confeccionados con lana de vivos colores en los que predominaba el rojo, verde u blanco, colgados a los pies de la cama, bien cerrados de tal modo que los niños pudiesen palparlos cada día y tratar de imaginar que contenían. Esto creaba una expectación y algarabía en los pequeños que llenaba de alegría toda la casa.

Dentro de los calcetines, los regalos estaban cuidadosamente envueltos en brillantes papeles con lazos y adornos, ya que los victorianos ponían casi el mismo cuidado en el continente como en el contenido: la presentación era un reflejo del esfuerzo que la persona que regalaba ponía en agradar al destinatario del regalo.

Para no fallar nunca en los regalos, los victorianos tenían una receta mágica: cuatro regalos, ni uno más ni uno menos, que debían contener algo que comer (una chocolatina o galletas), algo que leer (un cuento infantil, una novela o un libro de oraciones), algo para jugar (juguetes de hojalata, un muñeco, o algún juguete de madera que hacían los propios padres, dependiendo del poder adquisitivo de los padres) y algo que se necesitara (habitualmente una prenda de ropa).

Victorian-Christmas-Card_horiz.jpg
Christmas Crackers V&A Museum

 

Los Christmas Crackers

Sin crackers no hay Navidad. Eso es lo que pensaba, desde la Reina Victoria, que disfrutaba como una niña con los crackers hasta la actual monarca Isabel II. Estos cilindros decorados con motivos navideños contenían pequeños regalos que salían disparados después de tirar de sus dos extremos y provocar un pequeño estallido.

Los crackers se explotaban después del plato principal, mientras se esperaba el pudding de navidad. La alegría que podría el estallido de los crackers era indescriptible y niños y mayores buscaban sus regalos que estaban esparcidos por todo el comedor. En el momento en que los crackers explotaban el ruido, los gritos y las risas estaban asegurados y la etiqueta que presidía la cena hasta ese momento terminaba de forma súbita.

Un cracker debía incluir un pequeño juguete, sombreros de papel, matasuegras, silbatos y un deseo o predicción de fortuna. Las anfitrionas victorianas se encargaban de que ningún niño quedara sin sus regalos de los crackers navideños, con regalos de reserva.

the-christmas-tree-albert-chevallier-tayler
The Christmas Tree- Albert Chevallier Tayler

Boxing Day, el día de los agradecimientos y los Santos Inocentes

La festividad de San Esteban, era el día de los regalos por excelencia. No solo se entregaban regalos a los niños sino que los sirvientes recibían cajas de comida y regalos de los señores de la casa para compartirlos con sus familias. Los más necesitados también recibían sus cajas que eran entregadas en las parroquias, centros de caridad o en las casas más pudientes, con alimentos o ropa de abrigo.

Al día siguiente, el 27 de diciembre, era el día del agradecimiento en el que las familias escribían y recibían bonitas notas de agradecimiento por los regalos del día anterior.

Estas notas eran muy cuidadas y se escribían en bonitos papeles con el membrete familiar o simplemente en papeles decorados por los propios miembros de la familia. Aunque los victorianos eran muy cuidadosos con los protocolos y la presentación de sus notas o cartas, lo más importante era la intención de agradecer y ser agradecido y un papel común con una mala caligrafía y ortografía era tan bienvenido como una preciosa nota de agradecimiento, ya que cada persona y familia lo hacía de acuerdo a sus posibilidades y estudios. Un agradecimiento de la humilde familia de una cocinera se recibía con tanto respeto como la de una familia adinerada londinense.

El día 28 se celebraba el Día de los Santos Inocentes, una celebración muy alejada de la bromista fecha actual donde las protagonistas son chanzas de mejor o peor gusto.

Esta fiesta que recordaba a todos los niños inocentes asesinados por Herodes, era conocida por los victorianos como Little Christmas y era una conmemoración de la infancia. En ella se organizaban fiestas para los niños de la casa y sus amigos, con divertidos juegos, golosas meriendas y tazas de humeante chocolate caliente.

Hip Hip Hurrah - Peder Severin Kroyer
Brindis – Peder Severin Kroyer

La fiesta del “¡hasta nunca!” : el Good Riddance del día 31 de diciembre

El último día del año reunía varias tradiciones en un solo día. A última hora de la tarde la familia se reunía para una festiva tea party, previa a la gran cena. Esta tea party estaba desprovista de toda la parafernalia de etiqueta victoriana, cambiando el protocolo por sombreros de papel, confeti, serpentinas y raudales de felicidad.

Una de las razones de esta fiesta era que los más pequeños celebraran el cambio de año, ya que a las 12 de la noche los pequeños ya estarían durmiendo rendidos de cansancio. Además a ninguna madre responsable victoriana se le pasaría siquiera por la cabeza tener a sus hijos despiertos hasta esas horas de la noche, por lo que esa fiesta era casi una celebración de despedida de año para los más pequeños.

Antes de que acabara el año las familias hacían una pequeña ceremonia de despedida: individualmente, en un papel se escribían todas las cosas malas que le habían ocurrido a cada miembro y todos aquellos sentimientos que se querían alejar del corazón; también se añadían aquellas malas acciones que se habían cometido y de las que se arrepentían profundamente.

Después se metían en una caja, se envolvía la caja con papel negro y se ataba fuertemente con cordel para que todo lo malo, quedase allí metido sin posibilidad de volver a salir. Posteriormente la caja se arrojaba al fuego de la chimenea mientras se decía Good Riddance!!! (¡hasta nunca!).

Enterrarla en el jardín o simplemente quemarla eran otras opciones.

Así, desprovistos de cualquier peso del remordimiento, arrepentidos de nuestras malas acciones y con el deseo de alejar todo lo malo, niños y mayores empezaban el año lleno de esperanzas y deseos renovados.

Después en un nuevo papel se escribía la lista de deseos y propósitos para el nuevo año, que se guardaría en un diario o en la Biblia familiar.

Una de las tradiciones del final del año consistía en leer las listas que se habían hecho el año anterior, para comprobar cuantos propósitos se habían llevado a cabo. Como, inevitablemente, la mayor parte no se habían cumplido, ese momento era de diversión, ya que no haberlos cumplido no significaba ningún drama, simplemente la voluntad de que sucediera era digna de elogio. Todos los asistentes terminaban prometiendo cumplir su nueva lista para el próximo año.

Como todos los años, La Casa Victoriana desea a todos sus seguidores y visitantes una Feliz y Victoriana Navidad, llena de amor y rodeados de vuestros seres más queridos.

Emile Vernon.jpg
Lucky Woman – Emile Vernon