El hombre victoriano en el hogar

Con motivo de la celebración del Día del padre en los países anglosajones, dedicamos una entrada al hombre victoriano y su papel en el hogar.

El Día del Padre

Self-portrait – Franz Xaver Winterhalter

Aunque los victorianos celebraban con devoción el Día de la madre (Mothering Sunday), no existía un día que festejara el papel de los padres dentro de la familia. De hecho, teniendo en cuenta la importancia que se le daba al padre dentro del núcleo familiar victoriano, se podría decir que todos los días eran el “día del padre”. La conmemoración es bastante reciente ya que fue el presidente Nixon quien declaró en 1972, por medio del Acta del Congreso de los Estados Unidos, el tercer domingo de junio como el Día del Padre. A partir de ese momento, la celebración de la festividad se extendió a todos los países anglófonos incluido el Reino Unido.

Victorian Family Portrait – English School late 19th century

Pero esto no quiere decir que esta fecha conmemorativa no se celebrara con anterioridad en algunos estados americanos, aunque sin el sello de oficialidad otorgado por el congreso. El estado de Virginia fue el más activo en el reconocimiento de este día. En 1908, después de un gravísimo accidente minero en el que murieron trescientos sesenta y dos hombres, una iglesia de Virginia celebró un sermón especial en honor a los trabajadores fallecidos. Los asistentes al acto religioso repartieron flores rojas y blancas para honrar a los difuntos no solo como trabajadores sino como padres de familia.

The North-West Passage, 1874 Sir John Everett Millais

Sonora Smart Dodd, la dama virginiana que luchó por una fiesta para los padres

En 1909, la señora Dodd, huérfana de madre y criada por su padre que había sido un veterano de guerra, pensaba que, del mismo modo que se honraba a las madres con un día especial, debería de existir una fecha en la que se reconociera la labor de los padres y su amor y sacrificio para con sus familias. Para ello solicitó a las autoridades que se dedicara de forma oficial un día para cumplimentar a los progenitores, proponiendo como fecha el 5 de junio, cumpleaños de su padre.

Portrait of Father and daughter – J.L. Ritchie

La idea de la señora Dodd también fue bien acogida en el estado de Washington, que celebró un año más tarde el Día del Padre. Poco a poco otros estados fueron incluyendo en sus festividades este día de homenaje.

En la década de los 30 del siglo XX hubo movimientos para que esta fiesta se integrara en la celebración del Día de la madre, unificando ambas en una sola denominada Día de los padres. Pero igual que pasó con el Día de la madre en los Estados Unidos, los comerciantes que veían en este tipo de conmemoraciones una fecha para vender todo tipo de productos como regalo, fueron los primeros en rechazar la idea, ya que consideraban que si se unificaban las fiestas el gasto de las familias en regalos sería menor, por lo que era más conveniente celebrarlos en días diferentes.

Camille Desmoulins with his family Jacques-Louis David

El hombre victoriano en el hogar

El rol de la esposa era definido por los victorianos como “el ángel de la casa” y sus responsabilidades consistían en ocuparse de sus hijos, su crianza y educación, del buen funcionamiento del hogar, del servicio doméstico y por supuesto de cubrir las necesidades de su esposo, sin olvidar su papel como anfitriona y acompañante perfecta de su marido en las reuniones sociales. El papel de madre y esposa llevaba implícito la generosidad, el altruismo, la bondad, la paciencia y el cariño hacia sus hijos y su marido.

Family Group – Michele Gordigiani


El hombre era el “rey de la casa”, el sustento de la familia y la pieza fundamental para el mantenimiento económico del hogar; por este motivo no podía ser molestado con las menudencias del día a día de la familia o del servicio.

El esposo era el dueño y administrador de todas las posesiones familiares, ya que, aunque no fueran suyas por herencia familiar o por sus propios ingresos laborales sí lo eran por legítimo derecho, dado que, hasta las reformas de las leyes de esponsales de 1870 y 1882, las propiedades de las mujeres, fueran propias o heredadas pasaban a ser propiedad de su prometido una vez contraído el matrimonio.

Unequal Marriage by Vasili Pukirev

Era deber del esposo proveer a su familia no solo del sustento sino de todas aquellas comodidades que estuvieran a su alcance. El Hill’s Manual of Social and Business Forms recomendaba que el marido debía ser atento y cariñoso, pero sobre todo indulgente con los cambios de humor de su esposa o con su ignorancia sobre temas considerados serios, como la política, las artes y ciencias o cualquier otra temática que no fuera considerada adecuada para una dama.

Esto era humillante para muchas mujeres instruidas e inteligentes cuya conversación después del matrimonio quedaba reducida a temas banales, puesto que si osaba a participar en una conversación, aportando sus propias opiniones, era censurada no solo por los caballeros sino por la mayoría de las damas presentes.

Cigars after Dinner- Carl Wilhelm Anton Seiler

Para tratar de que esto no sucediera, los caballeros tenían sus propios espacios dentro del hogar: las bibliotecas, los comedores, las salas de fumadores y de billar. Estos espacios estaban decorados con gruesas cortinas de colores oscuros, sólidos muebles de roble y caoba, cuadros de retratos familiares, marinas o paisajes campestres, sin adornos superfluos.

De hecho, para un hombre victoriano un mobiliario de calidad y una decoración personalizada representaban el símbolo de su estatus social. No era extraño que los caballeros se ocuparan personalmente de la decoración de las salas que consideraban de su exclusividad, siguiendo los consejos de los manuales de la época, como The Gentleman’s House o Our Homes and How To Beautiful Them.

Man Smoking in a Parlour – John Edward Soden. Photo credit: Museum of the Home

Los muebles debían ser de maderas nobles, los sillones de cuero, las alfombras mullidas y de procedencia oriental si su economía lo permitía y los objetos decorativos no ostentosos; de hecho, los “bric-a-brac”, pequeños objetos decorativos como espejos, marcos de fotografías o porcelana, a los que eran tan aficionadas las damas, no eran bienvenidos a las estancias masculinas, prefiriendo pocos elementos pero que reflejaran la riqueza del dueño de la casa.

Los hombres eran tan celosos de la intimidad de sus espacios que en muchas casas se les prohibía a los hijos el acceso a dichas estancias, e incluso, la señora de la casa evitaba entrar en ellas, siendo el servicio y el asistente personal del caballero los únicos que se encargaban de la limpieza y mantenimiento de las habitaciones.

At the Club – Carl Wilhelm Anton Seiler

Un hombre irresponsable, derrochador y falto de valores era un mal ejemplo para sus hijos y una desgracia para toda la familia. No pocas familias victorianas se vieron abocadas a la ruina, a las deudas o la verguenza por esposos cuyas malas decisiciones económicas o comportamientos indecorosos dejaban a su familia sin hogar y sin dinero. En estos casos solían ser las esposas las que trataban de pedir ayuda a su familia o a conocidos, solicitando pequeños préstamos o bien dejando a su cargo alguno de los hijos del matrimonio para poder salir adelante.

Con la llegada de siglo XX la mentalidad cambió y, no solo el matrimonio, sino el resto de la familia comenzó a compartir estancias, siendo los espacios reservados una reminiscencia de la época victoriana.

Home Sweet Home – Walter Dendy Sadler

El padre victoriano

El padre victoriano era inflexible con sus hijos e indulgente con sus hijas. En ningún momento se esperaba que el padre fuera cariñoso o sensible con los varones. Su labor consistía en hacer que el primogénito, y por tanto el heredero, estuviese lo suficientemente preparado para continuar con la saga familiar.

Se esperaba de él seriedad y la consecución de un matrimonio lo suficientemente provechoso para incrementar la riqueza familiar que asegurara el mantenimiento de las posesiones, y si, por desgracia, sus hermanas no contrajesen matrimonio, poder mantenerlas a ellas, además de a su propia familia.

Many Happy Returns of the Day – William Powel Frith

El nivel de exigencia era menor con el resto de los hijos, cuya misión era no avergonzar el apellido que portaban, conseguir matrimonios ventajosos y trabajos bien remunerados gracias a los contactos de sus padres o bien de sus suegros, ya que ellos no heredarían el título, el dinero ni las posesiones principales de sus padres.

En cuanto a las hijas, los padres eran mucho más benevolentes y no dudaban en mostrarles su afecto, incluso en público. La descendencia femenina era un quebradero de cabeza para los padres victorianos puesto que por una parte intentaban conseguirle un matrimonio respetable que les solucionase la economía futura y por otro debían espantar a los cazafortunas que solo buscaban el dinero y la posición social de sus futuros suegros para medrar socialmente.

Before the Wedding – Robert Volcker

Además, contrariamente a lo que sucedía con los varones que priorizaban las necesidades prácticas de un buen matrimonio, las hijas le daban más importancia al amor romántico, enamorándose de las personas menos adecuadas, como hijos segundones o lo que era peor, ¡artistas! En esos casos los padres terminaban oponiéndose rotundamente al matrimonio dando lugar a no pocos dramas familiares.

First Class- The Meeting, and at First Meeting Loved. – braham Solomon

Evidentemente todo esto sucedía en las familias pudientes. Las clases más desfavorecidas bastante tenían con sacar adelante a sus hijos y encontrarles un trabajo digno, aunque el papel del hombre en el hogar, salvando las distancias económicas no distaba mucho del caballero adinerado. El hombre era el que tomaba las decisiones en el hogar y se hacía su voluntad.

No había estancias exclusivas porque las casas eran tan humildes que todas las habitaciones debían ser compartidas; después de interminables horas de trabajo el lugar favorito del padre era el pub y su esposa se encargaba de educar y sacar adelante a la familia, habitualmente numerosa, con los pocos ingresos que llegaban a casa después de ser consumidos por el alcohol. Los roles victorianos, tan definidos, no entendían de clases sociales, aunque muchas familias, afortunadamente, se salían de las normas tácitamente aceptadas, estableciendo a nuevas costumbres y roles familiares que se fueron consolidando lentamente con los años.

The Emigration Scheme – James Collinson

Labores de costura victorianas + Calendario 2022. Parte I

Louis Lang- The sewing party

¡Feliz año nuevo, victorianos!

Como todos los años, desde La Casa Victoriana, queremos obsequiaros con un calendario diseñado especialmente para todos vosotros. Este 2022 está dedicado a las mujeres y las labores de costura, y, como es habitual, viene ilustrado con bellísimos cuadros del siglo XIX y principios del siglo XX.

Para acompañar a la entrega del calendario publicaremos dos artículo dedicado a las labores de costura más populares en la época victoriana.

Dividiremos la entrada en dos partes. Esta primera parte la dedicaremos al costurero, sus materiales y a las labores de punto de cruz, patchwork, quilting y appliqué, y con ella publicaremos las hojas de calendario desde enero a junio.

Próximamente, publicaremos otra entrada con el resto de las labores y las imágenes del calendario correspondientes a los meses desde julio a diciembre.

Para descargarlo podéis clicar con el botón derecho del ratón sobre la imagen y escoger «Guardar imagen como» en el desplegable.

Esperamos que tanto los artículos como el calendario sean de vuestro agrado.

La Casa Victoriana

Las victorianas y la costura

La destreza en las labores de costura era una habilidad muy valorada entre las damas victorianas.

El conocimiento de las diferentes técnicas se transmitía de madres a hijas y la exquisitez y creatividad mostradas en un trabajo de costura eran tan admiradas como el talento en el canto o en un instrumento musical.

Pero estas habilidades, que entre la clase más pudiente formaban parte de su educación y servían para llenar las horas de ocio con una actividad tan productiva como útil, eran también reconocidas por las familias de las clases sociales no tan afortunadas económicamente, pero con objetivos diferentes.

Toda mujer debía saber de costura ya que era una competencia útil para su vida diaria: coser las ropas de su familia, remendar aquellas prendas más desgastadas, proporcionar al hogar manteles y ropa de cama, aprovechar cualquier tela para unos cojines, tejer desde bufandas y ropa de abrigo para el invierno o confeccionar una alfombra para su salita.

Además, como la necesidad agudiza el ingenio, solían ser diestras en la confección de complementos como adornos florales, sombreros o diademas.

Emile Pap – A Girl in a Pink Dress Sewing by the Window

Las labores de costura no solo se hacían como pasatiempo o necesidad, sino que se utilizaban como regalos e, incluso, se exhibían en lugares destacados del hogar para ser admirados por familiares y amigos.

Las jóvenes que destacaban en tas labores hacían de ello su profesión, empleándose como costureras en sastrerías o modistas particulares para señoras adineradas. Una modista mañosa, creativa y pulcra en su trabajo era tan valorada por las señoras como la mejor de las cocineras.

Los materiales de costura

Una mesa de costura, bien equipada, con una máquina de coser, compartimentos varios para mantener en orden los materiales y espacio suficiente para las labores de costura era tan preciada que se fabricaban con los mejores materiales, dando como resultados muebles de una factura elegante y exquisita.

Estas mesas soñadas solo estaban al alcance de aquellas señoritas que tenían la suerte de tener una familia que pudiese permitírselas. La mayor parte de las jóvenes se conformaban con un costurero, una cestilla de mimbre para los ovillos de lana y un par de bastidores.

Richard Edward Miller – Sewing by Lamplight

Los costureros eran igualmente un indicador de la clase social de la dama: magníficos costureros de madera lacada, con incrustaciones de nácar, madreperla, marfil y accesorios de plata labrada eran para las jóvenes de clase social alta; cajas de madera o de cartón y tijeras de hierro eran los materiales para el día a día en los hogares más humildes. De todos modos, no había caja fea que un ingenioso trabajo de decoupage no pudiera embellecer.

Todo costurero debía contener unos materiales básicos consistente en un estuche agujas de diferentes tamaños y grosor, dedales, alfileres, un par de tijeras, cinta métrica, un punzón de costura y una lezna para perforar el cuero y los tejidos de piel. Además, solían contener carretes de hilos de colores básicos, devanadoras, alfileteros y pinzas de dobladillo.

Como complemento al costurero se utilizaban cestillas y capazos de mimbre para los accesorios y materiales de calceta y ganchillo, ovillos de lana y agujas. Flores de tela, lazos, encajes, remaches y hebillas metálicos, así como telas y papel o cartones para patronaje completaban los accesorios que no debían de faltar en una habitación de costura.

William Kay Blacklock- Nice Young Lady Sewing

En el siglo XIX, la mayor parte de las agujas se fabricaban en acero, aunque muchas damas conservaban agujas hechas de oro y plata, herencia de generaciones anteriores. Los alfileres estaban hechos del mismo material y su precio era elevado. La tendencia a perderlos hizo de los alfileteros uno de los complementos preferidos del costurero.

Godey’s Lady’s Book y Peterson ‘s Magazine, con tutoriales, guías, patrones, dibujos para servir como modelo de diseño y consejos para los diferentes tipos de labores, eran dos de las revistas más vendidas.

Las labores de costura

El punto de cruz

La labor de costura más popular era el punto de cruz. Las niñas se iniciaban en esta costura porque el aprendizaje era fácil y se adquiría con rapidez precisión en la puntada. Como seguía un dibujo determinado de antemano, que servía como modelo y guía de las puntadas, era difícil que el resultado final fuera un despropósito, como podía suceder con bordados más avanzados, e infundía ánimo y autoconfianza en la bordadora para enfrentarse a retos más complicados.

La mezcla de hilos de colores y la sencillez del dibujo conseguían que algo simple fuera vistoso por lo que pequeñas flores, abecedarios y breves citas bíblicas se bordaban para adornar estuches de agujas, postales conmemorativas o marcapáginas.

Robert Barnes- Child Sewing

Patchwork y quilting

La labor de patchwork consistía en unir diferentes despieces o trozos de telas para formar un trabajo de costura completo. En su origen las piezas eran geométricas y todas iguales en tamaño.

A partir de un modelo se iban uniendo formando diferentes dibujos geométricos, dando lugar a piezas más grandes. Con el tiempo se fueron incluyendo piezas de diferente tamaño para formar borders de separación o para enmarcar las piezas chicas, pero siempre siguiendo un esquema predeterminado.

Cuando se decidía acolchar el patchwork comenzaba una nueva labor: el quilting. Los quilts, que era como se denominaba este tipo de piezas constaban de tres capas: la primera era la formada por el trabajo de patchwork, con la unión de los trozos de tela; la segunda capa era el acolchado, que aparecía en medio para mullir la pieza; por último, la tercera capa que sería “el revés” de la pieza, cuyos bordes se unirían con la primera capa cerrando la colcha.

Arthur John Elsley

Un marco de madera servía como guía para la unión de las piezas y todas las mujeres implicadas participaban de este proceso de unión, llamado quilting bee, aportando no solo su trabajo sino lazos de amistad para fortalecer a la comunidad o a las relaciones sociales.

Hacer quilting era una de las labores favoritas de las muchachas. Había quilts que se hacían en familia y donde cada miembro aportaba una serie de piezas que se unirían a las demás. Eran los quilts familiares, que trascendían más allá de la mera labor. Algunos de ellos se completaban en las sucesivas generaciones, siendo heredados de madres a hijas.

Los quilts de recuerdos estaban compuestos por diferentes piezas que tenían un significado importante para la costurera. Usualmente se componían de trozos de ropa que se había deteriorado con los años, pero de la que se quería conservar por razones sentimentales alguno de los trozos.

Los quilts de amistad se confeccionaban entre buenas amigas y se firmaban con el nombre bordado. Algunos de ellos escondían secretos o mensajes ocultos entre las capas, con piezas de tela, frases o iniciales bordadas que solo las implicadas en el trabajo del quilt comprendían. De esta manera, la labor era también una diversión y un modo de afianzar los recuerdos una amistad que se quería que perdurara. Como curiosidad, comentar que muchas jóvenes victorianas unían las piezas sustituyendo los hilos por sus propios cabellos, para hacer las piezas más personales.

Sir Francis Grant- Mary Isabella Grant, Knitting a Shawl

En las décadas finales del siglo XIX, los puzzle quilts, crazy quilts, o los quilts locos comenzaron a ganar terreno a los quilts tradicionales. Se diferenciaba de los tradicionales en que las piezas no eran regulares ni del mismo tamaño y se unían entre sí sin ningún parámetro particular, excepto el de la propia imaginación. Los cojines, colchas y mantas de extravagantes, con coloridos diseños, hechos con piezas irregulares y sin patronaje previo se convirtieron en el elemento decorativo más innovador y en una de las labores más divertidas para las jóvenes victorianas.

No por ser una labor menor debemos olvidar otro tipo de labor de patchwork: el appliqué. Esta técnica más relacionada con el adorno que con la costura propiamente dicha, consistía en aplicar, o bordar, varios trozos de tela sobrelas trabajos de patchwork, añadiendo textura y color. Las piezas de appliqué podían ser precortadas o pequeñas obras artísticas, donde las hábiles costureras las formaban con trozos de tela con los que diseñaban pétalos de flores, letras, juguetes simples o animales.

Tradiciones navideñas victorianas

Viggo Johansen
Round the Tree- Viggo Johansen

El Calendario de Adviento

El periodo de Adviento comprendía las cuatro semanas que precedían a la Navidad. Era un tiempo de oración y meditación religiosa en el que los fieles se preparaban para el nacimiento de Jesús.

En el siglo XIX comenzaron a popularizarse los calendarios de Adviento; su función era recordar los días que faltaban para Navidad de un modo muy peculiar: durante los 24 días precedentes a la festividad navideña las familias abrían una ventanita hasta terminar el día de Nochebuena, en la que se abría la última de ellas.

Los calendarios de Adviento eran piezas elaboradas habitualmente en madera que tenían 24 pequeñas puertas o ventanas. Al principio, cada ventana contenía una pequeña historia que se leía en familia. Algunas veces, cada ventana contenía un capitulo de una historia cuyo desenlace no se desvelaba hasta el día 24, manteniendo la atención y curiosidad de los mas pequeños de la casa hasta el último día. La temática de las historias era inevitablemente religiosa, como correspondía a la celebración, y contaba un pasaje de la Biblia, o algún proverbio diario para proporcionar una enseñanza a los niños de la casa.

La Navidad consumista, desprovista de su significado religioso no fue un invento victoriano.

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Christmas Morning Edward Frederick Brewtnall

La Corona de Adviento

Según la tradición victoriana, las familias confeccionaban una corona de adviento y la suspendían en la sala familiar con una vela roja; cada uno de los domingos del periodo de Adviento se añadiría una vela hasta encender las cuatro velas correspondientes a los cuatro domingos.

Los más jóvenes colaboraban en este bello adorno añadiendo a la corona una estrella cada día de papel dorado o plateado cada día.

Si los niños eran pequeños la madre podía variar el modo de colocar la corona para que estos pudiesen añadir sus estrellas sin peligro de quemarse o de caerse intentando colocarlas en una altura.

No era común en la tradición navideña norteamericana pero si en la británica y europea, que los niños participaran activamente en la celebración del adviento y para ello las familias no solo permitían, sino que promovían, cierta libertad en la decoración de los pequeños, que convertían las coronas en pequeños jardines, añadiendo piedras, ramitas, flores y figuritas de barro. Esta decoración infantil se añadía diariamente, ya que no olvidemos que su verdadero significado era la celebración del Adviento y la preparación de los corazones de la familia para el nacimiento del Niño Jesús.

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San Nicolás y Santa Lucía

En las festividades del Adviento la celebración de los días de San Nicolás y Santa Lucía eran otro momento para la celebración y la reunión de la familia. Ambos días eran un momento ideal para renovar los buenos deseos, la unión familiar y el sentimiento de entrega y amor mutuo como preparación para la Navidad.

El día de San Nicolás se celebraba el 6 de diciembre y se consideraba la fecha de inicio de la época navideña. San Nicolás era conocido por su compasión, generosidad y entrega a los más desfavorecidos, por ello gozaba del cariño de su comunidad. Los más necesitados nunca carecían de un plato de comida caliente, de una prenda de ropa de abrigo o de unas monedas si Nicolás estaba cerca.

Cuenta la leyenda que San Nicolás, montado un caballo blanco, visitaba a los más pequeños la noche del 5 de diciembre, la noche previa a su cumpleaños, para llenar sus corazones de buenos sentimientos para la Navidad. Además, con aquellos niños que habían mostrado tener un buen corazón durante todo el año, Nicolás dejaba una pequeña recompensa en forma de golosinas (chocolatinas, galletas o pastelitos)

Para preparar su llegada, los pequeños victorianos dejaban junto a la chimenea o en la puerta de casa comida para el caballo de San Nicolas, y un pequeño refrigerio para San Nicolás y su ayudante Ruprecht, que se encargaba de cargar con los sacos de golosinas. Los refrigerios consistían en zanahorias y heno para el caballo y galletas y bebidas calientes para que Nicolás y Ruprecht pudiesen soportar los rigores del frío y tener fuerzas para el duro trabajo que les esperaba.

Como curiosidad, señalar que las primeras representaciones de San Nicolás muestran a un anciano con una larga blanca, no llevaba una chaqueta y un pantalón de color rojo ribeteados en piel blanca, ni un gorro rojo de elfo sino una túnica de color marrón con una capucha del mismo color adornada con una corona de muérdago.

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La celebración del día de Santa Lucía provenía de la tradición escandinava, y sin ser propiamente victoriana, en aquellos hogares donde las familias eran de ascendencia nórdica, el 13 de diciembre se recordaba, con una pequeña representación, la leyenda de la santa apareciendo rodeada de un círculo de luz para llevar comida a aquellas familias que sufrían la gran hambruna sueca.

La mañana del día de Santa Lucía, la hija mayor de la familia se vestía con una túnica blanca y larga (habitualmente un camisón) y adornaba su cabello con una corona de velas encendidas para simular el aura brillante de la santa; los chicos de la casa usaban gorros en forma cónica adornados con estrellas y las niñas más pequeñas bandas y fajines de color rojo brillante.

La hermana mayor, seguida por los pequeños, como en una improvisada procesión, sorprendía a sus padres llevándoles un delicioso desayuno a cama como símbolo de agradecimiento por todo el amor y cuidado que sus padres le dedicaban.

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El Yule log

Aunque hace tiempo que ya no forma parte de la tradición navideña británica, el tronco de Navidad formó parte de las chimeneas navideñas inglesas no solo como elemento decorativo sino como un objeto casi mágico que después de ser encendido con una pequeña ceremonia en la chimenea del hogar, debía arder hasta la fiesta de Epifanía del 6 de enero (Twelve Night o Doceava noche de Navidad). El tronco se adornaba con ramitas y hojas. Su origen está en Europa central y oriental y en las tradiciones y supersticiones paganas que tenían que ver con la luz perpetuo y regenerador, el fuego, las cenizas y la protección del hogar. En muchos hogares se preservaban las cenizas o se marcaban con ellas las puertas para evitar las desgracias y la mala suerte.

En Francia el Bûche de Noel representa ese tronco en forma de un rico pastel de chocolate cubierto relleno de nata, helado, como marca la tradición, por el frío clima invernal.

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El calcetín navideño

Antes de ser colgados cerca de la chimenea, muchos padres victorianos dejaban los calcetines, confeccionados con lana de vivos colores en los que predominaba el rojo, verde u blanco, colgados a los pies de la cama, bien cerrados de tal modo que los niños pudiesen palparlos cada día y tratar de imaginar que contenían. Esto creaba una expectación y algarabía en los pequeños que llenaba de alegría toda la casa.

Dentro de los calcetines, los regalos estaban cuidadosamente envueltos en brillantes papeles con lazos y adornos, ya que los victorianos ponían casi el mismo cuidado en el continente como en el contenido: la presentación era un reflejo del esfuerzo que la persona que regalaba ponía en agradar al destinatario del regalo.

Para no fallar nunca en los regalos, los victorianos tenían una receta mágica: cuatro regalos, ni uno más ni uno menos, que debían contener algo que comer (una chocolatina o galletas), algo que leer (un cuento infantil, una novela o un libro de oraciones), algo para jugar (juguetes de hojalata, un muñeco, o algún juguete de madera que hacían los propios padres, dependiendo del poder adquisitivo de los padres) y algo que se necesitara (habitualmente una prenda de ropa).

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Christmas Crackers V&A Museum

 

Los Christmas Crackers

Sin crackers no hay Navidad. Eso es lo que pensaba, desde la Reina Victoria, que disfrutaba como una niña con los crackers hasta la actual monarca Isabel II. Estos cilindros decorados con motivos navideños contenían pequeños regalos que salían disparados después de tirar de sus dos extremos y provocar un pequeño estallido.

Los crackers se explotaban después del plato principal, mientras se esperaba el pudding de navidad. La alegría que podría el estallido de los crackers era indescriptible y niños y mayores buscaban sus regalos que estaban esparcidos por todo el comedor. En el momento en que los crackers explotaban el ruido, los gritos y las risas estaban asegurados y la etiqueta que presidía la cena hasta ese momento terminaba de forma súbita.

Un cracker debía incluir un pequeño juguete, sombreros de papel, matasuegras, silbatos y un deseo o predicción de fortuna. Las anfitrionas victorianas se encargaban de que ningún niño quedara sin sus regalos de los crackers navideños, con regalos de reserva.

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The Christmas Tree- Albert Chevallier Tayler

Boxing Day, el día de los agradecimientos y los Santos Inocentes

La festividad de San Esteban, era el día de los regalos por excelencia. No solo se entregaban regalos a los niños sino que los sirvientes recibían cajas de comida y regalos de los señores de la casa para compartirlos con sus familias. Los más necesitados también recibían sus cajas que eran entregadas en las parroquias, centros de caridad o en las casas más pudientes, con alimentos o ropa de abrigo.

Al día siguiente, el 27 de diciembre, era el día del agradecimiento en el que las familias escribían y recibían bonitas notas de agradecimiento por los regalos del día anterior.

Estas notas eran muy cuidadas y se escribían en bonitos papeles con el membrete familiar o simplemente en papeles decorados por los propios miembros de la familia. Aunque los victorianos eran muy cuidadosos con los protocolos y la presentación de sus notas o cartas, lo más importante era la intención de agradecer y ser agradecido y un papel común con una mala caligrafía y ortografía era tan bienvenido como una preciosa nota de agradecimiento, ya que cada persona y familia lo hacía de acuerdo a sus posibilidades y estudios. Un agradecimiento de la humilde familia de una cocinera se recibía con tanto respeto como la de una familia adinerada londinense.

El día 28 se celebraba el Día de los Santos Inocentes, una celebración muy alejada de la bromista fecha actual donde las protagonistas son chanzas de mejor o peor gusto.

Esta fiesta que recordaba a todos los niños inocentes asesinados por Herodes, era conocida por los victorianos como Little Christmas y era una conmemoración de la infancia. En ella se organizaban fiestas para los niños de la casa y sus amigos, con divertidos juegos, golosas meriendas y tazas de humeante chocolate caliente.

Hip Hip Hurrah - Peder Severin Kroyer
Brindis – Peder Severin Kroyer

La fiesta del “¡hasta nunca!” : el Good Riddance del día 31 de diciembre

El último día del año reunía varias tradiciones en un solo día. A última hora de la tarde la familia se reunía para una festiva tea party, previa a la gran cena. Esta tea party estaba desprovista de toda la parafernalia de etiqueta victoriana, cambiando el protocolo por sombreros de papel, confeti, serpentinas y raudales de felicidad.

Una de las razones de esta fiesta era que los más pequeños celebraran el cambio de año, ya que a las 12 de la noche los pequeños ya estarían durmiendo rendidos de cansancio. Además a ninguna madre responsable victoriana se le pasaría siquiera por la cabeza tener a sus hijos despiertos hasta esas horas de la noche, por lo que esa fiesta era casi una celebración de despedida de año para los más pequeños.

Antes de que acabara el año las familias hacían una pequeña ceremonia de despedida: individualmente, en un papel se escribían todas las cosas malas que le habían ocurrido a cada miembro y todos aquellos sentimientos que se querían alejar del corazón; también se añadían aquellas malas acciones que se habían cometido y de las que se arrepentían profundamente.

Después se metían en una caja, se envolvía la caja con papel negro y se ataba fuertemente con cordel para que todo lo malo, quedase allí metido sin posibilidad de volver a salir. Posteriormente la caja se arrojaba al fuego de la chimenea mientras se decía Good Riddance!!! (¡hasta nunca!).

Enterrarla en el jardín o simplemente quemarla eran otras opciones.

Así, desprovistos de cualquier peso del remordimiento, arrepentidos de nuestras malas acciones y con el deseo de alejar todo lo malo, niños y mayores empezaban el año lleno de esperanzas y deseos renovados.

Después en un nuevo papel se escribía la lista de deseos y propósitos para el nuevo año, que se guardaría en un diario o en la Biblia familiar.

Una de las tradiciones del final del año consistía en leer las listas que se habían hecho el año anterior, para comprobar cuantos propósitos se habían llevado a cabo. Como, inevitablemente, la mayor parte no se habían cumplido, ese momento era de diversión, ya que no haberlos cumplido no significaba ningún drama, simplemente la voluntad de que sucediera era digna de elogio. Todos los asistentes terminaban prometiendo cumplir su nueva lista para el próximo año.

Como todos los años, La Casa Victoriana desea a todos sus seguidores y visitantes una Feliz y Victoriana Navidad, llena de amor y rodeados de vuestros seres más queridos.

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Lucky Woman – Emile Vernon