Etiqueta para los viajeros victorianos

La nueva moda viajera

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William Powell – Frith The Railway Station

A los victorianos les encantaba viajar pero no todos tenían los suficientes recursos económicos para poseer su propio medio de transporte, por lo que el tren y el carruaje de caballos se convirtieron pronto en sus transportes preferidos.

Los carruajes recibían el nombre de omnibus, siendo el más famoso el modelo De Tivoli, que hizo su aparición en las calles de Londres en 1860. El modelo tenía una cabina donde los viajeros iban sentados en bancos, que se encontraban situados a ambos laterales del vagón. Todos los viajeros, fuera cual fuera su clase social, iban en el mismo compartimento.

Con los años los omnibus se convirtieron en transportes más sofisticados, con grandes cabinas en las que había compartimentos de primera y segunda clase e incluso, en los más modernos, un compartimento separado para cada pasajero.

Al omnibus tirado por caballos le sustituyó el tranvía eléctrico, que conmocionó a la sociedad y cambió la vida en las ciudades con sus raíles y su «velocidad. Los primeros aparecieron en Londres en 1889.

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Maurice Delondre- Dans L’omnibus

El ferrocarril generó una auténtica adicción entre los victorianos y modificó el paisaje de Gran Bretaña. En un primer momento, los trenes eran lentos e incómodos. Todos los pasajeros, fuera cual fuera su clase social viajaban juntos. Con el tiempo, los ferrocarriles se hicieron más sofisticados, con vagones de primera, segunda y tercera clase. Los vagones de primera ofrecían servicios de restaurante y estaban elegantemente decorados; incluso se podían reservar vagones privados.

La Reina Victoria era gran aficionada a viajar en tren, de hecho era su medio de transporte favorito. El tren no solo le resultaba sumamente cómodo sino que además podía disfrutar de su querido paisaje británico.  Sus  vagones privados se caracterizaben por estar decorados en un llamativo color azul, que coordinaba sillas, sillones y cortinas al más puro estilo recargado victoriano.

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Recreación del vagón de la Reina Victoria. Vía Pinterest.

 

La etiqueta para los viajeros

Como en todas las situaciones de la época victoriana, viajar estaba regido por protocolos específicos para cada ocasión. Veamos algunas de las más curiosas:

Un viajero victoriano experimentado siempre está preparado para salir hacia su destino: compra sus billetes con antelación y siempre llega con una exquisita puntualidad, ni antes para no esperar ni, por supuesto, después para no molestar al resto de los viajeros.

Además, intentará sentarse en la mejor posición posible dentro del vagón antes de que se llene, tratando de escoger a la mejor compañía para su viaje. Esa compañía dependerá del carácter del viajero: si es más afable se rodeará de personas que le proporcionen una agradable conversación, si por el contrario fuera más reservado su compañía ideal será igualmente taciturna y se conformará con disfrutar del viaje en silencio, sin molestias ni conversaciones forzadas.

De todos modos, un viajero experto sabe que hablar durante el trayecto no es lo más adecuado. El ruido de los caminos o las vías obliga a elevar el tono de voz con la consiguiente fatiga para los conversadores y la molestia para el resto de los viajeros.

La actitud más recomendable será disfrutar del viaje, saboreando los preciosos paisajes de la campiña inglesa, o bien,  leer un libro o un periódico, aunque una ligera siesta acompañada por el suave traqueteo del tren o del coche de caballos tampoco estará fuera de lugar.

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Augustus Leopold Egg – The Travelling Companions (1862)

 

Por el contrario, un viajero con un parloteo incansable sobre asuntos propios o comentarios intrascendentes o incomodar al resto de los acompañantes con preguntas personales o impertinentes se considerará de muy mala educación.

Entrar y salir del vagón constantemente, con cualquier excusa, ya sea justificada o no, dejará al viajero en mal lugar, sobre todo si el viaje es breve. Cada vez que se levante llamará la atención, molestará al resto de las personas que comparten espacio con él, incluso es posible que haya que mover maletas o bolsas para despejar el camino. Un victoriano debe controlar sus impulsos o necesidades, manteniendo una actitud discreta  en todo momento.

Comer en el vagón no se considera educado, aún habiendo ofrecido compartir el tentempié con el resto de los pasajeros: el olor a comida invade el vagón y puede molestar al resto de los pasajeros.

Si un caballero bebe alcohol o fuma se clasificará como una gran desconsideración hacia el resto de los pasajeros (hacemos esta apreciación con los caballeros dado que las damas ni bebían ni fumaban en público, a riesgo de ver su reputación en entredicho)

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James Jacques Joseph Tissot – Waiting at the Station (1874)

Los bolsos y las maletas deberán estar colocados en un lugar donde no estorben al resto de los viajeros. Se procurará poner las maletas grandes y baúles en los vagones o compartimentos destinados para el equipaje. Si se lleva algún bolso o maletín al vagón de pasajeros se pondrá en la parte superior, bajo el asiento (si fuera posible) o lo más cerca posible de su dueño. Ocupar un asiento con el equipaje es de un pésimo gusto.

Un verdadero caballero, sea cual sea su edad, siempre ayudará a las damas con el equipaje. Del mismo modo, los caballeros más jóvenes ayudarán a los de más edad, siempre y cuando el caballero de edad solicite ayuda o el joven considere que el caballero está en un apuro con su equipaje, no por el mero hecho de que tenga más edad, ya que podría ser considerado humillante para el caballero.

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Ricardo López Cabrera – Couple in a Train Compartment  (1895)

La familiaridad entre damas y caballeros siempre deberá ser evitada en presencia de extraños ya que puede hacer que estos sientan cierta incomodidad ante un coqueteo inapropiado.

Si la actitud cariñosa se da entre una pareja, ya sea de enamorados o de casados, se considerará igual de inconveniente, ridícula incluso, ya que el vagón de un tren no es el lugar adecuado para hacer gala de su amor.

Esto no significa que hombres y mujeres, que son totalmente desconocidos, no puedan dirigirse la palabra durante el viaje. En viajes largos entra dentro del protocolo mantener una conversación agradable y distendida, siempre dentro de los límites del buen gusto, evitando temas personales y ciñéndose a temas ligeros como el clima o el paisaje. Conversaciones sobre política, temas sociales, económicos o religiosos quedan fuera de toda discusión.

Además, no se considera que una dama tenga conocimiento para disertar sobre esos temas (tenemos que entender que era otra época y se consideraba que una dama no discutía sobre política en publico, lo cual no quiere decir que un caballero no apreciara la inteligencia o el ingenio en una dama)

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George Elgar Hicks – The Bayswater Omnibus  (1895)

Los pasajeros que ya se conocen pueden conversar, incluso animadamente, siempre y cuando los temas personales no molesten al resto de los viajeros. Estos deben considerar que no están en el salón de su hogar sino compartiendo espacio con extraños: la educación debe primar por encima de cualquier familiaridad.

Un transporte de viajeros no es el lugar para discutir temas personales, y muchísimo menos cualquier tema de índole romántica. Tanto los afectados como el resto de los pasajeros podrían sentirse incómodos, sobre todo la dama afectada. Un hombre que actúe de este modo nunca podría considerarse un verdadero caballero.

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Abraham Solomon – First Class. The_Meeting.

Los viajes siempre representan un peligro para una joven muchacha, sobre todo si no viaja en primera clase. Las jóvenes estaban expuestas al acoso por parte de ciertos hombres sin educación o al engaño por parte de otros faltos de escrúpulos que veían en una joven sola una presa fácil.

En la era victoriana muchas jóvenes abandonaban sus pueblos y se alejaban de sus familias buscando una vida mejor en las ciudades. Eran mujeres sin experiencia, acostumbradas a vivir entre conocidos y familiares, de entornos rurales agradables que desconocían los peligros de una gran ciudad y sus gentes. Muchas de ellas, inocentemente, pensaban que la ciudad sería un lugar donde sería fácil desenvolverse  y viajaban sin temor y confiadas, siendo víctimas vulnerables para indeseables.

Por este motivo las jóvenes, que no viajasen en compañía de sus padres o hermanos, buscarán señoras de más edad como compañeras improvisadas de viaje, procurando una cierta protección frente a ese tipo de individuos, cuyo objetivo es aprovecharse de ellas o simplemente molestarlas con actitudes de dudoso gusto.

De todos modos, un caballero sea cual sea su posición social y económica, siempre saldrá en defensa de la dama en apuros, no dudando en enfrentarse a su acosador e incluso a ponerlo en conocimiento de la autoridad del ferrocarril o de los agentes de policía al finalizar el viaje.

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Berthold_Woltze – The Irritating gentleman

 

Igual que en la actualidad, viajar con niños, sobre todo en viajes largos, siempre supone cierta dificultad, ya que los pequeños se aburren y su comportamiento puede resultar molesto para el resto de los viajeros. Por ese motivo las madres victorianas siempre se ocuparán de antemano de tener un pasatiempo preparado para ellos.

Uno de los más populares era la Magic Ball. Este juguete era elaborado por las propias madres y consistía en una especie de matrioska de juegos. Una bola de lana contenía un pequeño juguete. dentro de esa bola había otra bola envuelta en lana que contenía un segundo y así sucesivamente. La diversión consistía en desenredar las bolas y descubrir la sorpresa. Cada media hora, o cada hora, dependiendo de la duración del viaje, los niños podían desenredar una nueva bola. Los juegos dependían por entero de la imaginación de los pequeños.

La Magic Ball está en la línea de los happy trail kits, pasatiempos para los viajes que preparaban las madres o niñeras para distraer a los pequeños durante los viajes. Las bolas de lana pueden ser sustituidas por bolsas, los juguetes por golosinas…todo dependerá de los gustos de los niños y de la economía de sus padres.

De todos modos, llevar sus juguetes y muñecos favoritos, cuentos así como material para dibujar siempre es una buena idea.

Una madre victoriana responsable nunca olvidará los kits de emergencia: un set de costura, ropa de cambio para los más pequeños, sales para los mareos y otros elementos de un pequeño botiquín de viaje.

Alfred Morgan - An Omnibus Ride to Piccadilly

Como podemos ver, el protocolo victoriano siempre se basa en el sentido común, el respeto y la educación, y el protocolo de los viajeros se rige, como no podía ser de otro modo, por eso mismos principios.

La Casa Victoriana desea a todos sus subscriptores y visitantes felices vacaciones y viajes llenos de buenos recuerdos.