
El Calendario de Adviento
El periodo de Adviento comprendía las cuatro semanas que precedían a la Navidad. Era un tiempo de oración y meditación religiosa en el que los fieles se preparaban para el nacimiento de Jesús.
En el siglo XIX comenzaron a popularizarse los calendarios de Adviento; su función era recordar los días que faltaban para Navidad de un modo muy peculiar: durante los 24 días precedentes a la festividad navideña las familias abrían una ventanita hasta terminar el día de Nochebuena, en la que se abría la última de ellas.
Los calendarios de Adviento eran piezas elaboradas habitualmente en madera que tenían 24 pequeñas puertas o ventanas. Al principio, cada ventana contenía una pequeña historia que se leía en familia. Algunas veces, cada ventana contenía un capitulo de una historia cuyo desenlace no se desvelaba hasta el día 24, manteniendo la atención y curiosidad de los mas pequeños de la casa hasta el último día. La temática de las historias era inevitablemente religiosa, como correspondía a la celebración, y contaba un pasaje de la Biblia, o algún proverbio diario para proporcionar una enseñanza a los niños de la casa.
La Navidad consumista, desprovista de su significado religioso no fue un invento victoriano.

La Corona de Adviento
Según la tradición victoriana, las familias confeccionaban una corona de adviento y la suspendían en la sala familiar con una vela roja; cada uno de los domingos del periodo de Adviento se añadiría una vela hasta encender las cuatro velas correspondientes a los cuatro domingos.
Los más jóvenes colaboraban en este bello adorno añadiendo a la corona una estrella cada día de papel dorado o plateado cada día.
Si los niños eran pequeños la madre podía variar el modo de colocar la corona para que estos pudiesen añadir sus estrellas sin peligro de quemarse o de caerse intentando colocarlas en una altura.
No era común en la tradición navideña norteamericana pero si en la británica y europea, que los niños participaran activamente en la celebración del adviento y para ello las familias no solo permitían, sino que promovían, cierta libertad en la decoración de los pequeños, que convertían las coronas en pequeños jardines, añadiendo piedras, ramitas, flores y figuritas de barro. Esta decoración infantil se añadía diariamente, ya que no olvidemos que su verdadero significado era la celebración del Adviento y la preparación de los corazones de la familia para el nacimiento del Niño Jesús.
San Nicolás y Santa Lucía
En las festividades del Adviento la celebración de los días de San Nicolás y Santa Lucía eran otro momento para la celebración y la reunión de la familia. Ambos días eran un momento ideal para renovar los buenos deseos, la unión familiar y el sentimiento de entrega y amor mutuo como preparación para la Navidad.
El día de San Nicolás se celebraba el 6 de diciembre y se consideraba la fecha de inicio de la época navideña. San Nicolás era conocido por su compasión, generosidad y entrega a los más desfavorecidos, por ello gozaba del cariño de su comunidad. Los más necesitados nunca carecían de un plato de comida caliente, de una prenda de ropa de abrigo o de unas monedas si Nicolás estaba cerca.
Cuenta la leyenda que San Nicolás, montado un caballo blanco, visitaba a los más pequeños la noche del 5 de diciembre, la noche previa a su cumpleaños, para llenar sus corazones de buenos sentimientos para la Navidad. Además, con aquellos niños que habían mostrado tener un buen corazón durante todo el año, Nicolás dejaba una pequeña recompensa en forma de golosinas (chocolatinas, galletas o pastelitos)
Para preparar su llegada, los pequeños victorianos dejaban junto a la chimenea o en la puerta de casa comida para el caballo de San Nicolas, y un pequeño refrigerio para San Nicolás y su ayudante Ruprecht, que se encargaba de cargar con los sacos de golosinas. Los refrigerios consistían en zanahorias y heno para el caballo y galletas y bebidas calientes para que Nicolás y Ruprecht pudiesen soportar los rigores del frío y tener fuerzas para el duro trabajo que les esperaba.
Como curiosidad, señalar que las primeras representaciones de San Nicolás muestran a un anciano con una larga blanca, no llevaba una chaqueta y un pantalón de color rojo ribeteados en piel blanca, ni un gorro rojo de elfo sino una túnica de color marrón con una capucha del mismo color adornada con una corona de muérdago.
La celebración del día de Santa Lucía provenía de la tradición escandinava, y sin ser propiamente victoriana, en aquellos hogares donde las familias eran de ascendencia nórdica, el 13 de diciembre se recordaba, con una pequeña representación, la leyenda de la santa apareciendo rodeada de un círculo de luz para llevar comida a aquellas familias que sufrían la gran hambruna sueca.
La mañana del día de Santa Lucía, la hija mayor de la familia se vestía con una túnica blanca y larga (habitualmente un camisón) y adornaba su cabello con una corona de velas encendidas para simular el aura brillante de la santa; los chicos de la casa usaban gorros en forma cónica adornados con estrellas y las niñas más pequeñas bandas y fajines de color rojo brillante.
La hermana mayor, seguida por los pequeños, como en una improvisada procesión, sorprendía a sus padres llevándoles un delicioso desayuno a cama como símbolo de agradecimiento por todo el amor y cuidado que sus padres le dedicaban.
El Yule log
Aunque hace tiempo que ya no forma parte de la tradición navideña británica, el tronco de Navidad formó parte de las chimeneas navideñas inglesas no solo como elemento decorativo sino como un objeto casi mágico que después de ser encendido con una pequeña ceremonia en la chimenea del hogar, debía arder hasta la fiesta de Epifanía del 6 de enero (Twelve Night o Doceava noche de Navidad). El tronco se adornaba con ramitas y hojas. Su origen está en Europa central y oriental y en las tradiciones y supersticiones paganas que tenían que ver con la luz perpetuo y regenerador, el fuego, las cenizas y la protección del hogar. En muchos hogares se preservaban las cenizas o se marcaban con ellas las puertas para evitar las desgracias y la mala suerte.
En Francia el Bûche de Noel representa ese tronco en forma de un rico pastel de chocolate cubierto relleno de nata, helado, como marca la tradición, por el frío clima invernal.
El calcetín navideño
Antes de ser colgados cerca de la chimenea, muchos padres victorianos dejaban los calcetines, confeccionados con lana de vivos colores en los que predominaba el rojo, verde u blanco, colgados a los pies de la cama, bien cerrados de tal modo que los niños pudiesen palparlos cada día y tratar de imaginar que contenían. Esto creaba una expectación y algarabía en los pequeños que llenaba de alegría toda la casa.
Dentro de los calcetines, los regalos estaban cuidadosamente envueltos en brillantes papeles con lazos y adornos, ya que los victorianos ponían casi el mismo cuidado en el continente como en el contenido: la presentación era un reflejo del esfuerzo que la persona que regalaba ponía en agradar al destinatario del regalo.
Para no fallar nunca en los regalos, los victorianos tenían una receta mágica: cuatro regalos, ni uno más ni uno menos, que debían contener algo que comer (una chocolatina o galletas), algo que leer (un cuento infantil, una novela o un libro de oraciones), algo para jugar (juguetes de hojalata, un muñeco, o algún juguete de madera que hacían los propios padres, dependiendo del poder adquisitivo de los padres) y algo que se necesitara (habitualmente una prenda de ropa).

Los Christmas Crackers
Sin crackers no hay Navidad. Eso es lo que pensaba, desde la Reina Victoria, que disfrutaba como una niña con los crackers hasta la actual monarca Isabel II. Estos cilindros decorados con motivos navideños contenían pequeños regalos que salían disparados después de tirar de sus dos extremos y provocar un pequeño estallido.
Los crackers se explotaban después del plato principal, mientras se esperaba el pudding de navidad. La alegría que podría el estallido de los crackers era indescriptible y niños y mayores buscaban sus regalos que estaban esparcidos por todo el comedor. En el momento en que los crackers explotaban el ruido, los gritos y las risas estaban asegurados y la etiqueta que presidía la cena hasta ese momento terminaba de forma súbita.
Un cracker debía incluir un pequeño juguete, sombreros de papel, matasuegras, silbatos y un deseo o predicción de fortuna. Las anfitrionas victorianas se encargaban de que ningún niño quedara sin sus regalos de los crackers navideños, con regalos de reserva.

Boxing Day, el día de los agradecimientos y los Santos Inocentes
La festividad de San Esteban, era el día de los regalos por excelencia. No solo se entregaban regalos a los niños sino que los sirvientes recibían cajas de comida y regalos de los señores de la casa para compartirlos con sus familias. Los más necesitados también recibían sus cajas que eran entregadas en las parroquias, centros de caridad o en las casas más pudientes, con alimentos o ropa de abrigo.
Al día siguiente, el 27 de diciembre, era el día del agradecimiento en el que las familias escribían y recibían bonitas notas de agradecimiento por los regalos del día anterior.
Estas notas eran muy cuidadas y se escribían en bonitos papeles con el membrete familiar o simplemente en papeles decorados por los propios miembros de la familia. Aunque los victorianos eran muy cuidadosos con los protocolos y la presentación de sus notas o cartas, lo más importante era la intención de agradecer y ser agradecido y un papel común con una mala caligrafía y ortografía era tan bienvenido como una preciosa nota de agradecimiento, ya que cada persona y familia lo hacía de acuerdo a sus posibilidades y estudios. Un agradecimiento de la humilde familia de una cocinera se recibía con tanto respeto como la de una familia adinerada londinense.
El día 28 se celebraba el Día de los Santos Inocentes, una celebración muy alejada de la bromista fecha actual donde las protagonistas son chanzas de mejor o peor gusto.
Esta fiesta que recordaba a todos los niños inocentes asesinados por Herodes, era conocida por los victorianos como Little Christmas y era una conmemoración de la infancia. En ella se organizaban fiestas para los niños de la casa y sus amigos, con divertidos juegos, golosas meriendas y tazas de humeante chocolate caliente.

La fiesta del “¡hasta nunca!” : el Good Riddance del día 31 de diciembre
El último día del año reunía varias tradiciones en un solo día. A última hora de la tarde la familia se reunía para una festiva tea party, previa a la gran cena. Esta tea party estaba desprovista de toda la parafernalia de etiqueta victoriana, cambiando el protocolo por sombreros de papel, confeti, serpentinas y raudales de felicidad.
Una de las razones de esta fiesta era que los más pequeños celebraran el cambio de año, ya que a las 12 de la noche los pequeños ya estarían durmiendo rendidos de cansancio. Además a ninguna madre responsable victoriana se le pasaría siquiera por la cabeza tener a sus hijos despiertos hasta esas horas de la noche, por lo que esa fiesta era casi una celebración de despedida de año para los más pequeños.
Antes de que acabara el año las familias hacían una pequeña ceremonia de despedida: individualmente, en un papel se escribían todas las cosas malas que le habían ocurrido a cada miembro y todos aquellos sentimientos que se querían alejar del corazón; también se añadían aquellas malas acciones que se habían cometido y de las que se arrepentían profundamente.
Después se metían en una caja, se envolvía la caja con papel negro y se ataba fuertemente con cordel para que todo lo malo, quedase allí metido sin posibilidad de volver a salir. Posteriormente la caja se arrojaba al fuego de la chimenea mientras se decía Good Riddance!!! (¡hasta nunca!).
Enterrarla en el jardín o simplemente quemarla eran otras opciones.
Así, desprovistos de cualquier peso del remordimiento, arrepentidos de nuestras malas acciones y con el deseo de alejar todo lo malo, niños y mayores empezaban el año lleno de esperanzas y deseos renovados.
Después en un nuevo papel se escribía la lista de deseos y propósitos para el nuevo año, que se guardaría en un diario o en la Biblia familiar.
Una de las tradiciones del final del año consistía en leer las listas que se habían hecho el año anterior, para comprobar cuantos propósitos se habían llevado a cabo. Como, inevitablemente, la mayor parte no se habían cumplido, ese momento era de diversión, ya que no haberlos cumplido no significaba ningún drama, simplemente la voluntad de que sucediera era digna de elogio. Todos los asistentes terminaban prometiendo cumplir su nueva lista para el próximo año.
Como todos los años, La Casa Victoriana desea a todos sus seguidores y visitantes una Feliz y Victoriana Navidad, llena de amor y rodeados de vuestros seres más queridos.

Muy feliz Navidad .Excelente post.💚😙
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Muchas gracias❤️ Mis mejores deseos para estas Fiestas 🍭🎅🎄
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Me ha encantado. Gracias
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Gracias🌹🎄🎅
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Smuack Merry Christmas!!!!
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Thanks! 🌬️❤️🎅🎄🍭
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¡Linda! Pero quiero mi calendario. Mi wallpaper del compu se ve feo sin mi calendario victoriano.
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Pues ahí tienes todo el año en una sola entrada 😉
Gracias por seguirnos.
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