En cuestiones amorosas los victorianos eran realmente curiosos, y, antes de embarcarse en una relación amorosa analizaban todos los pros y contras para evitar que esa relación pudiera ser un fracaso. Y, para ello, utilizaban todos los estereotipos que tenían a su alcance.

El ideal de mujer de esta época, representado por las heroínas de las novelas de Brönte, Dickens, Gaskell o Collins, por poner algunos ejemplos, era una mujer bonita, agradable, de constitución pequeña y delicada, recatada, con gracia, tranquila pero capaz de afrontar los contratiempos y sinsabores de la vida con gran valentía y fortaleza, enfrentándose a todos ellos con gran resolución y principio morales.
Por el contrario, el hombre ideal, el héroe romántico, era todo un caballero, alto, fuerte, protector, honesto, valiente, con grandes cualidades morales, aunque siempre era un aliciente que tuviera un pasado misterioso y una personalidad ligeramente atormentada.
Lejos de los ideales novelescos, en el complementario estaba el éxito: una persona irritable y nerviosa debería buscar a otra tranquila y comprensiva, y una persona demasiado sensible e insegura a alguien de carácter fuerte y resolutivo.

Pero no sólo importaba el carácter a la hora de elegir a una pareja, sino que también era fundamental prestar atención a las características físicas de cada una de ellas.
El Profesor Thomas E. Hill nos la recuerda en su The Essential Handbook of Victorian Etiquette, y seguro que muchas de ellas, además de sorprendernos, nos dibujarán una sonrisa.
Una de las peculiaridades que se analizan son el color de los ojos: si uno de los miembros de la pareja tuviera los ojos grises, azules, negros o color avellana nunca deberían casarse con alguien que tuviera el mismo color de ojos.
Además si el color de ojos fuera muy intenso, elegir una pareja con el mismo color de ojos sería un tremendo error para la felicidad futura de la pareja.
El pelo rojo indica una personalidad nerviosa e inestable, por lo que una persona pelirroja debería buscar una pareja con el pelo negro azabache, ya que su carácter sería complementario y dotaría de estabilidad a la unión.

Una persona de pelo claro y fino, con una piel suave y delicada denotaba un carácter sensible; casarse con alguien con las mismas características físicas traería la ruina a su relación, ya que el carácter endeble de ambos haría imposible hacer frente a los momentos difíciles de la vida en pareja. Su pareja ideal sería alguien con el pelo y la piel más oscuros, ya que estos denotaban un carácter más fuerte y firme.
Lo mismo sucedía con las personas de pelo lacio; su complementario ideal sería una persona con el pelo fuerte y, a poder ser rizado.
Si alguien tenía el óvalo de la cara alargado y delgado debía buscar a alguien de cara redonda, y si la nariz era chata su ideal era una persona con una nariz con personalidad, a poder ser con el típico perfil romano.
Si el rostro era huesudo, con mandíbula prominente y rasgos muy marcados, con nariz sobresaliente, frente ancha, ojos hundidos y complexión delgada, NUNCA podía tener éxito con una persona con características similares, ya que estos rasgos reflejaban frialdad, un carácter severo y ausencia de sensibilidad. Por lo tanto, las personas con este tipo de peculiaridades físicas deberían esforzarse en buscar una pareja con el óvalo de la cara redonda, mejillas sonrosadas, nariz pequeña y silueta redondeada, rasgos identificables con la calidez y la dulzura. Así la calidez calentaría la frialdad del otro y el matrimonio complementaría su carácter.
La herencia en los rasgos también tenía su importancia: si una mujer había heredado los rasgos físicos de su padre, nunca debía buscar un hombre con rasgos similares a los de su progenitor, sino buscar a alguien cuyos rasgos fueran más coincidentes ¡con los de su madre!

Pero, ¿qué sucedía si una persona no tenía rasgos especialmente destacables? Por ejemplo, los ojos de una persona podían ser ni muy azules, ni muy verdes, ni muy negros, o su pelo ni demasiado, rubio, ni demasiado negro ni pelirrojo. Pues, estas personas, lo tenían muchísimo más fácil, ya que podía emparejarse con personas de rasgos similares a ellas, así tenían mucha menos dificultad en encontrar una pareja ideal.
Como podéis ver, en la época victoriana el amor no sólo era una cuestión del corazón sino que para encontrar a la pareja apropiada ¡había que hacer un estudio anatómico completo del candidato!

Qué tengáis un San Valentín muy feliz y victoriano. Y para felicitar a todas aquellas personas por las que sintáis amor, en la página de Pinterest de La Casa Victoriana tenemos un tablero lleno de preciosas postales de San Valentín victorianas con preciosas ilustraciones.
Me ha encantado el post, la verdad es que es muy interesante leer cosas sobre esa época. ¡A mi, al menos, me encanta!
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¡Gracias Álex! Es una época llena de contrastes y curiosidades. ¡Una época realmente fascinante!
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Adoro leer libros sobre esa época, y ahora me he enganchado a la serie «Victoria»
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Es que la serie es realmente buena. Dentro de lo novelada que puede estar la vida de la Reina Victoria, el guión es bueno y las interpretaciones son magníficas. ¡Espero con impaciencia la segunda temporada!
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Evidentemente, la estética predominaba sobre otras muchas cualidades, a las que también habría que añadir la buena posición económica, ya que si el «principe o princesa azul» no dispobia de una belleza exterior de bandera, pero su disponibilidad monetaria era considerable, por el bien de la familia y del patrimonio, se dejaba al margen las cualidades exteriores, y se miraba el bolsillo. No obstante, en el fondo no ha habido excesivos cambios de comportamiento en esta materia; si bien los cánones de belleza y estética si han cambiado, el amor entra por los ojos y lo exterior sigue teniendo su importancia.
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Bienvenida de nuevo Marta. Gracias por tu comentario.
Totalmente de acuerdo; aunque nos cueste reconocerlo el amor no sólo es cuestión de corazón sino de estética, y creo, que en la actualidad mucho más que antaño ya que los medios de comunicación y las marcas de moda imponen unos canones de belleza que son casi una esclavitud. Afortunadamente, como se suele decir «para gustos hay colores» y «siempre hay un roto para un descosido».
Por lo que se refiere a la situación económica siempre existió y siempre existirá,un buen título a cambio de dinero, o el anhelo de una buena posición económico puede volver bello o bella a cualquier pretendiente.
La diferencia con la actuialidad es que en la época victoriana, para bien o para mal, esta situación se entendía como un intercambio casi mercantil y no se engañaba a nadie con promesas de amor eterno ni de enamoramientos imposibles.
En The Forsyte Saga, se muestran varias maneras de entender el amor y el matrimonio: desde el mercantilismo, pasando por el intercambio (yo ofrezco dinero, tú belleza y mi futuro heredero), hasta el amor más pasional y romántico.
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