The Governess: la Institutriz Victoriana

El 8 de Marzo celebramos el día de la Mujer Trabajadora, y me gustaría hacer un especial énfasis en la palabra celebramos porque, aunque bien es cierto que todavía falta mucho camino por recorrer, sinceramente creo que la situación de la mujer en el mundo laboral occidental ha avanzado de una manera efectiva en el último siglo.

Por ello me gustaría dedicar esta entrada a aquellas mujeres que fueron abriendo caminos, luchando por su independencia económica y el derecho a trabajar y a valerse por sí mismas, a base de grandes sacrificios y de enfrentarse a una sociedad que era reticente a otro modelo de mujer diferente al establecido.

De entre todas ellas he elegido a una figura tan popular como desconocida: la governess, la institutriz victoriana, una suerte de niñera, profesora, educadora y amiga.

Tomaré como fuente The Victorian Nursery Book, un interesante y recomendable libro escrito por Antony y Peter Miall, que recoge información, testimonios e ilustraciones de como funcionaban las nurseries victorianas, ese espacio dentro de la casa donde los más jóvenes de la casa pasaban largas horas acompañados de la nanny o de la governess.

How delightful it would be to be a governess! to go into the world; to enter a new life; to act for myself: to exercise my unusual faculties; to earn my own maintenance.

Agnes Grey, Anne Brönte

Así expresaba Agnes Grey, la protagonista de la obra de la menor de las Brönte, su ilusión por el inicio de su salida al mundo para ganarse su propio salario e independencia aprovechando la cultura asimilada durante sus años de juventud en la rectoría de su padre.

Pero la vida de una institutriz estaba llena de tristezas y sinsabores. En la época victoriana, una mujer era educada con una sola misión: conseguir un buen marido, o al menos, un marido. Aquellas que tenían la desgracia de no conseguirlo tenían pocas opciones de salir adelante, ya que para una señorita no había muchos oficios adecuados, aparte de costurera o maestra.

La mayor parte elegían el mundo de la enseñanza, ya que, al menos, les aseguraba un techo en una casa respetable, lo que hizo que, en un momento dado, fueran muchas las candidatas que optaban a estos puestos y estuvieran dispuestas a aceptar el trabajo por salarios realmente bajos. (Hay una divertida escena en el libro de P.L.Travers, Mary Poppins, donde se refleja la gran cantidad de candidatas que asistían a cada entrevista para un puesto de institutriz, aunque aquí Travers retrata a una serie de maestras que ningún niño querría tener, como contraposición a la dulce Mary que está a punto de llegar)

Una institutriz preparada y educada por alguna de las mejores instituciones inglesas podría solicitar un salario de 100 libras anuales, aunque la necesidad de trabajo hacía que la mayor parte de las mujeres aceparan trabajar por una décima parte de esa cantidad.

¿Cuáles eran las cualidades que una buena institutriz debía poseer para ser la candidata ideal para una familia de clase media-alta? Nada lo prodría explicar mejor que la Cassell’s Household Guide, una guía para el hogar tremendamente popular en la época Victoriana:

Cualquiera que pretenda ejercer una autoridad sobre las mentes de lo más pequeños debe ser, en el sentido más literal de la palabra, una persona superior. Una institrutiz no debe ser sólo versada en las materias que vaya a enseñar sino que debe ser un ejemplo para los niños que tenga a su cargo – en conducta, actitud y hábitos personales. Muchas de las cosas que aprendemos en los libros cuando somos niños apenas las recordamos de adultos, pero raramente olvidamos el ejemplo que nos han dejado nuestros mayores y nuestros maestros (…)

Por ello, además de una entrevista personal y en profundidad, muy diferente de las estereotipadas listas de preguntas para las aspirantes al servicio doméstico, en una institutriz se observaba con especial atención su estilo en el vestir, su sentido de la justicia, su humanidad así como el sentimiento de sacrificio y entrega a los demás. Sin olvidar una austeridad en el salario a percibir, aún entendiendo la familia contratante la necesidad de la trabajadora en pensar en su futuro y en el ahorro para los años de vejez (sic)

Pero si ello no parecía suficiente, una buena institutriz debía ser capaz de enseñar inglés, francés, alemán e italiano; tener conocimientos de pintura al óleo, acuarela y carboncillo, geografía e historia; poder transmitir enseñanzas y preceptos religiosos y morales, así como matemáticas. También debían ser buenas maestras de música, y a ser posible, saber tocar algún instrumento, preferiblemente violín o piano. Se le presuponía una buena voz para dar clases de música y canto, ritmo y habilidad para enseñar baile y maña para la costura.

Además, a menudo, luchaban con una nanny demasiado condescendiente, madres histéricas y niños mimados e ingobernables. Todo ello por un sueldo miserable, que no solía superar las 20 libras anuales y, a pesar de todas sus virtudes, sin negarse a remendar la ropa de los niños y aceptar trabajos más propios del servicio doméstico que de su propia ocupación.

Al mínimo error o fallo, real o imaginario, o lo que era considerado como tal por la familia, era despedida en el acto, quedando con su pequeña maleta desvalida en busca de un lugar donde dormir y con el único pensamiento de volver a encontrar trabajo. Era complicado encontrar a una institutriz que durara en una casa dos años, del mismo modo que prácticamente no se encontraba una nanny que no lo estuviera. Y, ante la imposibilidad de encontrar una governess adecuada, las familias comenzaron a optar por las daily governess, institutrices externas, seleccionadas por empresas de servicios doméstico, que no vivían en la casa familiar sino que acudían diariamente durante unas horas para realizar sus tareas.

En uno de sus escritos Lady Lubbock narra una reveladora conversación con su institutriz, que estaba a punto de abandonar a la familia, obligada por la edad de la joven que, según las normas sociales, ya no precisaba de sus servicios.

La dama recuerda una tarde de paseo por el muelle con su institutriz, un momento casi perfecto de calma y complicidad. Uno de esos momentos que estaba a punto de no repetirse jamás por la marcha de su maestra y donde con una punzada de tristeza le confesó que la iba a echar muchísimo de menos.

Miss Cutting, la institutriz, le contestó con dulzura pero sin perder la compostura: «Querida, no te entristezcas. No creo que me vayas a echar muchísimo de menos, aunque es normal que ahora pienses así. Tú vida está empezando; encontrarás nuevos amigos e intereses y no tendrás tiempo para echar de menos a nadie. Pero yo sí te echaré de menos a ti, porque mi vida no se abre sino que se está cerrando como es natural para alguien de mi edad y seré feliz sólo con que tengas un rato para acordarte de mí y escribirme».

Estas palabras de Miss Cutting resumen la vida de la governess, una mujer con una exquisita preparación, entregada en cuerpo y alma a su tarea, tan poco valorada como incomprendida. Ha sido representada a menudo como un ser desgraciado, arisco y carente de afecto, pero incluso esta actitud tiene su explicación: convivía con la familia más que ningún otro miembro del servicio doméstico, pero no era una más de la familia, la nanny la consideraba demasiado severa para tratar con sus niños y el servicio pensaba que era demasiado estirada para formar parte de ellos. Por todo ello, cuando no trabajaba, pasaba mucho tiempo sola en su cuarto, lo cual, a menudo, agriaba su carácter.

Afortunadamente, algunas veces, la vida de la institutriz no era tan triste, ya que encontraba el amor y la consideración que merecía entre algún amigo de la familia u otro miembro del servicio, habitualmente el maestro o preceptor de los jóvenes de la casa. Otras veces, pasaba de ser la governess de los más jóvenes a ser la dama de compañía de las mujeres de más edad de la familia, que precisaban de alguien de una preparación cultural adecuada y que además supiera de las normas sociales de comportamiento para acompañarlas en sus paseos o simplemente para conversar.

Charlotte Brönte, reflejó perfectamente la vida de estas mujeres  en las extraordinaria Jane Eyre, Villete y Shirley, y lo mismo hizo Anne Brönte en Agnes Grey.

Las protagonistas de estas novelas, gracias a las marcadas y particulares personalidades de las Brönte, que impregnan en todos sus personajes femeninos esa fuerza, distan mucho de ser esos seres entre patéticos y amargados para convertirse en mujeres llenas de fuerza y ganas de luchar , como otras tantas mujeres que a lo largo de los siglos han luchado por su independencia y su lugar en el mundo laboral.

Las governess de las Brönte son mujeres luchadoras, que analizan su entorno, lo sufren y lo disfrutan a partes iguales y que, frente a las adversidades de una mujer sola y sin dinero en una sociedad tan conservadora y clasista como la victoriana, son capaces de elegir su propio camino y a la persona con quien quieren compartirlo más allá de las convenciones sociales.

Sirva esta entrada como homenaje a estas mujeres, a menudo tan denostadas por la literatura y la leyenda, y tan preparadas para enfrentarse y adaptarse a un mundo continuamente cambiante.

13 comentarios sobre “The Governess: la Institutriz Victoriana

  1. Y qué lecturas recomendarías? Creo que de las Brontë lo he leído todo y me gustaría seguir leyendo más sobre el tema que me parece de lo más apasionante. ¡Gracias!

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    1. Independientemente de los más conocidos me gusta mucho Elizabeth Gaskell, he descubierto a Anna K. Green, escritora victoriana de novelas de misterio cuyas obras profundizan en la psicología de los personajes femeninos, recomiendo a Mary Cholmondeley, que tiene dos obras publicadas en español, y a uno de mis favoritos, el gran Wilkie Collins, que merece una entrada YA, uno de los mejores escritores y descriptores de la mujer y la sociedad victoriana.
      Un saludo,
      María

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  2. Preciosa y detallada entrada dedicada a una figura femenina muy poco reivindicada, pero muy importante por su papel de educadora de otras mujeres. Me alegro de que te hayas acordado de Anne Brontë, mi favorita de las tres grandes hermanas escritoras, para citar su obra «Agnes Grey» como una fuente de información sobre las institutrices y gobernantas decimonónicas.

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    1. La governess siempre ha tenido un componente severo en contraposición a la dulzura de la nanny. Afortunadamente las Brönte, siempre tan a contracorriente, han ayudado a la reinvidicación de su figura en la época victoriana, no sólo como educadoras sino como símbolo de las mujeres independientes de una sociedad donde la mujer comenzaba a luchar por sus derechos y su papel dentro de una sociedad demasiado enconsertada y conservadora.
      Bienvenida a La Casa Victoriana y gracias por tu comentario, Isabel.
      Un saludo,
      María

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  3. Muy interesante, como siempre. He leído una sola vez Agnes Grey, pero recuerdo perfectamente que me sorprendieron algunos pasajes en los que los niño son realmente crueles.Describe situaciones muy distintas de las de Jane Eyre, que por lo que respecta a pupila creo que tuvo bastante más suerte que la protagonista de Anne Brönte. Sin duda la paciencia tenía que estar en la cabeza de virtudes de estas mujeres.
    Noelia, si has leído todo lo de las Brönte igual puedes optar por Una vuelta de tuerca (si es que no la has leído ya), que aunque en versión de terror también se centra en la figura de la institutriz, y en la rectitud moral que se exigía de las mismas.
    Por cierto, me encantan las ilustraciones que has puesto en la entrada. ¿Podrías decirme a qué edición o ilustrador pertenece la de Jane Eyre?

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  4. He llegado aquí de casualidad, y me he quedado prendada con tu blog. Soy de las que piensan que las institutrices han sido muy poco valoradas…Y además…debían tener un «curriculo» de lo más interesante para que fueran contratadas. Luego tenía que saber callar a pesar de tener más experiencia educativa que los padres…El pasado año releí Agnes Grey y me encantó observar tantas cosas que se siguen sucediendo hoy en día. En los colegios, las maestras siguen teniendo el mismo problema a la hora de dirigirse a los padres. Son ellas las culpables de la educación y no ellos…sigue siendo este un pensamiento muy extendido.
    En fin…decirte, que me ha encantado escabullirme por los recobecos de esta entrada y de tu blog.
    Saludos!!

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  5. Estoy un poco perdida en este laberinto de belleza e información y no se exactamente si puedo
    o no dirigirme a alguien en particular. Sea como sea como primer intento de entrada en contacto
    solo felicitar sinceramente a quien sea el «hada» que haya concebido esta casa llena de
    sorpresas.
    Como amante de la pintura y de la literatura en general me quedo embobada delante de todos
    los temas, tan bien escogidos, tan bien ilustrados …….. Gracias, y ya me informareis si no
    he seguido bien las instrucciones …..
    Un cordial saludo,
    manon

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  6. Excelente artículo, muy ilustratrivo, tanto por las obras de arte que aparecen, como por enfocar la realidad de las institutrices, personas cultas y abnegadas, con un trabajo no siempre fácil de ejercer.

    Admiro la obra de las Brönte, pero yo también recomendaria a Anthony Trollope y su «Señorita Mackenzie». Una novela espectacular, con una fina ironia sobre la mujer soltera y heredera de una fortuna, y de como era codiciada para el matrimonio. Otro punto de vista femenino para el día de la mujer trabajadora.

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