Viajeras Victorianas I

«One cannot divide nor forecast the conditions that will make happiness; one only stumbles upon them by chance, in a lucky hour, at the world’s end somewhere, and holds fast to the days…» Willa Cather

Hacía tiempo que quería hablar de las viajeras victorianas, auténticas pioneras que lucharon contra todo tipo de obstáculos y prejuicios para poder hacer lo que realmente querían: descubrir el mundo que había más allá de la conservadora Inglaterra victoriana. La llegada a mis manos de un interesante volumen de la editorial Virago Press, publicado por primera vez en 1994 y reeditado en el año 2002, titulado  The Illustrated Virago Book of Women Travellers, editado por Mary Morris y Larry O’Connor es la excusa perfecta para esta serie de entradas.

Durante siglos, no estuvo bien visto que una mujer viajara sin estar acompañada por una  dama de compañía, un tutor o un marido. Viajar sola significaba correr un gran riesgo, no sólo para su integridad física sino para su imagen social e incluso moral. La libertad de conocer y de explorar más allá del mundo que les había sido asignado se consideraba algo peligroso, una aventura que le podría proporcionar conocimientos y compañías no adecuados.

A las mujeres se les negaba la oportunidad de moverse solas por el mundo y no se les permitía una participación activa en la vida pública, política o empresarial, forzándolas a cultivar sus sentimientos en privado y a sobrevalorar el romance por encima de cualquier otra cosa, ya que esa era la única vía de escape para abandonar el hogar familiar, y, con suerte,  poder salir de su entorno acompañando a sus maridos.

Las mujeres a las que vamos a homenajear en La Casa Victoriana son algunas de las excepciones que se liberaron del encorsetamiento y las ataduras que restringían el movimiento de las mujeres – en el prólogo del libro Mary Morris hace un interesante símil entre el apretado corsé de las mujeres occidentales y los pies atados de las mujeres orientales con la falta de libertad para respirar socialmente y poder moverse con libertad.

De todos modos no podemos esperar las mismas experiencias de viaje reflejadas por una mujer que por un hombre de la época – de hecho hay muy pocas obras sobre viajes escritas por mujeres; la manera de asimilar las nuevos conocimientos, el modo de adaptarse a las diferentes culturas, los miedos a sufrir algún tipo de agresión física, los rechazos sociales y el despertar no sólo intelectual sino físico de muchas de ellas, hacen que todos los testimonios recogidos, ya sea directamente o como inspiración para un poema o una novela, sean especialmente valiosos por las percepciones y complejas emociones que nos muestran.

Flora Tristan (1803-1844)

La vida de la reformadora Flora Tristán fue rescatada del olvido en 1925, cuando se publicó su obra Tour de France, un informe sobre su campaña sobre los derechos de los trabajadores franceses en las zonas industriales. Su temprana muerte de fiebres tifoideas frenó su sueño de creación de un sindicato universal de trabajadores que incluyera entre sus puntos fundacionales la igualdad de derechos de las mujeres. Su largo viaje en solitario a Perú, por cuestiones familiares, significó el despertar político y reivindicativo de la escritora, como ella misma refleja en su obra Peregrinations of a Pariah.

La que sería la abuela del artista Paul Gaugin, protagonizó uno de los hechos que más ríos de tinta hicieron correr en la crónica social de los periódicos franceses: cuando la ley de divorcio todavía era ilegal en Francia, Flora se separó de su marido, el empresario André Chazal. Recuperó su nombre de soltera y entabló una lucha por la custodia de sus tres hijos. El enfrentamiento pudo acabar en tragedia, ya que Chazal, que rechazaba el protagonismo político y social de su ya ex-mujer, le disparó por la espalda hiriéndola de gravedad. Los juzgados le concedieron la custodia de sus hijos y la declararon legalmente divorciada, condenando a André a 17 años de cárcel.

Frances Trollope (1780-1863)

Como su hijo Anthony Trollope, la autora británica fue una prolífica escritora de novelas, llegando a publicar un total de 34; pero, al contrario que su hijo, nunca recibió el reconocimiento ni la fama que él alcanzó. Su gran éxito fue el libro inspirado por sus viajes por Estados Unidos, Domestic Manners of the Americans, donde de forma irónica y desde un punto de vista muy británico, hacía un retrato de la nueva sociedad estadounidense, sus costumbres y carácter, centrándose muy especialmente en el entorno rural.

Independientemente del ataque mordaz, la obra muestra una profunda preocupación por el papel que la mujer representa dentro del ámbito familiar y público, llegando a lamentar lo que ella define literalmente como el «la lamentable insignificancia de la mujer americana»

Amelia Edwards (1831- 1892)

Mientras la mayoría de las viajeras británicas sentían la necesidad de mostrar su descubrimiento de la libertad a través de sus novelas y escritos sobre viajes, podríamos decir que el viaje de Amelia fue en sentido contrariou, ya que comenzó a viajar cuando ya era considerada una escritora de prestigio entre el público y la crítica.

Desde muy joven demostró un sobresaliente talento para la poesía y la novela, publicando varios de sus escritos a través de periódicos y revistas y alcanzando el éxito con novelas como Barbara’s History, y sobre todo con Lord Buckenbury, de la que se llegaron a hacer 15 reediciones. De espíritu inquieto, decidió viajar a Egipto en compañía de unos amigos, quedando inmediatamente fascinada por el pueblo y la cultura egipcia.

Sus viajes a Egipto los documentó en su libro A Thousand Miles Up the Nile, un masivo éxito de ventas, con el que comenzó una concienciación social por la protección de los tesoros y monumentos egipcios y la reivindicación de un turismo responsable y respetuoso con las culturas que visitaba.

Los últimos años de su vida, Edwards dejó de lado la literatura para dedicarse en cuerpo y alma al la egiptología y el coleccionismo, colaborando con varias asociaciones arqueológicas y convirtiéndose en una erudita sobre el tema. Pero ni siquiera su nueva pasión hizo que su afán por viajar y conocer nuevas culturas disminuyera, emprendiendo un nuevo viaje por las regiones más desconocidas e inaccesibles del Tirol, que plasmó en su obra Untrodden Peaks and unfrequented Valleys: A midsummer Ramble in the Dolomites, donde consigue transmitirnos cada una de las sensaciones que las culturas centroeupeas causaban en su educación victoriana británica.

 Mary Kingsley (1862-1900)

La vida de Mary Kingsley refleja, quizás, el estereotipo de la viajera victoriana más que cualquier otro, porque en ella están presentes casi todos los tópicos de la época.

Hija del escritor George Kingsley y sobrina del novelista y reformador Charles Kingsley (a quien le hemos dedicado un post en este blog),  fue una niña inquieta que, pese a su escasa formación, devoraba los volúmenes de la biblioteca paterna. Sus ansias de viajar y conocer otros mundos se vieron frenadas por la invalidez de su madre y la obligación de cuidarla.

Pero Mary nunca dejó de soñar con viajes a culturas exóticas, muy diferentes de los tours que ofrecían las agencias de vacaciones británicas, y, cuando sus padres fallecieron, se sintió lo suficientemente liberada y fuerte para embarcarse en sus propios proyectos. Así comenzó su sueño africano.

Además de lo exótico que resultaba una indefensa mujer victoriana conviviendo con las tribus africanas,  enfrentándose a los peligros de la selva, la prosa llena de humor de Mary Kingsley cautivó a los británicos que seguían con inusitado interés las experiencias de la viajera en canoa por el río Ogooué siendo atacada por los cocodrilos, encarándose con los leopardos, el descubrimiento del canibalismo y su escalada al monte Camerún, por una ruta que jamás había seguido otro europeo. Sus descubrimientos los reflejó en su libro Travels in West Africa, con el que le rindió homenaje a su padre, pues de algún modo sentía que ella estaba finalizando el trabajo que él había comenzado.

Pero más allá del espíritu aventurero, Mary desarrolló un gran espíritu reivindicativo, luchando por los derechos de los indígenas africanos a conservar su propia idiosincrasia, sin que los misioneros intentaran cambiar sus costumbres y creencias, lo que le trajo grandes críticas de los sectores eclesiásticos.

Isabella Bird (1831-1904)

La prestigiosa Royal Geographical Society ofreció por primera vez un puesto a una mujer como reconocimiento a su gran trabajo sobre culturas y viajes por todo el mundo. Esa mujer era la escritora británica Isabella Bird.

Esta viajera incansable, de fuerte y excéntrico carácter, se crió bajo la conservadora educación de su padre, un vicario inglés con el que recorrió multiples parroquias de todo el país. Hasta los 40 años de edad se vio relegada a tareas caseras y al cuidado de sus padres enfermos; pero fueron sus propias dolencias- fuertes dolores cervicales e insomnio crónico- lo que propiciaron que comenzara a viajar, ya que los doctores le recomendaron salir de la fría Inglaterra en busca de lugares más cálidos.

Comenzó sus viajes acompañada de su hermana Hanny, pero pronto se dio cuenta de que el carácter conservador de su hermana frenaba sus instintos aventureros, por lo que decidió emprender sus propias aventuras; viajó a Australia, Hawaii y a los Estados Unidos. Fascinada por el medio oeste publicó su exitoso A Lady’s Life in the Rocky Mountains.

Pero pronto, se vio necesitada de conocer otras cultras mucho más exóticas para una inglesa y eligió Asia como su próximo destino, visitando Japón, China, Malasya y Singapur. En las últimas etapas de su vida, esta mujer siempre inquieta estudió medicina y se estableció en la India aceptando la propuesta de matrimonio con el doctor John Bishop.


«If we grow weary of waiting, we can go on a journey.

We can be the stranger who comes to town» Mary Morris